Casi cuatro horas después estábamos en el aeropuerto de Estrasburgo, esperando a que nos fueran a recoger. Elliott dormía con su cabecita apoyada sobre mi hombro, mientras Emmett se mantenía en silencio a unos cuantos pasos de distancia, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón. Fruncía el ceño, podía notar que estaba incómodo, y aquello me estaba empezando a parecer chocante. Llevaba años conociendo a Emmett, prácticamente toda mi vida, y siempre, incluso cuando no era más que un chiquillo de doce años, había sido la persona más segura de sí misma que había conocido. Siempre estaba en control de todo lo que ocurría a su alrededor, pero ahora estaba desconfiando hasta de su sombra, y pese a todo... no podía parar de sentir lástima por él, poniéndome en sus zapatos... era un