Unos pitidos insistentes e insoportables me sacaron del sueño. Abro los ojos e inmediatamente los vuelvo a cerrar por la luz cegadora que lastima mis ojos. —Ya era hora que despertaras, rufián. Volteo la cabeza en dirección a esa voz y sonrío. —Hola, preciosa —Paso la mano por is ojos para sacar cualquier rastro que el sueño dejó—. ¿En dónde estoy? Veo que escribe algo en una planilla y la cuelga a los pies de la camilla. —En el hospital San José, soy tu doctora y... Olvidé qué dijo después. Soy tu doctora, claro que lo eres, preciosa. —Te daré de alta en cuánto el desayuno te sea entregado. Frunzo el ceño confundido. —Puedo desayunar en mi casa. Ella voltea y me mira mal. —Los estudios de sangre no dicen lo mismo. ¿Hace cuánto que no comes algo saludable y nutritivo? Siento m