(Macarena)
Aquella tarde, me fui más temprano a mi casa, quería arreglarme muy bien y no quería atrasarme para "la gran cita". Me miré al espejo con resignación. Jamás podría competir con las mujeres plásticas de la televisión.
Saqué un montón de ropa, no sabía qué ponerme. ¿Tendría que ir formal, informal, espectacular o normal? Después de probarme varias tenidas, decidí ir simple. Me calcé un jeans, un beatle (camiseta cuello alto) en color crudo, un chaleco en cuello bote (barco) color beige y unos botines en el mismo tono.
Norma entró en mi cuarto, miró la cama llena de ropa y luego directo a mi cara.
―¿Qué pasa?, ¿va a salir?
―Sí, nana, voy a cenar fuera, tengo algo así como una cita.
―¿De verdad? ―Se alegró.
―Sí, voy a cenar con un amigo y su familia.
―Pero ¿cómo? No me había dicho nada.
―Es que... En realidad estamos empezando... y...
―Pero va a ir a cenar con su familia.
―Sí, es que su papá también es amigo mío, era amigo de mi papá y del tata (abuelo) de hace mucho tiempo.
―Ah, por eso va a ir a su casa.
―Sí, la verdad es que fue el papá quien me invitó a cenar a su casa, no él... Bueno, él también, pero su papá...
―No me dé explicaciones, niña, me basta con saber que usted está bien y está abriendo de nuevo su corazón al amor.
Me quedé en silencio, no supe qué decir, no quería decirle que prácticamente me habían comprado, ¿cómo confesar ante ella, mi segunda madre, una atrocidad así?
―Nana... Ya no quiero seguir como hasta ahora y espero darme una oportunidad, pero no quería decirles nada hasta que todo estuviera un poco más claro, y tal vez esta noche sea el momento.
―Con mi viejo queremos que usted sea feliz, niña, es lo único que queremos, no puede negarse a conocer a otro hombre por lo que pasó. A su papá y a su tata no les gustaría eso.
―Sé que no les gustaría ―repliqué pensando más bien en el trato que iba a hacer.
―Supongo que no sabe a qué hora va a llegar.
―No, nana, no me esperen despiertos, me van a venir a buscar y a dejar, así que no se preocupen por mí.
―Igual estaremos atentos.
―No tienen que hacerlo ―declaré firme.
―Está bien, niña.
―Gracias.
Norma salió de mi cuarto. Yo me senté en la cama, nerviosa. No sabía con lo que me iba a encontrar y no quería que mi nana me viera a la vuelta sin saber cómo iba a regresar, anímicamente digo.
Me miré en el espejo una y otra vez. Me veía bonita, sí, pero no provocativa. Lo que menos quería, era provocar y que pensaran que era tan frívola como las amiguitas de mi "novio".
Salí al pasillo con lentitud, no quería llegar a la sala, faltaban quince minutos para las siete, por lo que pasé de largo por el salón, me puse el abrigo, me fui al bar para sacar una bebida y salí a la terraza para fumar un cigarro. No era gran fumadora, no obstante, esta ocasión lo ameritaba. Tuve tiempo suficiente para pensar en lo que haría al llegar, en lo qué le diría a don Carlos acerca de mis motivaciones, imaginando conversaciones...
El chofer de Saravia llegó puntual y, como yo estaba lista, salí casi de inmediato, luego de despedirme de mi nana y mi tío Fidel.
―Buenas noches, señorita Véliz ―me saludó cortés―, mi nombre es René Pérez, chofer de don Carlos Saravia.
―Buenas noches, René, gracias por venir a buscarme ―respondí de igual forma, aunque un poco incómoda.
Me miró sorprendido, pero no dijo nada. Abrió la puerta trasera del auto para dejarme subir.
―¿Puedo ir adelante con usted? ―consulté algo avergonzada.
Sin decir nada, cerró la puerta del vehículo y abrió la del copiloto.
―Si me disculpa ―comentó mientras íbamos en camino―, usted es diferente a las demás chicas, una de las otras, aparte de haberme hecho esperar media hora o más, se hubiesen sentido las reinas de Inglaterra.
―Bueno, yo no soy así, me gusta ser puntual y creo que uno debe respetar a todo el mundo, no porque usted sea chofer, voy a tratarlo de forma despectiva o engreída. Favor que hace al llevarme.
―Es todo un placer, señorita ―respondió el hombre regalándome una sincera sonrisa.
―¿Usted trabaja mucho tiempo para don Carlos?
―Llevo con él más de veinte años.
―Harto.
―Sí, es un buen hombre y un buen jefe al que le ha tocado sufrir mucho.
Respiré hondo. Don Carlos me había puesto en una situación bastante difícil, por lo que no podía opinar lo mismo de él.
―Llegamos, señorita, espero que le vaya muy bien.
―Gracias, René ―respondí nerviosa, con el estómago hecho un nudo.
―No se enamore, hágase ese favor, Vicente no se enamora, solo juega y usted no es para eso ―me advirtió al momento de bajarme.
La sonrisa se esfumó de mis labios, segunda persona que me decía eso. Primero, mi mejor amiga, ahora, un hombre al que acabo de conocer.
―No lo haré, gracias por el consejo.
El me dedicó una sonrisa cargada de lástima.
La puerta de la casa se abrió y Carlos Saravia apareció para recibirme con una gran sonrisa en sus labios e inmensa culpa en sus ojos. Me alegré de no ir más formal, mi anfitrión vestía un jeans y un chaleco (chompa, jersey) en cuello V de una reconocida marca.
―Hija, gracias por aceptar mi invitación. ―Me dio un beso en la mejilla mientras me abrazaba―. Entremos que hace frío. ¿Cómo estuvo tu día?
―Imagínese ―contesté con tristeza entrando a su casa.
El hombre me detuvo en el corto pasillo que hacía las veces de entrada.
―Macarena. ―Me tomó de ambos brazos―. Esto será solo un negocio, un papel firmado, nada más. Vivirán en la misma casa, por supuesto, pero tendrán cuartos separados; mi hijo no te tocará y que no se atreva a hacerlo, porque René vivirá con ustedes, por si alguna noche Vicente llegara borracho e intentara sobrepasarse contigo.
Fruncí el ceño, eso no lo entendí, ¿debía tener un guardaespaldas para protegerme de mi futuro esposo?
―Nada de romance ―continuó haciendo caso omiso a mi gesto―, nada de amor, mucho menos de... sexo. Un papel firmado los unirá en matrimonio por siete años.
―¡Siete años, don Carlos! ¿No cree que es demasiado tiempo?
―Lo sé y lo siento.
―La verdad, es que no entiendo nada, es decir, sé lo que usted espera y todo, pero ¿por qué?
―Todo esto es por mi suegra ―comenzó a explicar―, en su testamento dejó estipulado que la herencia sería repartida entre mis tres hijos, pero la herencia total no será totalmente suya hasta que Vicente se case, y eso con ciertas restricciones hasta cumplidos los siete años de matrimonio, entonces todas las empresas y bienes serán de mis hijos. Yo sé que a Vicente poco y nada le interesa el patrimonio familiar, pero yo no dejaré que el esfuerzo y sacrificio de mis suegros y de su padre se pierdan por la inconciencia de mi hijo.
―Lo entiendo ―comenté pensando en mi propia situación.
―Te juro que lamento haberte metido en este lío, de no ser necesario...
Asentí. Ahora, con las cosas un poco más claras, me quedaba mucho más tranquila. Podía estar segura que el nuestro sería un matrimonio de papel.
―Vamos a la sala, hace frío y tú estás helada.
La casa, en realidad, estaba abrigada, pero al llegar al gran salón, la preciosa chimenea eléctrica daba un calor muy agradable.
Me solté de mi anfitrión y me acerqué a la chimenea para abrigarme las manos. Las tenía congeladas.
―La cena está lista, señor ―habló una mujer en la puerta, yo me volví a mirarla―. Buenas noches, señorita.
―Buenas noches ―respondí con una sonrisa, parecía una mujer muy afable.
―Gracias, Marta, ¿mis hijos ya están listos? ―consultó el hombre.
―No, señor, bajarán enseguida, el joven Vicente está con su hermano que está terminando una llamada.
―Gracias.
Marta se fue, yo me volví al calor de la chimenea. Don Carlos se paró a mi lado, bueno casi, se quedó un par de pasos detrás de mí.
―Está muy linda su casa ―halagué sincera, su casa era preciosa, delicada y armoniosa.
―Gracias, mi esposa la decoró, tenía muy buen gusto ―explicó con un dejo de tristeza que encogió mi corazón.
―Debe echarla mucho de menos ―comenté mirándolo de reojo.
―Mucho. ―Sonrió triste.
―¿Usted sabía lo de la herencia? ―me animé a preguntar.
―No, y no tengo idea de por qué mi suegra lo hizo así; es cierto que ella no estaba de acuerdo con el estilo de vida licenciosa que lleva mi hijo, pero esto involucra a otras personas, esto afecta a toda mi familia... Y ahora a ti. Vicente es muy bien parecido, las chicas le llueven a montones y, aunque no quiera compromisos, estoy seguro que cuando encuentre a la chica indicada toda esta locura pasará.
―¿Y si él se enamora antes de los siete años?
Mi anfitrión tomó aire.
―Espero que no.
―Siete años es mucho tiempo, imagínese, en el 2015, cuando se acabe el contrato, tendré casi treinta años, ¿y él? Pueden pasar muchas cosas.
―Bueno, espero que no tantas.
―Claro, perdería la herencia.
―Si es por la verdadera felicidad de mi hijo, no me importaría perderlo todo, no así por la irresponsabilidad que hoy lo caracteriza.
Entonces me di la vuelta para mirarlo de frente y, detrás de él, un hombre me miraba con frialdad. Tenía una mirada tan penetrante que incluso a la distancia, me cohibió.
Don Carlos siguió el curso de mi mirada, había quedado pegada y ni cuenta me había dado. Su hijo no apartaba sus ojos de mí, parecía que no le gustaba nada lo que veía.
―Vicente, hijo, ven. ―Don Carlos puso una mano en mi espalda y me empujó con suavidad hacia Vicente―. Ella es Macarena Véliz, tu futura esposa ―me presentó.
―Yo podría haber conseguido una mujer mucho mejor ―dijo al tiempo de escanearme de la cabeza hasta los pies y de vuelta a mi cara.
Volvió a clavar sus pupilas en mí. Yo no me amilané, si él me miraba despectivo, yo no lo hacía menos. Era un hombre atractivo, pero su carácter parecía horrible y eso me hacía olvidar cualquier atractivo que tuviera.
―Hijo, por favor ―suplicó el padre.
―Debería haberse conseguido otra mujer ―contesté a Vicente, ignorando a mi futuro suegro―, así me evitaría esta estupidez y este mal rato. Aunque al parecer no es tan capaz de hacerlo.
―¿Quieres comprobar de lo que soy capaz? ―preguntó en claro doble sentido.
―No. Estoy segura que si se la hubiese podido, yo no estaría aquí esta noche ―ironicé.
―Sí, seguro. Entonces deduzco que no te interesa ser mi esposa. Hay mujeres que matarían por estar en tu lugar.
―Entonces que venga una de esas. Lo que es a mí, no me interesa casarme, mucho menos con un tipo como tú.
―¿Cómo yo? ¿Tengo algo de malo?
Vicente abrió los brazos y se dio una vuelta en 360° mostrando su perfecta anatomía.
―¿Además de un ego tan grande que oculta muy bien todo lo bueno que puedas tener? ―repliqué con sarcasmo.
―Dime que no te gusto, querida.
Yo sonreí socarrona.
―Primero, no me gustan tan altos, segundo, no me gustan con ojos oscuros, prefiero los azules, mira, para que te hagas una idea... Eres todo lo contrario a mi hombre ideal. En todo sentido.
―¿Ah, sí? ―Un brillo de diversión apareció en sus ojos.
―Sí, ¿por qué mentiría?
―Porque te gusto y no quieres reconocerlo.
―No creo que seas para tanto como dicen.
―Ninguna se ha quejado hasta el momento.
―Por dinero o fama se hace cualquier cosa ―afirmé sardónica.
―Como casarse conmigo ―repuso él con igual tono.
―Sí, pero yo no tengo necesidad de adularte, ni siquiera fingir que eres atractivo para mí, nuestro matrimonio será solo un papel.
―¿Estás segura que quieres un matrimonio solo de papel? ―preguntó con voz profunda mientras se acercaba como un felino a punto de cazar a su presa.
Di un paso atrás cuando alzó su mano para tomar mi mentón. Don Carlos le detuvo el brazo.
―A ella no la tocas ―advirtió el padre.
―Vamos a ver si ella no querrá que la toque. ―Sonrió perverso.
―Jamás permitiré que me toques, no soy como las mujerzuelas a las que estás acostumbrado ―espeté con fiereza, a mí no me intimidaban sus aires de grandeza.
La sonrisa se esfumó de sus labios y volvió a la frialdad del principio, ya no tenía el brillo divertido de antes.
―Entonces, con las cosas claras, me voy ―anunció como si nada.
―¿A dónde crees que vas? ―interrogó el padre.
―No necesito estar con ella, vine a tu casa porque querías que conociera a mi futura esposa, ya la conozco, ahora me voy.
―¡Vamos a cenar todos juntos! ―sentenció don Carlos con un tono de voz que hasta a mí me hizo temblar y que me recordó a mi abuelo y su autoritarismo.
El corazón se me apretó en el pecho al evocar esos momentos con él, en lo mucho que lo echaba de menos y a la vez en lo mucho que siempre lo temí, en lo que diría si me viera en esta situación y en...
Vicente se paró frente a mí, algo me había preguntado, pero no sabía el qué. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no lo oí.
Dio un paso más hacia mí y me sentí pequeña e indefensa ante tamaño cuerpo.
―Cenaré con ustedes, a ver, si ya que no tiene belleza, al menos tiene cerebro ―se burló.
―¿Hablas de mi cuñadita?
Vicente se volvió a mirar a quien habló desde la puerta y con eso pude verlo y él a mí.
―¿Macarena Véliz? ¿Eres tú "esa" Macarena Véliz? ―preguntó emocionado y feliz.
Yo sonreí abiertamente y corrí a sus brazos, como siempre. Él me recibió dando vueltas conmigo en el aire.
―Princesa... ―me nombró bajándome al piso.
Vicente resopló molesto. Ambos lo miramos. Diego se echó a reír y me abrazó más fuerte sin importarle los bufidos de su hermano que cada vez estaba más enojado con esta muestra de cariño entre su hermano y yo.