Me levanté y cerré la puerta de la oficina. Me sentía Hades deambulando por el Inframundo, desprendiendo rencor y amargura, y Nadine era como una pobre alma cayendo en mis manos, solo que ella no era ni pura ni bondadosa, así que no merecía clemencia, mucho menos la mía. —¿Entonces? ¿Vas a dejarte de rodeos y decirme dónde está Damien? —preguntó en tono impaciente cuando volví tras el escritorio y tomé asiento. —Oh, bueno... Me temo que no vas a poder encontrarlo, porque él está en París. —¿París? ¿Y qué le mandaron a hacer en París? —Nosotros nada, esta mañana llegamos y nos dieron la noticia de que no se presentaría en la oficina porque debía viajar a la capital —dije encogiéndome de hombros y sonriendo ante su expresión confundida—. Lo que me extraña es que tú no lo sepas. —Pues si