C1:

2048 Words
Pía Melina. Diciembre. Todo lo que incluye este mes del año, el intenso frío que se cuela por mis huesos, junto a la blanca nieve que moja tus botas es molesto y avasallador. Es una de las etapas del año donde debemos permanecer juntos en familia, cantar villancicos, hacer muñecos de nieve y disfrutar de los nuevos comienzos pueden traer ciertos sentimientos... Entre ellos nostalgia. Cubro mejor mi cuerpo con un gabán n***o de piel sintética que mantiene mi figura abrigada con unos jeans ajustados de mezclilla con tiro alto, una camisa de cuello de tortuga con mangas largas y unas botas de tacón cuadrado que me ayudan a darme ese toque elegante, pero sutil. Suelto un suspiro, dejando mis labios un poco en forma de trompeta, admirando como el frío obliga a las millones de personas que habitamos en este país helado, proteger nuestros cuerpos de una posible hipotermia. Estos días en los que escucho las risas de los niños, el suave cantar de las aves, el delicioso olor a café apoderándose de mis sentidos y las hermosas luces navideñas que cuelgan de las millones de tiendas que se extienden de un lado a otro me lleva a rememorar mi niñez, mi pasado, incluso los momentos con mi madre. Mis ojos se empañan con el recuerdo contrayendo mi expresión. Me centro, caminando a paso apresurado adentrando mi presencia en la empresa de publicidad donde llevo meses de interna. Deslumbro a algunos de mis compañeros de trabajo, conversando de manera animada. Sus ojos se fijan en mí, levantando sus brazos para llamar mi atención y mostrarme una de esas sonrisas que lo dicen todo. Pego más los folios a mi pecho, elevando las comisuras de mis labios en una sonrisa mientras escucho los murmullos de los que aún esperan su hora de vacaciones; en cambio yo, no me puedo sentir mejor estando en estos días festivos en donde siento que puedo aplacar mi dolor. —Hola chicos. —Hola Pía La reconfortante voz de Peter es un calmante en mi pecho, sus ojos entre azules con verde son la combinación perfecta, sus labios finos con ese tono rojizo que se asemeja a su cabello y pómulos es más que mono. —¿Qué tal Peter?; ¿Cómo te fue con tu tesis? —Muy bien en realidad, puede que sea sorprendente, pero gracias a tus consejos mis nervios no me traicionaron. —Sabía que lo lograrías, solo debías dejar de pensar que todo saldría mal. Un pequeño golpe en mi cabeza me hace girar mi rostro para encontrarme con las órbitas negras de Mérida. —¿Acaso te olvidaste de tú compañera de estudio? —Por supuesto que no tonta —respondo, percibiendo como las puertas del ascensor se abren finalmente—, es momento de que me retire. Me preparo para marcharme, cuando un agarre en mi muñeca me hace detenerme. —¿No tomarás las vacaciones? —No, lo siento, debo terminar algunos encargos primero —contesto besando su coronilla para a toda marcha entrar en el espacio reducido del transporte de metal. Camino a paso apresurado por los pasillos ya un poco más desiertos de la cuarta planta en donde la mayoría de mis compañeros ya se encuentran de vacaciones. Mis cabellos rubios están en un moño lo suficientemente alto para que ningún mechón me molestara en ningún momento. La aceleración de mis latidos, mi respiración errática y las gotas de sudor por el miedo que expulsan mis poros es solo un componente que no me fascina; lamo mis labios, con la frialdad volviendo a hacer acto de aparición. Por las ventanas que recubren las paredes de los pasillos por donde camino, tengo la oportunidad de apreciar los copos de nieve acumularse en algunos lados, ofreciendo el perfecto contraste. Me siento sola, esa sensación la llevo conmigo desde hace un buen tiempo, una que se intensifica con cada día que pasa y con cada momento que transcurre; a veces puede llegar a ser agotador, pero llega el tiempo en que te acostumbras. Mi mente divaga como la mayoría del tiempo en el que solo pienso en tonterías o en mis emociones. Papá solía mencionarlo frecuentemente... Sobrepensar las cosas jamás te dejará vivir en paz... En un auto reflejo, fijé mí vista en el reloj rosa que se encontraba en mi mano derecha. 7:30 Am. «Mierda». Pensé, «mi jefe me mataría». Mi subconsciente se sentía más mal de lo esperado, aunque cuando eres una persona obsesionada por el control es algo normal que hasta los detalles más insignificantes te lleguen a resultar abrumadores. «Odio al despertador por dejar de funcionar cuando más lo necesitaba». Me acerco al departamento de publicidad y creación, pasando por delante a las demás áreas que están en esta planta. No soy que tengo mucha suerte, porque no es así; sin embargo, me percato constantemente que el mismo destino es amante a jugarme malas bromas que para mi la verdad que no tienen mucha gracia. Camino cada vez más rápido reconociendo la escasa distancia que debía transcurrir. Si tenía suerte, lograría aparecer antes que mi superior, aunque como ya mencioné "sí tenía suerte". Mi cuerpo reaccionó por inercia, por segunda vez, fijando mis ojos color cielo en el reloj que permanecía en mi mano, mostrándome la hora. 7:35 Am «Mierda y mil veces mierda». Pensé resignada a la gran vergüenza que es incapaz de abandonarme, reconozco el porqué, lo cual solo empeoraba mi malestar...El odioso sentimiento está latente en ese justo instante de pura necesidad en mi interior. Cuando faltaban solo unos pasos para llegar a mí destino, alguien se interpuso en mí camino. —¡Tarde, señorita Melina! Lo observé con la mirada gacha por la vergüenza de mi falta. Mis pómulos están encendidos con ese rojo intenso que resalta las diminutas pecas que lo recubren. Todo al ser el foco de aquellos ojos que cada vez que me miraban, podía sentir esa sensación de que estaba descubriendo cada parte de mí, escrutando mi alma hasta lo más profundo de ella, y eso solo me provocaba jugar con el bordillo de mi gabán. —Lo siento jefe, es que el despertador se averió y... Soy torpe, más de lo que debería, más cuando el temblor de mis manos causa que de un golpe derrame el preciado café encima del traje de Rolando; mi jefe. —¡Mierda! Mis mejillas se encendieron y tragué en seco por semejante imagen. —¡Lo siento, lo siento mucho! Mis ojos se empañan en lágrimas de inmediato, picando por el agua salada concentrada ahí, resurgiendo mil temores dentro de mi. Tomé una de mis toallitas e intenté arreglar la mancha que se estaba creando, pero fue un total fracaso. —Señor lo siento de verdad. —No importa. Le resta importancia con su mano. —Olvida lo que acaba de pasar, necesito que hagas la entrevista del empresario del momento para la nueva campaña de publicidad, y espero que esto no se repita —¿Me despedirá? Arruga su entrecejo pellizcando el puente de su nariz más tenso. —Créame que cuando la despida; lo sabrá. Asiento tomando una buena bocanada de aire con esa incertidumbre contaminándome. —Señor, aquí le dejo los papeles. Me encaminé a la cuarta puerta que daba justo a mi lugar de trabajo. Llegué en segundos a mi oficina pegando mi espalda a la pared con colores vívidos, haciendo los vastos intentos de tranquilizar mis temblores. —¿Por qué me pasa esto a mí? Respiré y exhalé lentamente relajando mis latidos, mi respiración, queriendo apagar lo fatal que me sentía en esos momentos. Dejé el bolso en el gran escritorio bien organizado de mi oficina mientras me pasaba la mano por mis suaves cabellos rubios. Una corriente de aire entró por el gran ventanal de aquel sitio, creando un leve escalofrío en mi cuerpo, justo cuando me había desecho del abrigo que me protegía. El silencio sepulcral de aquel lugar me estaba absorbiendo con lentitud, a su manera. Observo con atención mi reflejo en las ventanas admirando mi cuerpo delgado por la escasez de alimentos. Llevo días sin poder pegar ojo con la mente pensando en los dramas existenciales que vivo la mayor parte del tiempo. Ser una persona tan centrada en el trabajo me mantiene mis pensamientos lejanos. Me senté en el escritorio de mi oficina, encendiendo mi computadora de última tecnología respondiendo correos electrónicos de encargos, para segundos después, ponerme en función de redactar las preguntas que se hacían algunas personas, revisando en Internet si estaban correctas y no traspasaban el ámbito personal. Solté un suspiro de desesperación al darme cuenta de mi media aburrida vida, con solo veintitrés años era la persona más solitaria de este mundo, o tal vez no lo fuera si todavía no siguiera con mi corazón vuelto loco por alguien que parece haberse olvidado de mí. De la nada mi celular interrumpe mi tarea sonando con la suave voz de Adele, sobresaltando mi corazón. —¿Aló? —Pía, tengo una súper noticia —Por favor que sea buena, mi día no ha comenzado muy bien. —¿Todo bien? —Después te cuento. ¿Por qué llamaste? Escucho como toma una bocanada de aire, para después... —Ethan está de regreso. El shock es inmediato, instantáneo y sorpresivo, tanto que solo boqueó como pez fuera del agua con mi garganta reseca y mi corazón latiendo frenético en mi pecho. —¿Qué? «Imposible, él estaría por dos años en Italia» —Le adelantaron el vuelo para hoy, pero eso no es lo mejor —se detiene por unos segundos dejándome con la incertidumbre apoderándose de mí interior—, quiere verte, me llamó para que te diera la noticia, él desea que lo vayas a recoger al aeropuerto, me comentó que tiene una sorpresa que darte. No me lo podía creer, mi amor platónico de la infancia, mi mejor amigo de años; volvería hoy, nos encontraríamos por fin. Mis ojos se llenaron de lágrimas que estaban locas por ser liberadas, pero en este momento no saldrían. —Pía, ¿Estás ahí? Envolví mi anatomía en el gabán, con una sonrisa todavía fija en mis labios. —Sí, aquí estoy. Emprendo mi caminar decidido a un reencuentro inesperado. —¿Qué harás?, su vuelo ya debe estar aterrizando. Mis pasos eran resonantes y contantes, sentía mi corazón desbordado de mucha emoción, una que no había tenido desde que por primera vez lograba algo o lo veía, él era eso que siempre soñé volver a ver. Llegué a la fría calle en minutos liberando mí mano izquierda para tomar un taxi. Uno se detuvo justo en frente de mí, apresurada me adentré en aquel medio de transporte, preparada para ver a mí príncipe azul. —Al aeropuerto internacional, por favor. —Pía, no me dejes así, dime qué harás. —Voy en camino, hablaremos después, Emocionalmente soy una persona soñadora, trabajadora, romántica empedernida, que sueña con conocer a su príncipe azul de cuento, aunque obviamente sé que no existen, no pierdo la esperanza de que lleguen a ser creados. Llevo enamorada de mí mejor amigo de la infancia desde que tengo uso de memoria, pero al ser tímida, no tuve el valor de confesarle mi amor. El día en que él se marchó para Italia a estudiar, mí mundo se derrumbó, siempre pensé que estábamos destinados a estar juntos. Convivía con una chica que conocí años después de su partida, una de sus primas lejanas. Aquella morena de ojos verdes era poseedora de la misma belleza de aquel chico. Desde la distancia eras capaz de saber que tenían los mismos genes. Su nombre era Valeria Miller, una joven de veinticinco años y maquilladora de mi empresa. Ya era el día; me encontraría con el chico que hacía latir mi corazón. Ese mismo por el que pasé noches llorando con su partida, aunque solo tenía una idea fija en mí cabeza, una que no desapareció ni siquiera el día que lo vi marcharse por aquella puerta de embarque dónde sin más nos dijimos adiós los dos, donde dejamos nuestros sentimientos a un lado para no arruinar nuestra amistad, dónde yo como la cobarde que soy no fui capaz de lanzarme a él.
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