Historitas del pueblo 2°

2644 Words
El oso blanco Heraldo… heraldo… heraldo… Era todo lo que Luisa escuchaba. Una semana consecutiva sin nada más que escuchar que no fuera heraldo. No sabía como toda su vida ahora giraba en torno al heraldo. Cuando se mudo hace un par de años a un tranquilo y lejano pueblo como Monte n***o no pensó que todo a su alrededor se tornaría tan… ridículo. Estaba consciente de la antigua fama del pueblo respecto a los monstruos, pero Luisa pensaba que todo era producto de la mercadotecnia del pueblo, nunca había creído en las historias que había escuchado en su estadía en el pueblo. Para ella no era más que malas historias de terror, contadas y creídas por un montón de pueblerinos crédulos. Luisa Sánchez era lo que nosotros llamaríamos “escéptica” y era lo que muchos pueblerino de Monte n***o llamaban de forma despectiva “Apanca”. Luisa se había unido a un grupo de mujeres tan apancas como ella. Una mujer necesita amigas y encontrarlas fue relativamente fácil. A todas las había conocido en su trabajo y todas eran vendedoras de catalogo, eran mujeres acomodadas, cuyos maridos podían perfectamente cubrir todos los gastos del hogar, la venta de catálogo era realmente una excusa para salir de casa y ganar algo de dinero para solventar sus tardes de café y sus noches de vino. Era el lugar perfecto para relajarse un poco del drama que se vivía en las calles, pero ni ahí pudo tener paz. –Pobre Sandra– Dijo Teresa antes de darle un sorbo a su café– La vi ayer, afuera de la iglesia, apenas pude reconocerla. Está hecha un palo. -¡Ay pobre mujer! Lo que le pasó a su hijo fue una barbaridad- Agregó Laura, mientras giraba su cuchara en su taza- Lo peor de todo es que en vez de buscar al responsable todos andan por el bosque buscando un monstruo.- Terminó su comentario con una risa aguda llena de condescendencia. -No entiendo la obsesión de este pueblo con esas estúpidas historias, no piensan en otra cosa.- Agregó Teresa. Luisa comenzó a ver que sus amigas igual que al resto del pueblo, empezaban a caer en esa extraña obsesión, de una forma completamente diferente, pero a fin de cuentas, era una obsesión. -¿Podemos hablar de algo más?- Luisa cortó la conversación, modulo su tono de voz lo mejor que pudo para evitar sonar odiosa y esconder su hartazgo lo mejor posible. -Claro, mejor hablemos de cualquier otra cosa- Dijo Laura. Pero la otra cosa no llegaba, pasaron los segundos y cada una estaba concentrada en su propia taza de café, rogando porque alguien sacará a colación cualquier otro tema que no condujera la conversación de regreso al Heraldo, pero era inutil. Laura y Teresa aún querían quejarse del tema e intentar no pensar en eso solo las llevaba a pensar más en eso. Un enorme oso polar en la habitación. Luisa notó que había matado toda la armonía en la habitación, sabía que no había forma de permanecer en la reunión sin que resultara incómodo para cualquiera de las tres, la única solución que brillo en su mente era que ella misma volviera a sacar el tema del heraldo, incluso podría hacer pasar su comentario anterior como una broma, tenía el carisma suficiente para hacerlo, pero su sistema entero se negó a hacerlo. Era algo estúpido, era un tema estúpido, sin pies ni cabeza, hacerlo solo sería ayudar a propagar la infección que era este monstruo, la idea de hablar de eso por voluntad propia era para ella equivalente a alimentarse de desechos humanos. Prefirió morir de hambre. -¡Esperen!- Dijo bajando su taza lo más pronto posible- ¿Qué día es hoy? -Es sábado, hermosa- Dijo Teresa, alegre de que por fin alguien rompió el silencio. -Lo olvide, tengo cita con el dentista- Luisa miró el reloj de su muñeca para dar un extra en su actuación.- Aun alcanzo a llegar. -Si amiga, la salud es lo primero. Luego nos dices qué tal te fue.- Dijo Laura, alegre de que por fin se iba a ir para poder hablar con Teresa de lo que de verdad le importaba. Luisa regresó a casa, con su familia. Enferma y asqueada del exterior que la rodeaba. Los locales a su alrededor estaban llenos de pancartas y publicidades con imágenes del supuesto Heraldo. En la radio narraban historias y noticias de supuestos avistamientos y debates sobre qué se debería hacer. Una vez en casa pensó en la desesperada, molesta e incómoda solución que había, mudarse inmediatamente de ese pueblo lleno de pueblerinos idiotas. La hora de la cena llegó, poco después de que Alberto, su marido llegara de un largo día de trabajo en la imprenta. Por regla general, tenían prohibido tener el televisor o la radio encendida al sentarse a la mesa, la hora de la comida era la hora de la familia, tal vez la regla favorita de Luisa, hasta ese día. -¿Cómo les fue hoy en la escuela niños?- Les preguntó Luisa a sus hijos, Ivan y Esteban. Iván, el mayor de 15 años, estaba pasando por su etapa de antipatía, pocas cosas le importaban y las cosas que le importaban era porque le molestaban. Una de esas cosas era la hora familiar, así que cuando su madre le preguntó por su día, se limitó a subir los hombros y torcer la boca. Por el contrarió, Esteban de 5 años le platico a su madre las actividades que hizo en el jardín de niños. Le contó sobre el cuento que leyó, sobre hasta qué número ya puede contar y el pequeño conflicto que tuvo con un compañero porque no le prestó su color morado. Durante la casi incomprensible conversación con su pequeño hijo, Luisa sintió una verdadera calma, no había pensado que la tranquilidad que buscaba se la daría alguien que aún estaba aprendiendo a hablar. Lamentablemente eso no duró. -¿Y para qué querías el color morado?- Le preguntó Luisa a su hijo, intentando extender la conversación. -¿Quieres ver mi dibujo que hice?- Dijo el pequeño con una sonrisa en su rostro. -Claro, amor. Esteban se bajó de la silla y corrió a su cuarto. Luisa miró a su esposo, Alberto, estaba leyendo el periódico que ya había leído en la mañana e Iván tenía la mirada perdida en el plato con chícharos. Pocos segundos después Esteban volvió con una larga hoja manchada con diferentes colores de acuarelas y crayones, se lo entregó a su madre y permaneció fijo, viendo la expresión de su madre para ver como reaccionaba. Luisa observó el dibujo, podía apostar que había usando todos los colores que le habían comprado. El cielo brillaba con un amarillo pálido, rodeado de un cielo rojo y anaranjado, debajo de este había un bosque con colores verdosos y cafes y en medio de todo, una figura compuesta de colores morados, violetas y n***o. Todo el fondo estaba hecho de un conjunto de figuras geométricas mal trazadas y mal alineadas, pero lo suficientemente entendible para saber que eran, pero la figura del centro solo eran garabatos de colores, sin ningún patrón entendible. -Oh está muy bonito- Dijo Luisa, fingiendo asombro.- Pero ¿qué es esto de en medio? Esteban, levantó ambos brazos en forma de festejo y proclamó: -¡El mostruo, mami! ¡Es el mostruo! Las palabras resonaron en la cabeza de Luisa, como un eco interminable. Algo en su interior empezó a calentarse más y más, su cabeza empezó a punzar, sentía la sangre caliente corriendo por cada vena de su cuerpo, rogando por explotar, ahí y ahora. Pero no lo hizo, no debía. Ella odiaba al “mostruo”, pero no a su pequeño Esteban. -Esta muy bonito, mi vida.- Le dijo, pasó su mano por la mejilla de su pequeño.- Ahora siéntate y termina de comer. El pequeño obedeció a su mamá. Luisa de forma discreta tomó el dibujo y lo colocó boca abajo en la mesa, por un instante, fantaseo en cómo después de que el pequeño Esteban se fuera a dormir, podría tomar ese dibujo, rayarlo, romperlo, hacerlo trizas y quemar los pedazos. “Ay no sé en dónde estará tu dibujo, pero no importa, luego podrás hacer otro” eso diría cuando el pequeño pregunté por él, si es que lo hacía. Mientras Luisa fantaseaba con su crimen secreto, Alberto tomó el dibujo, le dio media vuelta y apreció la obra de su hijo. -Oh que bonito ¿crees que se ve así?- Le preguntó Alberto. Era la primera vez que Alberto expreso un sincero interés en la educación de su hijo. -Si, la maetra dijo que dibujaramo el mostruo.- Le dijo Esteban, feliz de ser el centro de la conversación. -En la escuela también están haciendo muchas actividades sobre eso.- Dijo Iván quien por primera vez en toda la cena levantó el rostro- Entre a un grupo de poesía y el tema de esta semana es justamente el Heraldo. Alberto le mostró el dibujo de su hermano pequeño. -Pues mira, que buena fuente de inspiración te han dado- Dijo Alberto sonriendo. La broma provocó risa a Iván y eso le provocó risa a Esteban. La única que no reía era Luisa. Podía permitir a su querido Esteban hablar de eso, pero que su esposo y su hijo mayor trajeran el tema no solo a la mesa, a la casa, era la gota que rebasó el vaso. La casa de Luisa era el único lugar donde el Heraldo no estaba y no le permitiría entrar. -¡Basta!-Gritó sin importarle nada- ¡En mi casa no se habla de ese estúpido monstruo! Todos en la familia la vieron estupefactos. Sabían que a Luisa no le gustaba el tema de los monstruos, pero nunca pensó que fuera tan insoportable para ella. -¡A donde sea que voy no se habla de esa cosa! El heraldo no es más que una trampa para idiotas y no permitiré que mi familia se preste a eso. Iván y Alberto pudieron ver el enojo y la impotencia en Luisa, el único que no podía entenderlo fue el pequeño Esteban. -Pero el mostruo es bueno, mami- Dijo el pequeño niño, intentando explicarle como en su inocente mente veía a la desconocida criatura. Pero el intentó del pequeño bailó en el campo de minas que era la cabeza de su madre. Luisa pensó que era el momento justo para evitar que su hijo creciera siendo uno más de esos crédulos del pueblo, obsesionados con historias de terror. Así que Luisa tomó el dibujo del niño que estaba en la mesa y en un rápido movimiento lo partió a la mitad en frente a todos. Esteban vio su dibujo del que tan orgulloso estaba, destruido, pensó en todo el esfuerzo y dedicación que le había puesto y en cómo la persona que más quería en el mundo destruyéndolo con furia y odio. El pequeño empezó a llorar, pero no era un simple berrinche, fue un llanto honesto, lleno de sentimiento. Luisa se sintió mal, supo que lo que había hecho era injustificable, pero al igual que en el café, supo que no podía retractarse, había tomado un camino sin retorno. Lo único que quedaba era continuar con la escena, aferrarse a sus motivos y esperar a que su familia los entendiera y aceptara, pero no pasó. Alberto se limpió los labios con una servilleta, se levantó de la mesa y dijo: -Luisa ¿podemos hablar en el cuarto? Luisa se levantó de la mesa y siguió a su esposo. -¡¿Qué diablos pasa contigo?- Explotó Alberto cuando se cerró la puerta.- ¿Cómo puedes romper así el dibujo de tu hijo? -¡Ay no me vengas con esas tonterías! Nunca convives con él y ahora vienes a decirme cuánto te importan sus sentimientos. -Por supuesto que me importa, es mi hijo y no cambies de tema, lo que hiciste ahí afuera estuvo muy mal, Luisa. Luisa peleaba por una causa perdida, sabía que había actuado muy mal, se arrepentía de ello. Se sentó en los pies de la cama, inclinó la cabeza y empezó a llorar. Alberto pudo notar que algo aquejaba a su esposa y sabía que gritarle en ese momento no sería de ninguna ayuda. Se sentó junto a su esposa, colocó la mano alrededor de sus hombros y le preguntó: -¿Qué te sucede? Dime- Preguntó con un tono suave y calmado. Luisa abrazó a su esposo y su llanto se intensificó. -Ya no lo soportó- Dijo Luisa- Por favor, vámonos de aquí, quiero irme a cualquier otro lado. -¿Irnos?¿Pero por qué, cielo? -Ya no lo soporto, solo hablan de ese estúpido monstruo, no puedo salir de la casa sin llenar mi cabeza de ese maldito heraldo, y ahora en mi casa y mis hijos. Ya no puedo con esto. -Pero solo estábamos jugando- Explicó Alberto. -Jugando, discutiendo, peleando, conversando ¡Todo gira en torno al maldito Heraldo! ¿No lo entiendes? mi vida ahora se trata de esa cosa y no quiero, por favor, vámonos de aquí. -Pero sabes que mi trabajo está aquí, la escuela de los niños, no podemos irnos así sin más. No puedes solo ignorarlos y ya. El llanto de Luisa se cortó, miró a su esposo, debajo de esa capa de lágrimas y mocos, había una triste decepción. -Si no puedes apoyarme cuando te lo pido, no veo porque deberíamos seguir juntos. Un par de días después el vuelo de Luisa aterrizó, venía de un largo viaje de varias horas cruzando el país de extremo a extremo. Aunque su divorcio le entristece estaba feliz de salir de Monte n***o y su hermana, que por suerte vivía a muchos kilómetros de distancia, le ofreció su casa para quedarse en lo que se arreglaban los tramites del divorcio. Se paró en la puerta C, esperando a ver a su hermana, pero aun no llegaba, era de esperarse, el vuelo se adelantó una hora. Fue a una cafetería, pidió un café con leche y compró una linda rebanada de tarta, pensó que eso le ayudaría a quitarse el mal sabor de boca del café del avión. Antes de sentarse en una banca pasó a un puesto de revistas, buscando algo con que entretenerse en lo que llegaba su hermana, compró un periódico y escogió una banca. Probó un bocado de su tarta, demasiado dulce pero rica. El café un poco amargo, pero rico. Abrió el periódico justo por la mitad, había un enorme encabezado en la noticia que decía “El nuevo monstruo de Monte n***o”, una vez más el horno dentro de ella se encendió y el calor inundó todo su cuerpo pidiendo a gritos explotar. -Hola- Un apuesto caballero en gabardina se sentó a su lado. -¿Cómo estás? Se veía joven, pero maduro. Luisa se tranquilizó, las llamas en su interior cedieron lo suficiente como para poder actuar de forma natural. -Hola, estoy muy bien.- Dijo Luisa sonriendo. -Eso veo.- Contestó el joven de forma sumamente carismática. Luisa sabía que era muy pronto, aun no estaba divorciada, pero alguien tan apuesto como ese hombre era una oportunidad que pocas veces se presentan en la vida, así que decidió que estaba dispuesta a jugar un poco. -Disculpa linda, pero no pude evitar notar algo en tí. -¿Sí? ¿Y qué es?- preguntó Luisa de la forma más sutilmente cautivadora que pudo. - Que compraste el periódico con la noticia de Monte n***o ¿A ti también te interesa el heraldo, no? Luisa cerró el periódico y vio la portada, el enorme encabezado con un dibujo de la desconocida bestia cubría casi por completo la página. No hay a donde huir- Pensó Luisa.
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