Las enfermeras y los médicos pasaban y encontraban a la mujer con los ojos abiertos, le ofrecieron de comer, beber incluso fumar pero no parecía querer nada. Parecía que el shock era demasiado grande, Mía no quería moverse, no se sentía dolida realmente simplemente avergonzada y cansada. La mujer miró hacia la ventana y se colocó de medio lado intentando sufrir de verdad, sentirse mal.
Realmente parecía una esposa afectada por la finalización de su matrimonio, uno del cual prácticamente no formó parte. Pablo había dado un fin sin igual, pero ella, simplemente no había estado con él, no celebró cumpleaños, aniversarios, no le acompañó en las navidades, y fueron tres o cinco veces las que le dijo te amo a su ex esposo.
¿Qué clase de matrimonio funcional podía decir el número exacto en que se había dicho ¨te amo¨?
Mía se dio cuenta de que se había convertido en su abuelo y su padre; un chiste, era la broma de todos en su círculo, se dio cuenta de que su matrimonio fue una farsa. Y no solo eso, sino al igual que ellos había acabado d i v o r c i a d a, destruyendo su vida matrimonial y probablemente había dañado a su esposo lo suficiente como para que viese el matrimonio como una mentira. Lo peor es que su padre y abuelo habían sido la causa de la disolución de su matrimonio, pero, a la vista de todos ella siempre será a quién alguien engañó.
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El subconsciente de aquella mujer no solo se burlaba de que su marido se hubiese acostado con otro hombre, sino, de todo lo que decidió ignorar. De la infelicidad que aquel matrimonio les produjo, cuan sola pero acompañada haba estado y tras de todo la triste realidad en la cual ella había estado pagando a un hombre por estar a su lado.
¡Era denigrante!
Al parecer a los médicos en aquel lugar les pagaban por visitarle o tenían algún tipo de apuesta. Mía notó, cada que alguien salía entraba su próxima visita, cuando se cansaba de alguna visita cerraba los ojos y los abría cuando escuchaba de nuevo el silencio.
Lo que más le sorprendió fue su nuevo visitante tras la salida de un grupo de enfermeras.
— Hola, hija — Dijo un hombre alto, asiático y algo robusto.
Los años no pasan en balde sobre él, incluso se veía agotado y desgastado. Mía recordó el divorcio de sus padres en el momento en el que vio al causante genético de su patrón e inclinación al fracaso matrimonial; su padre, el alto, y robusto hombre le miró con cariño y la mirada de ella no cambió, seguía perdida y completamente distante.
El señor observó a la mujer directo a los los ojos en busca de alguna señal, tomó asiento en la silla que arrimó más contra la cama para poder estar en mayor contacto con su hija, todo le preocupaba cuando era con respecto a ella y la frialdad que Mía había comenzado a mostrar y la que estaba mostrando ahora con su mirada y su comportamiento le dejó más que claro que ella estaba a mucha distancia de lo que un día fue, una niña feliz, dulce, amistosa, increíblemente inteligente y hermosa aunque no creía ninguna de las últimas.
El hombre le sujetó la mano, como ella lo hizo con su madre minutos después de que él les dejara solas en casa, eso fue lo único que Mía pensó cuando el hombre intentó brindarle un poco de afecto; él le abandonó. En la pequeña vestida con un traje floreado y su madre con la mirada desgastada y derrotada, ella se había arrastrado literalmente para que su padre no cruzara la puerta pero el honorable hombre salió con la cabeza en alto y la vista decidida.
La mujer seguía escuchando como su madre le decía: > La fortaleza le duró hasta que se vio sola con una pequeña igual de asustada en una casa que no podría mantener.
Mía y su padre pasaron al rededor de dos horas observándose mutuamente, en sus citas anteriores hablaban de trabajo y la chica realmente se esforzaba por decir algo nuevo o al menos encontrar un tema en común pero simplemente no lo tenían, no era muy simple hablar con un hombre que simplemente dejó de crear recuerdos contigo para crear momentos.
— Me engañaste. — Musitó con voz ronca y quebrada.
El hombre frunció el ceño realmente sorprendido y se puso en pie para llamar a una enfermera, pero no se veía ninguna, dejó la puerta de la habitación abierta y luego se acercó de nuevo a su hija.
— ¿Qué dices pequeña?
— Nunca fuiste por mí cuando lo prometías, no llamabas a la hora que decías, no despertaste a mi lado cuando te necesitaba en mi vida, siempre me has engañado. — La mujer vio el carro de emergencia y posó su mano sobre él, llevaba tiempo observando ese carrito de emergencias y pensando en cómo atacar física y emocionalmente al hombre frente a ella.
Mía le tiró las tijeras, pinzas, el bisturí cuando se creyó lo más cerca posible intentó clavarle una inyección con epinefrina, su padre aún impresionado le sostuvo ambas manos e intentó combatir contra ella, pero estaba cegada por el dolor completamente que su hija evidenciaba. Logan ingresó a la habitación y se acercó rápidamente a la chica, le que la sostuvo de ambas manos con fuerza y susurró en su oído:
— Si lo haces le matas—Le advirtió Logan suavemente.
— Solo va a infartar.
— Y morirá. — Le aseguró e intentó soltar los dedos de la chica.
— Me ha engañado toda la puta vida. — respondió en un susurro.
— Hija, no quieres matarme.
— ¡Salga! — Ordenó Logan y el hombre lo hizo, no sin antes darle una última mirada a su hija.
Logan rodeó con sus brazos a la chica quien soltó la jeringa, le sintió calmarse un poco y susurró en su oído: — Voy a dejarte sobre la cama y cerraré la habitación.
— No me dejes. — Suplicó como lo hizo con su padre bastantes años atrás. —Por favor.
Logan apretó el cuerpo tembloroso, con fuerza.
Él le besó la frente y le acarició la mejilla antes de dejarle sobre la cama e ir a cerrar todas las cortinas, la puerta y pagó. El joven se acostó y la abrazó, la chica comenzó a mover sus pies y mecerse, él a acariciarle la espalda con suavidad.
Los médicos que esperaban desde afuera esperaban a Logan para declararle deprimida oficialmente, todos creían que solo fingía para convencer al juez pero eso fue más que un acto, su conducta implacable y perfeccionista se viniera abajo con todo este desastre.
Unas horas más tarde la chica se levantó y se metió a la ducha, agua helada, sentó bajo el agua y lloró desconsoladamente hasta cansarse y volver a quedar en silencio, su jefa ingresó y la sacó del agua.
— Linda, tienes que descansar. — ella asintió. — El terapeuta te va atender. — Ella asintió y la mujer le pasó una toalla al rededor del cuerpo.
— No quiero un terapeuta, quiero descansar.
Las palabra salían más lentas de su boca, pues Logan aprovechó sus minutos de sueño para inyectarle un relajante y evitar una crisis más fuerte como la que tuvo con su padre.
— Hola, abuela. — Dijo el chico.
— Hola. — Le regaló una sonrisa. — Tu primo y tu padre quieren hablar contigo.
— Sí, ya lo hicieron. — Le dio un beso en la mejilla y luego sostuvo a su amiga. — Yo me hago cargo. — Dijo y pegó a la chica contra su cuerpo.
— Bien, que te mejores cariño. — Dijo con una sonrisa hacia la mujer y una mirada desaprobadora hacia su nieto.
— Si te sientes mejor podemos ir a mi casa, he pedido vacaciones para los dos.
—Gracias. — Él le dio finalmente un beso sobre los labios y la puerta se abrió.
— Hola, vengo a darte una última chequeada. — La mujer asintió. — Si quieres vístete, hablaré con mi primo.
Ella se quedó sola en la habitación y se arregló un poco, se puso el vestido n***o, los tacones y luego se acomodó el cabello.
— ¿Estás lista para ir a casa?, aquí está la receta y su incapacidad. — Ella asintió.
— ¿Usted es la ginecóloga?
— Sí, la que le revisó la erección de caballo que le provocó la loca. — Arturo sonrió.
— ¿Qué te pasó Arturito?
— Fui a un bar. ligué y la tipa me dopó, lo peor fue ser atendido en el área de maternidad. — El hombre se despidió de su primo y de su acompañante.
La pareja se introdujo en el auto del hombre y la chica no tardó en cerrar sus ojos.
— ¿Quieres ir por algo a tu casa?
— Prefiero ir a un centro comercial.
Él asintió y la llevó a donde ella pidió, se metieron al centro comercial, luego se metieron en la primera tienda de lencería que vieron, la mujer se compró unas piezas y su acompañante llevó unas piezas que le gustaron.
— ¿Quieres comer?
— No quiero. — Él asintió. — Vamos por ropa.
— Entraron a un departamental y la mujer tomó un coche, metió todas las prendas que decían xs y eran de su agrado.
— ¿Solo vas a llevar n***o?
— Y blanco.
Él vio uno vestidos coloridos y unos accesorios los metió en su canasta, también unos pantalones cómodos y shorts, le mostró trajes de baños y ella sonrió.
— Son vacaciones, tenemos que tomar el sol y eso. — Ella asintió y tomó un par, de vestidos de baño él tomó diez más y los metió en la canasta.
Cuando acabaron las compras para su viaje, Logan fue por un tarro enorme de batido de fresa y otro de banano con coco y piña, además una pizza hawaiana con peperoni y extra queso.
— No quiero nada de esto. — Dijo y él asintió.
— Bien, comeremos en el auto.
La mujer estaba sorprendida con la insistencia de aquel hombre.
Cuando salieron un auto más grande aparco frente a ellos, él le dijo que entrará y ella le siguió hasta dentro de la del auto, Logan saludó su chófer y ellos se sentaron y el hombre arrancó.
Logan abrió la caja de pizza y le dio un mordisco luego le ofreció a su amiga y ella se negó, ante la respuesta decidió clavarle la pajilla en la boca y ella provoca el batido y esbozó una sonrisa.
— Me gusta, de qué es el otro.
— Coco con banano, canela y piña...
— Diarrea fija. —Interrumpió Mía.
— Pruébalo. — La retó y ella aceptó.
— ¿Rico?
— No me exonera de ir al baño. — Le guiñó el ojo y probó de la pizza.
— ¿Tienes hambre?
— Solo ganas de picotear. — Respondió.
Los dos se quedaron en silencio, observando lo que estaban comiendo e inmersos en sus pensamientos, aquella paz, que era latente en el auto fue rota por unas dudas que giraban en la cabeza de Mía.
— Creía que conocía a todos los hijos Pieth.
— Ahora lo haces.
— ¿De quién eres hijo? —preguntó la chica.
— Alessandro y Verónica.
— Creía que eran solo tenían tres hijos.
— Somos cinco. El mayor es de la primera esposa de mi padre, Alonso, luego Emilio, Ellis, por último Vale. — La mujer le miró raro. — Yo soy sobrino de Verónica, pero mi padre me abandonó y mi madre murió cuando estaba pequeño.
— Un padre que abandona. ¡Vaya novedad! —ironizó Mía.
— ¿Tu madre?
— Enfermó y... Ya entenderás el resto. — Él sonrió porque lo entendía mejor que nadie.
Tres horas más tarde disfrutaban de los restos de pizza y batidos frente al mar desde un balcón en una casa hermosa. Al menos aquella amistad que pensaba no dejaría nada bueno se había vuelto indispensable para ella.