En ese momento, Hermes, que se había mantenido en silencio hasta ahora, decidió intervenir. ―Siento interrumpir, señora Lancas… que digo Jennifer, pero escuché a tu hermana y a tu esposo ayer. Decían cosas terribles sobre ti. Incluso deseaban tu muerte. La mandíbula de Jennifer se tensó por la rabia y la tristeza que le provocaron las palabras de Hermes. ―¿Enserio volvieron….a decir eso?―preguntó con tristeza. Stavros frunció el ceño por su pregunta. ― ¿Volvieron? ¿O sea… ya lo sabías? ―Si…―dijo Jennifer con tristeza. ―Así es señora. Se lamentaron de que usted seguía aun viva―respondió Hermes con sinceridad. ―Son unos malditos―dijo Jennifer mirando hacia la pared apretando su mandíbula, y unas lágrimas querían escaparse de sus ojos. Mientras que, Stravros, durante unos segundos,