Prólogo
Leí el E―mail una y otra vez, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Volví a releer:
“Señorita Macarena Véliz:
Por medio de la presente y, en vista que ustedes como empresa no han cumplido con su parte del trato, me veo en la obligación de retirar mis acciones y liquidar nuestro contrato. Espero mi dinero, depositado a mi cuenta bancaria, en un plazo no mayor a cuarenta y ocho horas.
De querer llegar a un acuerdo comercial, el único trato que estoy dispuesto a aceptar es el que usted acceda ser la esposa de mi hijo Vicente Saravia.
Esperando su respuesta a la brevedad, para afinar los detalles en caso de recibir buena acogida al acuerdo, se despide atentamente,
Carlos Saravia Gálvez
Director De CSG Ltda.”
Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos, las sienes me palpitaban. No podía aceptar un trato así, pero, por otro lado, estaba el tema del dinero, si Carlos Saravia retiraba su dinero…
¿Qué haría? ¿Dejaría que la empresa de tantos años se fuera a pique por mi culpa? ¿Dejaría que todo el esfuerzo de mi padre y mi abuelo se fuera al tacho de la basura?
Tal vez, ellos tenían razón y no debí tomar las riendas de la empresa. Ellos querían que fuese un hombre quien lo hiciera. Quizás, eso debí hacer, poner a cargo a otra persona, un hombre que llevara la empresa tal como lo habían hecho mi padre y mi abuelo, pensé desesperada por esta situación.
Me eché hacia atrás en el enorme sillón, si antes me sentía pequeña en él, ahora me sentía peor. Si tan solo uno de ellos estuviera vivo, esto no estaría pasando. Ellos sabrían qué hacer. Pero no estaban. Un estúpido accidente los arrebató de golpe de mi vida.
Y respecto al hijo de Carlos Saravia, ni siquiera lo conocía, aun así, abrí mi correo y, tomando aire, confundida, avergonzada y total y absolutamente desesperada, escribí la contestación.
Señor Saravia:
Como es de su conocimiento, mi empresa está pasando por un mal momento económico, si usted retira su apoyo financiero en este momento, ésta se iría a la quiebra.
Por esa sola razón, es que acepto su trato. Me casaré con su hijo, a quien no conozco y de quien no sé nada.
Esto no es fácil para mí, pero mi empresa lo vale, es el esfuerzo de mi padre y mi abuelo y no lo voy a tirar por la borda.
Dígame cuándo y dónde conoceré a su hijo, para planear los detalles de la boda.
Le saluda,
Macarena Véliz
Gerente General HIMM Ltda.
Las lágrimas corrían raudas por mis mejillas cuando presioné el botón: "Enviar". Ya no había marcha atrás. Lo hecho, hecho estaba. Y era lo mejor.
Pocos minutos después, recibí un correo de vuelta.
"Señorita Véliz:
Puedo decirle que recibí su correo con satisfacción. Mi suegra, que murió hace poco menos de un año como ya sabe, dejó estipulado que su nieto, mi hijo Vicente, debía casarse para recibir la herencia antes de cumplir dieciocho meses desde su fallecimiento.
Como menciona en su Email, usted no lo conoce, pero él es un hombre que no tiene interés alguno en sentar cabeza, por lo que un matrimonio arreglado es la mejor opción para él.
Esta noche, en mi casa, conocerá a mi hijo. Enviaré a mi chofer para que la recoja en su casa a las ocho en punto.
De todos modos, no se preocupe, esto será solamente un negocio con fecha de caducidad: siete años. En casa hablaremos más extenso de los detalles.
Muchas gracias por aceptar el trato, su empresa será muy bien recompensada.
Nos vemos esta noche.
Atentamente,
Carlos Saravia G.
Director Empresa CGS Ltda.".
Leí este último correo, frustrada. “Solo un negocio”, como si yo fuera una prostituta, rezongué en mi mente.
En ese momento, me arrepentí de aceptar. Mil preguntas molestaban mi ya atormentada mente. ¿Cómo sería el hijo de Carlos? Tal vez era un tipo asqueroso, si no, ¿por qué debía recurrir a un medio tan bajo para conseguir esposa? ¿Tan mal estaba que ninguna mujer lo aceptaba?
―Maca, amiga, tengo una duda con estos papeles... ―Ingrid entró a mi oficina como un torbellino y se quedó de piedra al verme llorar―. ¿Qué te pasó? ―preguntó preocupada una vez que se repuso.
―¿Tú no sabes golpear? ―la censuré molesta.
―¡Maca! ―protestó―. Nunca he golpeado y no voy a empezar a hacerlo ahora. Ya, cuéntame, ¿qué te pasó?
―Nada ―contesté secándome las lágrimas lo más disimulada que podía.
―A mí no me engañas, ya dime, ¿qué te pasó? Algo grave debe ser porque desde que tengo uso de razón y te conozco, te he visto llorar dos veces, la primera cuando íbamos en segundo básico y la profesora te llamó "guacha" porque no tenías mamá y la segunda, cuando despertaste después del accidente y supiste lo que pasó. Ahora, dime, ¿de verdad quieres que no me preocupe?
Me rendí ante sus argumentos, en realidad, Ingrid era mucho más que mi amiga.
―Ven ―suspiré―, mira esto.
Ingrid acercó su silla y se sentó a mi lado. Con mucha vergüenza, le enseñé el primer correo.
―Supongo que no vas a aceptar las condiciones de ese hombre, ¿cierto? Y tan correcto que se veía, a mí me encantaba él, parecía un buen amigo de tu papá y de tu tata. ¡So viejo infeliz!
Mientras ella despotricaba, yo me encogía más en mi asiento y, arrepentida de no haber tomado el consejo de mi amiga antes de tomar una decisión, abrí la respuesta que había enviado. Su expresión me espantó.
―¡No, flaca! Pero ¿qué hiciste? Te pusiste la soga al cuello, amiga. Y con ese tipo más encima.
―¿Qué tiene ese tipo? ¿Lo conoces?
―¡Claro que lo conozco! ¿Tú no? Ah, no, claro que no, tú no ves televisión, si vieras, sabrías quién es Vicente Saravia ―recalcó mucho las palabras.
―¿Es un actor?
Mi amiga se echó a reír con ganas, yo no le encontraba la gracia.
―¡Ya, Ingrid, dime quién es él! ―la espeté molesta, esta situación me ponía nerviosa y su actitud no ayudaba mucho.
―Amiga, él es el top one de la farándula chilena. Ha participado en realities, hace eventos en las discos (Discotecas), ha salido en más de una teleserie. Dónde hay una mujer sola, ahí está él; problemas de faldas, él; mujeres agarrándose del moño, es por él. No hay programa de farándula que no lo quiera de invitado. Menudo hombre que te ganaste. Mi más sentido pésame, amiga.
Tomé aire y terminé de hundirme en el sofá, si lo hubiera sabido antes...
―La parte buena es que atraparás al soltero más codiciado ―se burló con algo de envidia.
―Podría haberse conseguido una esposa de su ambiente, entonces ―reclamé.
―¡Claro que no! ¿Estás loca? ―me rebatió con firmeza―. Esas chicas lo único que quieren es pasar el rato y obtener dinero fácil y rápido. Si Vicente se casara con una de ellas, quedaría en la ruina en dos meses.
La situación le parecía muy graciosa al parecer, porque volvió a largar otra risotada.
―No me parece gracioso, Ingrid.
―Claro que no es gracioso, Maca, pero dime, ¿cuándo lo vas a ver? Para que me invites, porque harto rico que está ―me dijo guiñándome un ojo.
―¡Oye! ―Si ella creía que esto era una broma, estaba muy equivocada.
―Ya, no te enojes.
―Mira ―le indiqué el correo que me había contestado don Carlos, en el que me invitaba a su casa esa noche.
―Guau, Maca, pero esto va muy rápido. Espero que te vaya muy bien, aunque con ese hombre no te lo aseguro. El único consejo que te puedo dar, ahora que está hecho el trato, es que no te enamores, si lo haces, estarás frita, porque él no se enamora, él juega.
―No quiero enamorarme, tú lo sabes, no necesito, ni quiero, a un hombre a mi lado ―respondí con firmeza, aunque no pude evitar recordar que hacía poco rato pensé que necesitaba un hombre que se hiciera cargo de mi empresa.
De todos modos, ese hombre no sería Vicente Saravia.
PRIMERA PARTE
CONOCIENDO AL ENEMIGO