Más que ayer, pero menos que mañana: Piezas de ajedrez

3928 Words
Más que ayer, pero menos que mañana Un fuerte sonido, abatió la recepción del despacho de ese prestigioso y poderoso político. El hombre, quien dialogaba con sus demonios internos y su perturbaba conciencia, se vio en la terrible necesidad de interrumpir sus cavilaciones por el alboroto. –¡George Woods! –chillé de manera precipitada cuando al fin, conseguí ingresar a su oficina a la fuerza. El alzó la mirada y mis ojos verdes, se toparon con los suyos. Una batalla de miradas se desplegó. Algo me dice que, me estaba esperando. –Hola, “hija”. “Hija” ese denominativo me causaba más disgusto que satisfacción, me hacía recordar que su sangre corría a través de mis venas, ese maldito apellido que tanto desprecio. No me importaba ser su “hija”, ni su amor, ni nada que tuviera que ver con nuestra rota e irreparable relación. George, sonrió de manera filosa, no se veía nada complacido de verme, pero estaba en una junta, había ojos ajenos a su alrededor, no debía dejar ver su verdadera cara bajo ese maravilloso papel de actuación, ante la sociedad, éramos una familia perfecta. Yo era su brillante hija que había estudiado ingeniería y ganado premios nacionales de natación, pero en realidad, él no tenía sentimientos amorosos hacía mí. Sus intenciones fraternales siempre eran falacias para guardar las apariencias.   Aunque sé que le causaría disgusto, y aunque él me hubiera engendrado, no éramos de la misma calaña. No le llamaría “padre”. –George, ¿dónde está James, mi prometido? –le pregunté de manera directa y desesperada. Posé ambas manos en su escritorio y le sostuve la mirada. –¿Quién? –se atrevió a cuestionar mi “padre”, era un excelente actor. El hombre, me echó una dura mirada, un gesto de piedra, helado y tenso, de esas que usaba para intimidarme cuando era una niña. Pero yo ya no era una chiquilla y mis deseos de defender a James eran más grandes que el miedo que me enfundaba con sus fríos ojos. Le sostuve el gesto. Mi convicción era más grande que el pavor que sentía por ese frenético psicópata, la carcasa de mi inseguridad se había destrozado, todo, se debía gracias a mi amado James. –Mi prometido, James Parker, ¿Dónde está? –cuestioné, estaba intentando no perder la paciencia. –¿Te comprometiste, hija? –exclamó con una voz llena de sorpresa, pero en el fondo, tenía matices de ironía. –Así es George, voy a casarme con James Parker –afirmé mientras agitaba el anillo de compromiso. Cuando pronuncié ese nombre y el prohibido apellido, logré percatarme de la expresión que se tornó en su rostro: desagrado, asco. Me sujetó de la mano. –Qué anillo tan feo y barato te ha dado. –se burló. Yo sentí mi sangre hervir. Amo mi anillo. Y estoy segura de que quieren saber como llegue a esto con mi amado “padre”, pero antes, necesito darles una breve introducción de las piezas de ajedrez que estamos dentro de su tablero… Charles Woods. En una habitación a penumbras, un par de figuras concretaban un encuentro íntimo y profundo. El sitio era exquisito, largas cortinas próximas al suelo, una increíble arquitectura del siglo XVIII, los adoquines de mármol y una amplia cama con un gran respaldo de madera. Sobre ella, se vinculaban dos entes. Las agitaciones eran palpitantes; de sus cuerpos, descendían grandes gotas de sudor, la faena les había dejado totalmente empapados. Sujetó a la mujer de las caderas, con gran fuerza, y con dificultad, llegó al clímax. Ambos respiraban profundamente. –¿Te gustó? –preguntó la hermosa dama, tenía una lasciva sonrisa, era seductora por naturaleza. Sin duda, una diosa. Su cuerpo desnudo era magnífico, totalmente deseable, grandes curvas se remarcaban en su ferviente silueta. Tan tentadora.  El atractivo hombre se puso de pie, se colocó una bata de seda rojo quemado. Se sirvió una copa de vino del mismo tono que el atuendo que acababa de colocarse y se sentó en una gran silla de madera acojinada, su conformación arquitectónica estaba sujeta a grandes grecas y adornos del estilo barroco, parecía un dictador, uno atractivo y desalmado. Sujetó su mentón mientras apoyaba el codo en el respaldo de su trono. Lanzó una mirada fría y lastimera. –Mas o menos. –afirmó con altanería y sorbió finamente del borde de la copa. La mujer alzó la ceja. Es obvio que estaba ofendida por su respuesta. Se cubrió su desnudo cuerpo con las sábanas. Eso era un fracaso para ella. Se había esmerado por complacerlo, pero lo había logrado a medias. –Eres frío como dicen los rumores, Charles Woods. –afirmó la mujer, se escuchaba cabreada. Chuck, ladeó la mirada hacia ella con gran lentitud. –Eso es más halago que ofensa. –replicó con una maléfica sonrisa. Era abogado, recién graduado. Ser gélido y de carácter lastimero estaban en el compendio de sus habilidades y era algo que, sin duda, destacaba en esa personalidad suya. La mujer se vistió de prisa, de todas formas, su servicio había concluido. Se colocó el hermoso vestido escotado de lentejuelas, los altos zapatos de tacón, se ajustó el cabello y se retocó velozmente el maquillaje. –Nos vemos Charles, no olvides dar buenas referencias de mí. –afirmó mientras se acercaba despedirse de él con un apasionado beso en los labios. –No sé si lo haga. No fue lo que creí. –rodó los ojos. La mujer se aproximó a él. Al mirarla de frente, se percibía que era al menos un lustro mayor que Chuck, quizás más. Sin importar el filo de sus palabras, lo besó de forma apasionada, él le correspondió el gesto, e incluso, tuvo el atrevimiento de introducir su aterciopelada lengua en sus fauces, sucumbieron aun jugoso beso y entonces, ella se alejó. –¿Sabes porque no te gustó nuestro encuentro? –le cuestionó mientras se relamía sus voluptuosos labios ardientes. Él sonrió con incredulidad, estaba intentando justificar su pésimo trabajo y eso le causaba un poco de risa. Era realmente cómico. –¿Por qué? –le preguntó con unos ojos retadores y procedió a beber de su vino, por ningún motivo le quitó la mirada de encima y estaba evitando a tientas no echar una fuerte risa. La hermosa mujer, recorrió con el dedo índice parte de su fornido pecho que se dejaba vislumbrar debajo de esa bata. Delineó los músculos de su porte. Sonrió y tocó el punto en donde se suponía que existe un corazón. –Porque estás enamorado, Charles…–exclamó mientras alzaba la ceja ante su declaración, un funesto gesto se curvó en sus labios. Era como si se burlara de él. La sonrisa de su masculina boca, se esfumó como el paso de una estrella fugaz en un cielo raso. Al siguiente instante, su gesto se endureció. Esa respuesta no pareció gustarle. –Es el peor pretexto que he escuchado para justificar un terrible servicio. –exclamó entre dientes, se escuchaba enojado. –Conozco a los hombres. Trabajo para ellos. Sé cuándo uno está enamorado. –asintió mientras sujetaba su bolso. –Llámame si quieres divertirte de nuevo o platicar. –aseguró y sus tacones comenzaron a resonar contra el piso de esa elegante y sensual habitación a penumbras. –Dudo volver a llamarte, Wanda. –le reprochó. Ella solo se despidió de él con un beso al aire y cerró la puerta. El dios del infierno estaba iracundo. ¿Enamorado? Se apretó la ceja con severo apuro, cerró los ojos. Quizás, tan solo quizás, tenía una ligera idea de su falta de vigor, era una emoción que a veces le atacada. Esa chica… Jennifer Jones, no eran ni de cerca del mismo estatus social que él. No tenía nada de especial, era una chica normal, podía tenerla si quería, y ella se moría por él, lo sabía. Se apoyó del respaldo y bebió más de su alcohol. Mentía, no podía hacerla suya. Su piel era prohibida. Su tío, ese increíble magnate de la política y los negocios no lo consentiría. La destruiría y de paso, a él también. Se apretó los labios. Se la pasaba contratando hermosas mujeres con el fin de sacar esos ojos marrones de su cabeza, pero al parecer, no estaba funcionando, todo estaba yendo directo al fracaso de tortuosa manera. ¿Y si la saboreaba solo una vez? Qué sugestiva idea, que deliberada insinuación. Una sola ocasión, con ello podía galardonarse de haber concretado un encuentro con esa piel. Pero Chuck, era adicto a los vicios: el alcohol, los cigarrillos de alta gama e incluso el consumo de drogas, sentía ligero pavor de hacerse adicto a su cuerpo, su textura. ¡Qué estupidez! * Kloe Woods. Inmiscuida en sus pensamientos turbulentos, recordó una escena que le había marcado mucho… –Kloe, querida –exclamó el anciano hombre mientras acariciaba la mano de esa mujer de cabello oscuro y grandes ojos con tonalidad esmeralda. Estaba postrado en una cama descansando, su salud empeoraba con el paso de los días. Todo se le estaba viniendo encima. La mencionada mujer, prestó completa atención al llamado. –Pronto, dejaré de poder valerme por mí mismo. –Tenía un dejo de lucidez, cada vez menos regular debido a su condición de salud, tenía un nódulo en la cabeza, el cual poco a poco iba apropiándose de sus recuerdos y de su parte motriz. –He firmado un documento, en el que te delego la responsabilidad de la toma de decisiones de mi estado de salud. –confesó su abuelo. –No confió en nadie más que en ti, Kloe. Toma las decisiones que consideres pertinentes. –le miró a los ojos. –Abuelo…–susurró ella mientras se quebraba en llanto. –Lo sé, es una gran responsabilidad. Lo siento. –sus ojos eran cristalinos. –En realidad, me siento honrada. –añadió. El hombre sonrió y ella le correspondió el gesto. Kloe recordó esa tarea que le había encomendado su moribundo abuelo: Gregory Woods. Llevaba días sin dormir, sus esperanzas pendían de un hilo. El olor a medicamentos era muy fuerte, pero ya se estaba acostumbrando. Había perdido un poco de peso y vitalidad. En esa blanca habitación, reinaba un sepulcral silencio, solo le acompañaba el tintineo de un aparato que marcaba el ritmo del corazón del hombre que estaba en la cama frente a ella, él seguía inconsciente. Tenía grandes ojeras en su rostro y se veía tan triste. Se sentía sola. No había podido hablar apropiadamente con su prometido. No le contestaba las llamadas y eso la estaba enloqueciendo. Deseaba salir corriendo a su encuentro, pero no podía, la situación de su abuelo era delicada y ella era la apoderara sobre su salud, si él requería alguna intervención médica, una cirugía de emergencia, solo ella podía autorizarlo. Le había avisado del estado de salud a su familia: un fantástico elenco de actores con sus propios asuntos egoístas. Nadie había contestado a su llamado. Ahora dejaban ver sus verdaderas caras e intereses. A nadie le importaba lo que pudiera pasarle a Gregory Woods. Solo una persona había acudido al llamado: Charles Woods, su primo. Charles, iba de manera regular al encuentro. A ella, no le dirigía mucho la palabra porque la acompañaban: Georgia, la pareja de su convaleciente abuelo y Rosaline Parker, la madre de su prometido. Rosaline, no era bien vista por su familia, ni mucho menos por su orgulloso y engreído primo Charles. Y a pesar de todo lo que Chuck le había hecho meses atrás, Kloe no tenía problemas en entablar una conversación con él. Era ese hombre, quien se rehusaba a cruzar palabras con ella. Pero ese día que la veía realmente desolada y a su abuelo increíblemente desahuciado, sintió su corazón ceder un poco a fraternales sentimientos. –No durará mucho, estate preparada –afirmó Charles, en un tono firme, como si estuviera dando un mandato a una legión de combatientes. ‹‹Cada vez, se parece más a George Woods. ›› Caviló Kloe. Ella le miró con recelo. –Siempre has sido bueno con los sermones, Chuck –afirmó Kloe. Chuck, le sostuvo la mirada mientras la recorría con los ojos de manera reprobatoria. Kloe se sentía frustrada, a nadie le importaba su abuelo, ni a su prepotente padre: George Woods, ese cubo de hielo, tenía escases de sentimientos humanitarios, no lograba comprender el hecho de que no haya pisado ni una sola vez el hospital para a cerciorarse de la salud de su padre, el hombre que lo había crecido. –¿Qué tienes ahí? –le preguntó al ver un objeto simbólico en su mano izquierda. Ella escondió la mano de prisa, pero él se la sostuvo con ímpetu, estaba agotada y no se sentía con ánimos de discutir con su odioso primo. –Suéltame –le reclamó. –¿¡Es un anillo de compromiso!? ¡No me digas que vas a casarte con él! –le regañó, sus ojos se inyectaron en sangre y su gesto se gelificó en cuestión de segundos. –Sí, Chuck, voy a casarme con él. –afirmó totalmente resuelta. –Lo amo. –aseguró. –Sabes que tu padre no lo permitirá, ¿cierto? –le recordó. –No me importa su opinión, no quiero su bendición, ni nada de él. –se encogió de hombros. –Si ni quisiera viene a visitar a su propio padre, ¿qué te hace pensar que me interesa complacerlo? Yo ya no estoy dentro de su tablero de ajedrez. –afirmó. –Kloe, te lo advierto, es un error –sus ojos se veían preocupados. Ella solo parecía ignorarlo–¡Maldición Kloe, escúchame! ¡No permitirá tu matrimonio! –advirtió. –No me importa, me casaré con James Parker y por fin dejaré de sentirme vacía por ser parte de esta horrible familia. – le aseguró con los ojos vidriosos. –Es lo que más anhelo, Chuck –afirmó. Fue descuidada con su anillo, debió ocultarlo, pero esa pieza metálica le hacía sentir tan segura y cercana a James, aunque no supiera mucho de él. Ahora, muy probablemente Chuck le diría a su padre que estaba comprometida, si es que este no lo sabía ya, porque en algunas ocasiones, se sentía observada, como si le siguieran. * Parker, El aire era pesado en esa sala, sin poder tocarla, se sentía una enorme tensión. Varios pares de ojos se enfocaban en una mesa octagonal al centro de ellos: los rostros sudados, los corazones agitados, una dosis de adrenalina a punto a dispararse como una excitada bala. –“Full house” –exclamó Billy, tenía un gesto de victoria anticipada en su barbudo rostro; entonces, bajó sus cartas revelándolas sobre la mesa. Los individuos a su alrededor emitieron exclamaciones de asombro. Un “full house”, en el póker significaba: una tercia más un par de cartas iguales. Parker, se llevó el cabello castaño hacia atrás y levantó sus abetunados ojos hacia su contrincante, ese tipo grandulón tenía un gesto pícaro, de una gloriosa travesura. Se sintió un poco impaciente, y como indicio de ello, su pierna se agitaba nerviosa. Su gesto lucía sereno, impasible, no debía quebrarse. Debía disimular, debía engañar a su contrincante, hacerle creer que él sería el triunfador y no al revés. –Te ves nervioso, Parker –exclamó la voz socarrona. Billy, el robusto hombre, debe pensar que el castaño frente a él fue muy intrépido para retarlo, quizás valiente, estúpido ¿un héroe? No pensaba en él como un héroe. Billy, seguramente pensaba en él como un idiota, siempre se refiere a todo mundo con ese adjetivo. Estudia leyes y será un perfecto corrupto. Los sujetos alrededor de la mesa, y los del fondo de esa habitación, se burlaban del atractivo castaño. Pensaban que jamás debió meterse en problemas por alguien que no valía la pena. El castaño, Inhaló su cigarrillo con fuerza dándole un último toque, cerró sus almendrados ojos mientras intentaba disfrutarlo, lo apretó con esmero entre sus dedos robándole cada extracto de tabaco; luego, lo presionó contra el cenicero que se situaba junto a su codo. –Muestra tus cartas, Parker –exigió Billy, ese hombre de tupido cabello facial. ‹‹ ¡Cuánta maldita desesperación! ›› pensó el castaño. –¿Por qué tanta impaciencia? –cuestionó con una socarrona sonrisa, quería llevarlo al límite de su tolerancia, al final de sus estribos. Ser cínico es propio de él, su eslogan personal.   –Seguro solo tienes cartas “blancas” –aseguró el tipo, porque un “full house” era una mano alta dentro del juego, las posibilidades de ganarle se reducían demasiado. A sus espaldas, los matones tronaron sus dedos, una pelea comenzaba a cocinarse, eso le emocionó en extremo, sintió la sangre correr despavorida en sus venas. Los miró por el rabillo del ojo y de paso, se tronó el cuello. Entonces, bajó sus cartas. Gestos de asombro embargaron esa habitación con olor a cigarrillos finos y alcohol de la mejor clase. Eran hombres ricos y corruptos. –“Royal flush” –afirmó con un tono de burla, mientras emitía una media sonrisa, tenía un gesto de victoria en su apuesto rostro. –¡Hiciste trampa! –exclamó el hombre frente a él, mientras se ponía de pie. La silla cayó de manera furtiva detrás de sí. –¡Eres un maldito tramposo, Edgar Parker! –blasfemó colérico mientras aporreaba las manos sobre la mesa, las fichas se agitaron ante el impacto. Sonrió y rastreó a todos esos tipos detrás de sí con la comisura del ojo. Esos estúpidos jugadores de rugby eran malos perdedores. Pero hay que tener cuidado con ellos, porque dan buenas palizas. –No hice trampa, tú las repartiste ¿cómo podría? –sonrió con inocencia mientras los miraba desde su asiento. –¡Un “royal flush”, es casi imposible! –gritó. Tenía leve razón, la probabilidad de un “royal flush” era de 1.5 en un millón ¿había hecho trampa o no? –¡Maldito canalla! –vociferó el hombre y entonces, lanzó su gordo y fornido cuerpo hacia él, estaba totalmente dispuesto a molerlo a golpes.   Pero para su sorpresa, Edgar Parker sostuvo el impacto con una mano, no sería el primer sujeto que intentaba romperle la cara. Una curva se reflejó en sus labios, él… ama las peleas. –¡George, corre! –demandó con fuerza, porque todos esos tipos se estaban distrayendo en él. * George Woods. Rechistó ante ese insolente recuerdo que había venido a visitarle, ese maldito fragmento patético de su pasado no le enorgullecía en lo absoluto, le llenaba de coraje y una furia inmensa se apropiaba de su ser. Se sentó en su escritorio de caoba macizo, un trago de whisky le acompañaba, lo cogió entre sus manos y agitó el hielo que se desintegraba lentamente dentro de la bebida. Frente a él, había un tablero de ajedrez, prefería las partidas de estrategia que los juegos de azar. Porque pensar se le da bien. Disfrutaba más, movilizar peones y planear con delicadeza sus movimientos; orillar a su contrincante a la derrota que, dejarlo todo a decisión de los caprichos del destino que le llamaban: suerte, él se refería a ello como: probabilidad; y prefería por mucho, las decisiones en donde la estadística estuviera de su parte. –Parker…–murmuró con sus secos labios, y procedió a fruncir el ceño, ese gesto le permitía cavilar mejor sus ideas, acomodar sus tácticas. “Parker” Odiaba ese maldito apelativo y su origen, por ello, definitivamente no permitiría que su apellido reconocido a nivel nacional se viera involucrado con el de ese maldito traidor que según había sido amigo suyo en el pasado. En conclusión, no permitiría que Kloe, su hija, se casara con James Parker, el primogénito de su enemigo, lo impediría, aunque la nación misma tuviera que arder en llamas, aunque su familia lo odiara y es que, en realidad, el cariño fraternal no era algo que le removiera mucho a su parte visceral o a su corazón sin sentimientos. Anteriormente, había tenido ese cúmulo de emociones y no le habían servido de nada, al contrario, no le permitían tomar decisiones contundentes y rotundas sobre sus acciones, esas emociones cursis, era mejor desecharlas porque eran un obstáculo a la vista de sus verdaderos propósitos, pero por otro lado… el poder y el dinero, habían sido causas de verdadera y eterna satisfacción. La ambición, le había dado más sentimientos de regocijo que cualquier cosa. Había hecho muchas cosas malas de las que definitivamente no se arrepentía ni por un instante, las repetiría sin dudar; es más, aún faltaban venideras travesuras. La sensación de remordimiento era totalmente reducida, ínfima. Todas las noches dormía placenteramente y jamás lo acosaban las pesadillas, estaba en paz con su turbia conciencia. Quitó un instante la mirada de su tablero, dio un último sorbo, y se sujetó el mentón por un breve momento, las cosas se habían salido un poco de control; al parecer, un peón, no había desaparecido como lo había planeado en el pasado y otro, parecía querer revelarse a su “rey”. No, no lo permitiría. Aproximó sus fríos dedos a la tabla frente a él, sujetó el “alfil” y con brusquedad, golpeó un “peón”, la pieza salió volando y chocó con el suelo de manera furtiva. –“Jaque” –susurró. Era la expresión empleada cuando el “rey” del contrincante, estaba en peligro. Se puso de pie y se arregló el saco. Ahora, tenía totalmente claro su siguiente movimiento para ganar esa partida. *  Lizzi Woods. –¿Matrimonio? –cuestionó la hermosa chica rubia, mientras interrumpía su té porque la noticia le había conmocionado. –¿Le pidieron matrimonio? ¿Quién? ¿Quién en su sano juicio quiere casarse con ella? –cuestionó Lizzi en tono de burla. –James Parker. –afirmó la mujer, el tono de su voz era confidente, como si no deseara que nadie más le escuchara conferir ese nombre prohibido dentro de esa hermosa mansión de piedra, ni los sirvientes; aunque ellos escuchaban a través de las paredes.  –¿Qué? ¿El maniático motociclista? ¿El chico de esa sucia granja en “Covington”? ¡Qué mal gusto! –en eso mentía, el hombre era verdaderamente un “Dios” griego, solo que, no era rico, ni lleno de influencias. –Papá enloquecerá cuando se entere –afirmó la hermosa chica–¿En qué está pensando, Kloe? –cuestionó. –Ya lo sabe, él me lo dijo –afirmó la mujer, su madre: Miriam. –Está de pésimo humor –añadió. –Kloe…–susurró la pequeña, tenía la taza de té y echó un leve bufido. –Siempre nos metes en aprietos –rechistó, porque tener que aguantar el mal humor de su progenitor era la peor tortura. –¿Qué pasará ahora? –cuestionó Lizzi. Miriam alzó las cejas. –No lo sé, dudo que logre aceptar esa unión, algo debe estar planeando –afirmó mientras probaba su té, el sabor se le figuró amargo, a pesar de ser dulce. Lizzi sonrió con malicia, le entusiasmaba demasiado saber que acontecería ahora, sentía nulo aprecio por su hermana mayor así que, sería muy divertido observar esta partida de ajedrez.
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