Mike no estaba de buen humor cuando por fin aparcó en frente de su casa. Eran más de las tres de la mañana, estaba cansado, cabreado porque un idiota había decidido intentar cargarse a su mujer media hora antes del final de su turno y el doble de enfadado porque hasta el momento nadie había visto a Irwin. Cuando vio a Sage apartar la cortina, antes de salir al porche para decir su nombre, Mike consideró ignorarle. La única razón por la que no lo hizo fue que Sage le seguiría a casa e insistiría en que fuera a la suya para encontrarse con quien fuera. —Deberías estar durmiendo —refunfuñó Mike después de caminar hasta él. —Quizás. Pero esto es importante. —Será mejor que lo sea. Vale, déjame conocer a tu amigo, puedes explicar por qué necesito hacerlo y después… —Mike abrió los brazos. S