(Vicente)
Lo que dijo Macarena me dolió, no sé muy bien por qué, pero visto de esa forma...
―¿Eso crees de mí? ―inquirí molesto―. ¿Crees que quiero un hijo como si fuera un trofeo?
―Sí ―aceptó sin vacilación.
―O sea tú crees que los hijos son felices solo con mamá y papá juntos aunque no se amen. Quieres que tus hijos nazcan dentro de un matrimonio "bien establecido" ―me burlé.
―Si los tuviera, lo que no pasará, sí. Creo que uno se casa para toda la vida.
―Nosotros nos casaremos, ¿me tendrás atado a ti toda la vida? Ahora entiendo tu interés en casarte por la iglesia.
―No me interesa estar casada contigo para siempre, tú fuiste el que lo quiso, el que dijo que si se casaba lo haría como Dios manda.
―Bien, porque aunque un puto papel lo diga, no te amo ni te amaré, no tendremos hijos y en cuanto todo esto termine y me pueda escapar de tu yugo, lo haré, no me importa lo que digan ni las leyes divinas ni las humanas. Tú y yo solo seremos dos individuos obligados a vivir bajo el mismo techo sin nada en común que nuestro amor al dinero y el temor a perderlo.
La herí. Lo vi en sus ojos y eso quería, pero no me gustó la sensación.
―¡No es por dinero! ―se defendió.
―¿Ah, no? ¿Y se puede saber cuál es tu motivación aparte de los millones que mi padre inyectará en tu empresa?
―Vicente, ya basta, la motivación de Macarena es algo más íntimo para ella.
La contemplé un momento, ella sostuvo mi mirada con altanería. Esa mujer era una caja de pandora, quería saber qué era lo que la motivaba a ella, pero estaba seguro que no me lo diría. Apartó su mirada de mí. Y me sentí vacío.
―Está bien, si tú lo dices, papá, lo creeré. En ese caso, Macarena, lo único que nos une es un papel. ―¿Por qué me costaba tanto pronunciar su nombre?
―Así es ―respondió lacónica entrecerrando los ojos.
―No nos alejemos del punto que estamos tratando. Son siete años, pero si alguno de los dos se enamora de verdad de alguien más, quedarán libres ―acotó mi padre.
―Y si él se enamora, ¿cómo quedaré yo? ―preguntó Macarena.
―Si eso sucede, tendrás lo que te prometí sin perjuicio.
¿Y tenía la desfachatez de decir que su motivación no era el dinero?
―No te preocupes, eso no sucederá ―afirmé convencido.
Ella suspiró, Diego apretó su mano, mi prometida lo miró y él le cerró un ojo, le sonrió, pero de inmediato volvió su vista hacia mí, yo meneé la cabeza, si había alguien aquí que se enamoraría antes del plazo, sería ella, de eso estaba seguro. Porque ya lo estaba.
―Yo creo que será al revés ―comenté sin pensar―, y creo que perderé con mi propio hermano.
Ahora fue ella la que apretó su mano y lo miró interrogante. Él negó con la cabeza. ¿Qué se estaban diciendo sin palabras?
―El siguiente punto importante ―prosiguió mi papá ajeno a las miraditas de mi hermano y mi novia―, es el de los bienes obtenidos a través del matrimonio.
―Nos casaremos con separación de bienes ―repuso Macarena.
―No, el tercer artículo dice que el matrimonio debe ser con bienes mancomunados. Mi suegra no creía en los matrimonios que no compartieran todo, para ella, al casarse, todo pasaba a ser de ambos, no debería existir "lo tuyo y lo mío".
―Aunque sea así, no quiero nada que no me pertenezca.
―No tendrás nada que no sea tuyo ―afirmé, si ella quería quedarse con algo, que se lo pidiera a mi hermano.
Me miró con furia. Sus ojos brillaban.
―Lo sé, hija. ―Mi padre la interrumpió a propósito―. Sé que tú eres honesta, pero sí te aviso que todos los regalos que les haré de ahora en adelante, serán tuyos.
―No, don Carlos, no...
―Tú estás perdiendo mucho con este trato y la única forma de compensarte y que conozco es... el dinero.
―¿Y no te importa lo que yo tenga que sufrir? ―interrogué cada vez más molesto, todos estaban con ella; como siempre, nadie me daba el favor a mí.
―Este trato es por tu inconsciencia, si no fuera que eres un tiro al aire, esto no estaría pasando.
―Claro, y ella es Santa Macarena ―repliqué más enfurecido.
―¿Queda mucho por tratar? Quisiera irme ―dijo con ¿tristeza?
―No ―respondió mi padre―, chicos, yo espero que se respeten y aprendan a convivir, si siguen con esta actitud, dudo mucho que puedan llegar al primer aniversario juntos.
Macarena bajó la cabeza, sus mejillas se sonrojaron. Sonreí al verla. Ella me miró de reojo, pero apartó de inmediatos sus ojos de los míos. Iba a declarar la paz, pero mi hermano la abrazó.
¡La abrazó!
―Díselo a ella, es la que ha estado todo el tiempo a la defensiva.
―Tú no lo haces mejor ―respondió.
―¿Ven lo que les digo? Será muy difícil la convivencia entre los dos y si es así, me obligarán a traerlos a vivir acá, de ese modo no tendrán que verse ni toparse, mucho menos estar solos para ofenderse cada cinco minutos.
Fernanda no pudo evitar su risita odiosa, la miré con censura. Me hizo un gesto, uno de sus típicos gestos burlones.
―Lo siento ―se disculpó Macarena clavando sus pupilas en mí.
―Yo también lo siento..., papá ―respondí mirándolo a él. A ella no le pediría disculpas de mi actitud. Mal que mal, ni siquiera sabía de qué se estaba disculpando. ¿De su constante coqueteo con mi hermano? ¿De sus sarcasmos, sus ironías, de su lengua viperina? ¿De su actitud desafiante?
―Bueno, con todo aclarado, Macarena, quedas libre, le diré a René que te lleve a casa.
―No hace falta ―salté sin pensar―, yo la llevo. ―Me miró con desconfianza―. No te asustes, si vamos a ser marido y mujer, lo más lógico es que sea yo quien te lleve, ¿no se supone que me enamoré perdidamente de ti? Además, ya estamos comprometidos, aunque ni un brindis han ofrecido en nuestro honor.
―Mi hermanito tiene razón ―aceptó Diego, burlón―, ya que están de novios, deberíamos festejar y hacer un brindis por la feliz pareja.
¡Idiota!
Se fue a buscar una botella de champaña mientras mi hermana sacaba las copas del bar. Yo aproveché la instancia para acercarme a mi prometida.
Nos sirvieron las copas y, con ellas en la mano, comenzaron las buenaventuras.
―Por mi hermano y mi cuñadita, espero que, si no son felices, al menos no se maten ―brindó Diego, con una risa odiosa, alzando su copa.
―Espero que todo salga bien y no me arrepienta de esto ―le siguió mi padre.
―Yo espero que si no te llevas bien con mi hermano, sí lo hagas conmigo y seamos amigas ―continuó Fernanda, feliz de tener una cuñada.
―Porque no nos matemos antes de tiempo ―bromeé.
Macarena guardó silencio un momento, esperábamos su brindis para beber el contenido de las copas.
―Que funcione ―dijo simplemente, encogiéndose de hombros.
Las copas chocaron en el centro del círculo que se había formado. Macarena iba a beber, pero le detuve el brazo, las cosas se hacían bien o no se hacían. Crucé mi brazo con el de ella y la miré a los ojos mientras bebíamos, aunque yo tomé un pequeño sorbo, debía manejar y no la arriesgaría a ella a tener un accidente conmigo. Ella bebió tan poco como yo. Nos apartamos y le sonreí. Sin pensarlo ni un segundo, le di un corto beso en los labios.
―Ahora sí, queda sellado el trato ―acoté.
―Sí ―respondió un tanto turbada.
―¿Vamos? La bella durmiente debe ir a dormir ―la invité sin dejar mi sonrisa.
Ella se puso roja y se dio la vuelta para recibir de Marta su cartera y su abrigo. Recibí mi chaqueta y le di la mano a mi padre. Él me abrazó.
―Cuídala ―rogó de verdad interesado.
―No te preocupes, la protegeré con mi vida ―dije medio en serio y medio en broma.
En mi oído volvió a suplicar por ella, estaba seguro que si no estuviera desesperado, jamás se le hubiese pasado por la cabeza hacer lo que estaba haciendo.
Macarena se despidió de mi padre, al igual que yo, de un abrazo y en su oído le dijo palabras tranquilizadoras y muchas disculpas.
―Chao, hermanito, cuida a mi cuñada, de verdad te lo pido, cuídala.
―Claro que sí, Diego, no te preocupes, te la devolveré sana y salva para que sigan con su romance.
―No digas lo que no sabes y no juzgues sin tener idea. Entre ella y yo no hay nada, ya te lo dijimos, Macarena es una buena amiga, una chica a la que quiero como a Fernanda.
―Claro, no te preocupes, no la lastimaré.
Fernanda me abrazó y luego me tomó la cara con sus dos manos.
―Estoy segura que la cuidarás, cuídate tú, hermanito después de dejarla en su casa.
―No te preocupes, estoy cansado, así que seguro me iré directo a mi depa (departamento)
―Te quiero, lo sabes.
―Sí, lo sé y yo a ti.
Le di un beso en la mejilla y la apreté contra mí, Fernanda era la única capaz de hacerme cambiar de ideas y darle en el gusto en todo. Era mi consentida.
Vi a Diego despedirse de Macarena y darle algunos consejos para enfrentarse a mí y que, en caso de necesidad, lo llamara, que él feliz venía a golpearme si ella no era capaz.
Luego se despidió de Fernanda.
―Un gusto conocerte, aunque haya sido así, ya verás que no será tan malo, mi hermano es una oveja con piel de lobo ―se rio divertida.
―¡Oye! ―le reproché de buen humor.
―¿Qué? Si es la verdad, tienes un corazón de oro debajo de toda esa capa de burla y rencor ―aseguró girando hacia mí.
―Sabes que no me gustan tus sicoanálisis.
―Lo sé, y no te lo estoy dando a ti, se lo estoy dando a ella. ―Se volvió a mi prometida, parecía divertirle toda la situación―. Tú tranquila, cuñada, él ladra pero no muerde, te apuesto que muy pronto será un corderito a tus pies.
―¡Fernanda! ―grité haciéndome el enojado.
―Que no te asuste, estoy segura que jamás te pondría una mano encima, ni siquiera sería capaz de amenazarte.
―Ya ―respondió mi novia incómoda.
―Nos vemos, que te vaya bien.
―Gracias.
Se despidieron y salimos. Ella se encogió ante el frío de la calle. Nos subimos a mi pequeño deportivo, en ese momento me arrepentí de haber llevado ese, era demasiado pequeño.
―¿Dónde vives? ―consulté antes de salir, mientras subía a la calefacción.
Me indicó la dirección, no era muy lejos de allí. Salí con suavidad.
Juro por mi vida que yo la iba a llevar directo a su casa, pero pensé que si querían que me creyeran que estaba con una mujer estable, debían verme con ella. Recordé a Rossy, ella iba a ir con su nuevo novio a un conocido y exclusivo restaurant. Esa era mi oportunidad, sabía que los periodistas la seguirían hasta allí cubriendo esa noticia. Nadie sabía que iba a estar en ese lugar. Solo yo y, por supuesto, su nuevo novio. Y yo lo sabía porque lo que pretendía Rossy, era sacarme celos. Cosa que, obvio, era imposible.
Miré a mi novia que iba a mi lado con sus ojos cerrados. Parecía cansada. No, mucho más que eso, parecía agotada. La iba a hablar, pero no quise interrumpir su descanso. Abrió los ojos y miró hacia afuera.
―¿Dónde vamos? ―preguntó perdida.
―Te llevo en un rato, necesito hacer algo antes, será rápido. No te preocupes.
Volvió a cerrar los ojos. No supe si estaba demasiado cansada o confiaba demasiado en mí como para cerrar los ojos y dejarse llevar a cualquier lado. O bien, sabía que no podría lastimarla, mucho menos con mi papá y mi hermano detrás.
Vi el restaurant de lejos, había acertado, estaba lleno de periodistas. Quise despertarla, pero se veía tan bien así, que no me animé a hacerlo. Esperaría a que llegásemos. Tal vez, si estaba dormida, ni siquiera despertara; en el fondo, lo único que yo quería era que la vieran y supieran que estaba con alguien. Un alguien muy especial para mí. Tanto así que estaba dispuesto a cambiar mi estilo de vida por ella.
Aparqué el automóvil a la salida del edificio. Los flashes no se hicieron esperar. Y Macarena despertó. Yo rogué que no hiciera un escándalo allí.
―¿Qué significa esto? ―inquirió con ojos tristes.
―Soy muy conocido, querida ―respondí y me acerqué a su oído―. Si quieres que lo nuestro sea creíble, esto es necesario.
―No quiero estar aquí.
―Lo sé, querida, lo sé. Ya nos vamos.
Bajé un poco más mi cara, por la posición en la que estábamos, sabía muy bien que ellos pensarían que nos estábamos besando.
Me aparté de ella y avancé despacio entre los periodistas que cumplían con su trabajo, al tiempo que les hacía una seña para darles a entender que a ella no le gustaban las cámaras y que no la tendría allí a la fuerza.
Cuando retomé la velocidad normal, ella abrió de nuevo los ojos.
―¿Por qué hiciste eso? ―me reclamó con suavidad.
―Porque necesitaba que nos vieran juntos, no puedo aparecer, de la nada, comprometido para casarme. Les daremos mucho que hablar a los medios.
―Yo no quiero ser parte de esto. ―Su voz fue como un ruego.
―Lo sé, pero es lo que soy, no puedo dejarlo de la noche a la mañana.
―No quiero que me pongas en ridículo ante todos.
―No lo haré, Macarena. ―¡Su nombre era tan difícil de pronunciar!―. Ya te dije que no soy un bastardo.