Dos semanas más tarde.
Llevaban dos días encerrados trabajando, no habían hecho nada que no fuera trabajar y prepararse para un caso, le encantaba trabajar con él, pero cada vez que escuchaba el nombre de James Altazar como oponente en un caso se ponía demasiado tenso, tanto, que se tornaba insoportable.
Analía no recordaba haber tenido un solo momento de intimidad, Nathaniel se ponía tan intransigente que pretendía que le pidieran permiso hasta para ir al baño, cada vez que le veía moverse le preguntaba a donde iba y aquello le estaba enloqueciendo, se sentía presionada, limitada y ahogada por el hombre que simplemente le pagaba un salario, no la vida.
Analía entendía el nerviosisimo del joven. Por años, los mejores abogados penales de la ciudad han sido Altazar y Foster y los dos tienen una reputación impecable, así como su increíble trayectoria formando abogados, Nathaniel incluso tuvo la oportunidad de trabajar en su buffete cuando iniciaba, debido a un toque de nepotismo y su amistad con Jack Foster Jr.
La cosa es que en la cabeza de Nate ellos son una especie de Dioses y él un imbécil que no les puede ganar. Bueno, Analía sabe que son buenos, han practicado, pero de que se les puede ganar se les puede ganar, solo hay que encontrar la forma.
La mujer suspiró agotada y miró con odio a Nate, antes de darle un último sorbo a su café, se puso de pie, cerró el computador de un golpe y Nate se recostó contra su silla impresionado. Analía tomó sus cosas y el hombre le observó en silencio mientras empacaba su bolsa.
—Este caso es para la próxima semana —aseveró molesta—. Me duelen los ovarios y ya no tengo tampones.
Él se quitó los lentes de escritura para mirarle directo a los ojos, como si le hubiese dicho que era nudista y se masturbaba por dinero. Analía alzó una ceja y le miró seria en espera de un solo comentario inapropiado para enviarle. A visitar el infierno, devolverse y matarle personalmente, sin embargo, Nate se comportó como un caballero y le preguntó:
—¿Quiere ir a un centro médico?
—No. Yo estoy bien, solo necesito poner las piernas en alto e ir a mi casa —respondió—. Nada de hospitales.
Es incómodo tener el período, no importa si duele, no duele, si sangras poco o demasiado, fue hecha por un castigo y se siente como un castigo. Es peor cuando uno se mancha, cuando tiene que pedir permiso, pero decirle al jefe está alto en el ranking. La cosa específica con el jefe de Analía es la falta de límites, el joven simplemente no tiene un alto, no hay una forma de evadir trabajo con Nate porque es un adicto al trabajo, su vida está en estas oficinas, no es como que le importe su familia, descansar, vacacionar o alguien, al hombre solo le importa trabajar y espera lo mismo de los demás, especialmente de ella.
Llevaba horas muriéndose del dolor, pensó que tal vez podría ir durante el almuerzo a comprar una pastilla y comprar más toallas y tampones pero él llegó con más expedientes, cargados de probable información importante y no pudo rehusarse, pidió dos tazas de té de manzanilla y las cocineras de la cafetería quienes conocían el sufrimiento que pasaba cada mes insistieron en hacerle uno natural porque “la raíz es lo mejor”, y de aquella manera tradicional y naturista prepararon la bebida para intentar que se recuperase de aquel malestar, eso no era problema cuando le aliviaba, pero hoy sentía como que se moriría.
Sentía que le rasgaban todo en el interior.
Nathaniel le vio abrir los ojos de una manera sorprendente y palidecer más de lo que estaba, apenas le dio tiempo de correr y atajarla para evitar un fuerte golpe contra el suelo, la cargó y llamó a su chofer para que le esperase abajo y les llevase a un hospital, mientras bajaba recordó que ella no quería ser atendida en uno, por lo que llamó a un viejo amigo suyo quien a la brevedad de la situación se dirigió a su departamento con lo necesario.
Nathaniel esperó afuera para que su amigo pusiese atender a la joven con la privacidad necesaria, mientras esperaba bebió un escocés añejo y se culpabilizaba, se repetía “que si se hubiese detenido… tal vez…”, pero de igual manera no lo hizo, ese día no se detuvo a mirarle ni un segundo hasta que habló con la voz rota, los párpados cansados, ojerosa y completamente pálida, sus labios estaban blancos y él no lo notó, ahora ella estaba mal.
Notó la sangre en su camisa y se la desabotonó, caminó en dirección al cuarto de lavado y se deshizo de aquella ropa que llevaba puesta, y se cambió con algo más cómodo.
Ella estaba embarazada, Nathaniel no pudo evitar insistir en que una mujer como ella debía tener algún tipo de pareja y por el poco tiempo libre que tenía, para mantener una vida privada, lejos de él, sospechaba que era algo meramente s****l, y si sus sospechas eran ciertas… esa chica había perdido a un hijo.
¿Desde cuándo lo sabía? ¿Le esperaba con ansias? ¿Iba a renunciar?
Todo tipo de preguntas navegaban aquella mente que fue interrumpida por su amigo.
—Nate, le he inyectado, si el sangrado no disminuye en 30 minutos, hay que llevarle al hospital.
—Logan, estoy obsesionado con tu tío —dijo y su amigo le miró disgustado—.. De manera profesional, es como mi ídolo, no quiero perder contra él.
—¿Tu esposa sabe sobre lo genial que es ella? —preguntó Logan—. Es guapa y puede que sea desagradable que lo diga luego de haber revisado su v****a, pero es una chica linda, hablas sin detenerte sobre ella, y por lo que has dicho es lista.
—Logan, no seas imbécil, el que estés enamorado no quiere decir que la regla aplique para todos, no tengo una esposa, y a Analía no le interesa con quién me acuesto.
—¿Duermes con ella?
—No.
—Aún —dijo el joven y se cruzó de brazos.
—Te p**o por atenderle, no por asesorías amorosas de mierda.
El joven se puso en pie y fue devuelta a la habitación en la cual yacía la joven, con el cuerpo completamente laxo, él tomó su temperatura y llamó al hospital para que les reservaran un campo, alertó a su amigo y esperaron juntos la ambulancia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en cuanto abrió los ojos—. ¿Por qué estoy aquí?
—Tranquila, vendrán a explicarte —le dijo una enfermera a Analía.
La doctora, delgada y de fuerte carácter le hizo una revisión y luego le explicó que su método anticonceptivo se había encarnado, con el período fuerte se comenzó a desgarrar una parte y se cayó, aquella área estaba cicatrizada.
—¿No podré tener hijos? —preguntó sorprendida.
—Son bajas tus probabilidades, debes llevar mucho tratamiento… —Hizo un gesto con la mano para que se detuviera.
—¿La infección ya no está?
—Se quedará acá unos días más.
—¿Qué día es hoy? —preguntó Analía.
—Ingresó aquí el miércoles y han pasado casi diez días, le hemos dado antibióticos y sedantes.
—Necesito la fórmula para salir de aquí sin su permiso, haga la receta y deme el documento.
—No es conveniente, perdió mucha sangre…
—Necesito el papel o me voy. —Amenazó y poco después una enfermera ingresó a saludarle, le dio su ropa y también la fórmula de exoneración del hospital.
Analía le pidió a la mujer que le llevara en silla de ruedas hacia el área de taxis y esbozó una de sus encantadoras sonrisas, la mujer conmovida aceptó lo que la mujer le pidió y también le ayudó con su ropa, le dio una lista de alimentos que podía hacerle mejorar en cuanto a la energía y pastillas contra el dolor que iba a sentir, la mujer le dio su número en cuanto la dejó dentro del taxi.
Ana caminó tres pasos y lloriqueó al mover sus piernas, fue hasta entonces que se dio cuenta de que no tenía sus llaves, teléfono o bolsa consigo, pero al menos sabía cómo entrar a su casa sin una llave.
Se metió en un cómodo pijama y se cobijó entre las colchas más gruesas, mientras el aire acondicionado hacía de las suyas.
Nathaniel fue por la resolución del caso y resultó perdedor, aquello no ayudó a todos los prejuicios que divagaban dentro de su cabeza, se encontró con James quien le estrechó la mano y le regaló una sonrisa.
—Hijo, eres bueno, excelente para tu generación. —Hizo una pausa al ver el desgaste en el muchacho, él tenía todas las de perder porque tenía un delincuente sin vergüenza en sus manos—. Cuando seas viejo, seré yo el que tema.
—¿Qué hice mal?
—Escarba más, lo más sucio aunque no tenga que ver… te dice bastante sobre el tipo al que defiendes. Eres bueno, pero seguimos siendo los mejores.
El hombre tomó su maletín y cerró su saco para dirigirse hacia la salida, Nate jaló su cabello y se tomó unos minutos, iba a llamar al hospital para saber si Analía había despertado, pero se dio cuenta de que había dejado el teléfono en algún lugar.
Caminó hacia la salida y le pidió a su chófer que le llevara a comprar una sopa y unas rosas para Analía, éste asintió antes de ir a realizar el mandado, mientras su jefe descansaba un rato en el auto.
Todos en la empresa se preguntaban por el paradero de la dulce mujer que siempre le acompañaba y le guiaba, y él no podía dejar de culpabilizarse por lo ocurrido.
—Señor, hemos llegado —dijo y le dio las cosas que pidió, más unos globos.
—No pedí globos...
—Ella es muy dulce y siempre es atenta conmigo, sé que le alegrarán los globos.
—Claro. —Musitó—. Gracias.
El joven caminó hacia los elevadores y después de aproximadamente cinco paradas llegó al piso, se encontró a Logan y su esposa discutiendo en frente de la puerta y él caminó hacia ellos.
—Hola.
—Dile. —Retó Logan a su esposa enfrente de su amigo quien les miró molestos a los dos.
—Ella ha firmado la fórmula de exoneración mientras no estaba y se ha ido. Tal vez no muera de la infección sino del dolor. Búscala y llámame en cuanto la encuentres para medicarla. —La mujer se dio media vuelta y escuchó el grueso y molesto tono de voz del joven.
—¡Esto en negligencia, Mía! ¿Estás loca? ¿Al menos sabes en dónde está?
—Cállate, cállate porque ella es una adulta. No eres su contacto y menos su pareja. ¡Cállate y búscala! —exclamó la mujer quien le veía completamente molesta.
Les había salvado el trasero a los tres, él, ella y Logan y ahora los tres tenía un berrinche para tirar sobre ella, quién en realidad, no era culpable en absoluto, puesto que no colocó el aparato.
Nate ingresó a su auto con las cosas y le pidió a su chófer que le llevara a la oficina, a su secretaria que revisara los movimientos bancarios de Ana y si estaba en el edificio, cuando llegó le dijeron los de seguridad que no había siquiera tocado el perímetro del gran edificio y que la habían buscado en baños y pasillos, pero no estaban.
—Señor —dijo Hilda—, las cosas de Ana están en su escritorio, tal como ella lo dejó. —Él se apresuró a ir por la bolsa y buscar las llaves de su departamento, en cuanto lo hizo fue al departamento de la joven corriendo a buscarle, abrió con la llave y sintió la brisa fría que expulsaba el aire acondicionado, fue en busca de su habitación y le encontró acostada en el medio de la cama con dificultad respiratoria.
Luego de llevarle de nuevo al hospital y asegurarse de que no había ningún familiar al que pudiese llamar para que cuidaran a Analía, Nathaniel dejó sus casos repartidos entre varios abogados del buffet, para tomarse unos días y cuidar a Analía. Cuando ella finalmente despertó se veía confundida y cansada.
—¿Puedo ir a mi casa?
—Es mejor que vengas a la mía.
—No, yo voy para mi casa —insistió y Mía les interrumpió.
Entregó los medicamentos y les dio su número antes de dejarles ir a casa. Nathaniel no dejó que la joven tocara el sueño, por lo que le acomodó en los asientos de atrás y con la combinación de medicamentos que le habían dado para recuperar sus salud y acabar con el dolor la joven se quedó dormida rápidamente de camino, él tomó el desvío a su casa porque estaba más cerca de la de Logan y del hospital que el apartamento incómodo y frío de Analía, sin embargo cuando vio señas de dolor en el rostro de la chica llamó a su ama de llaves para que tuviese lista una maleta para él y poder cuidarle en casa. Lo justo era que el enfermo descansara cómodamente en su cama y de igual manera, además de cuidarle, él estaría pendiente de estar trabajando, mientras ella descansaba en su departamento, con sus cosas.
Después de llegar al apartamento y poner cómoda a la enferma Nate, buscó en la cocina para saber si podía preparar un caldo, estaba bien abastecida así que se dedicó a ello durante unos minutos antes de ponerse a hacer llamadas, se asustó cuando no encontró a Analía en su cama.
—¿Analía? —dijo asustado. La joven salió del baño con el pelo húmedo y un pijama diferente. Ella sonrió y dijo:
—Puede llamarme Ana como todos en la oficina, Nate. —Él sonrió, eran pocos los que se atrevían a llamarle de esa manera, pero de sus labios sonaba genial.
—Lía, toma el caldo. —La cuestión era que no quería llamarle de la misma manera que todos lo hacían, quería que cada vez que escuchara su nombre salir de su boca recordase que era especial, como todo lo que se relacionaba con ella.
—Ya… —Se quejó como una niña malcriada.
—Vamos, apenas llevas doce cucharadas.
—Desde la segunda solo exiges una más —dijo y Nate se burló de ella.
Él fue a la cocina por un botellón con agua y una dona, el postre favorito de la joven, ella le miró encantada y tomó un par de cucharadas más de sopa, luego comenzó a comer la dona, saboreándola con placer. Fue entonces cuando creyó que tal vez su comentario sobre obesidad era cierto.
Un poco de miel estaba en el labio de ella y Nate no pudo evitar acercarse y lamerlo, primero pasó su lengua lentamente sobre el labio inferior y luego posó su labio suavemente sobre los labios tersos de Analía, la chica sintió a su jefe con los ojos cerrados, disfrutando la sensación que sus labios les otorgaban y se dejó llevar por un lento beso, suave, calmado y caliente a la vez, acabó cuando la realidad les golpeó.
Eran jefe y secretaria.