Sin conexión: Indirecta comprendida

1828 Words
Kloe Woods. Los días transcurrían lento y doloroso. Había regresado a la cabaña a buscar ropa limpia para continuar con mi labor de vigilancia en el hospital. –¡James! ¿Me escuchas? –cuestioné terriblemente desesperada. –¡Maldición, “Ares”! –blasfemé enojada. La conexión era mala en ese polvoriento pueblo olvidado por la modernidad. Deseaba salir corriendo de ahí para obtener mejor señal, pero la salud de mi abuelo estaba empeorando con el paso de los días, temía mucho que se pudiera complicar si le quitaba una mirada de encima. No podía ser imprudente, ese viejo hombre me necesitaba en esos últimos momentos de su vida. Me senté un segundo en la silla mecedora de la terraza de esa preciosa cabaña. Tenía casi dos meses que mi prometido se había ido a otro país, lejos de mí y había sido tan difícil estar en contacto con él. En las brevísimas llamadas que teníamos, él me decía en corto que, todo estaba bien y que no me preocupara, que su estadía se prolongaría un poco más ahí, pero yo quería saber más ¿cómo estaba? ¿quién era esa sospechosa figura que decía ser su padre? ¿me extrañaba? ¿cuándo volvería? ¡Lo necesito! ¿Por qué no está aquí conmigo? Eché un bufido al aire y miré al cielo. Desde que vivíamos juntos, nunca nos habíamos separado por tanto tiempo. Su ausencia, me daba severa ansiedad. Ya no lo soportaba y más con esa inmensa incertidumbre que me estaba consumiendo a fuego lento. El celular que sujetaba entre mis manos comenzó a vibrar. Sentí una llamarada encenderse en mi apagado corazón. Contesté de inmediato, tan pronto como mis habilidades me lo permitieron. –¡James! ¿Dónde estás? ¡Pásame tu ubicación! ¡Por favor! –demandé totalmente desesperada. –Kloe, cariño, todo está bien…–su voz se escuchaba torpe y agitada. –Te extraño tanto. –chillé y mis ojos se cristalizaron. –Yo también, tengo que dejarte, te llamo mañana. –masculló él. –Pero…– susurré confundida, pero él, había cortado la llamada. –¡Maldita sea, “Ares”! –me quejé y estuve a punto de estampar el aparato contra el piso, pero me abstuvo de hacerlo. Me mordí el dedo gordo con fuerza. Tenía una extraña sensación, algo está mal, aunque él me asevere lo contrario. Un sentimiento de miedo me asaltó. Me he quedado absorta unos momentos ante la respuesta de James. Bajé la mirada y observé detenidamente el anillo en mi dedo anular, esa acción me reconfortaba un poco, me ayudaba a remembrar tantas cosas maravillosas que habíamos pasado juntos. Él me pertenecía y yo le pertenecía a él, así lo habíamos prometido y esa pieza de metal era símbolo de ello. Pero si las cosas seguían así, tendría que tomar medidas drásticas. Lucharía por lo que siento por él. Entonces, recordé lo que Chuck me había dicho en el hospital acerca de mi presunto matrimonio con James Parker, mi padre no lo permitiría. Una alerta se encendió en mi cabeza, me quemaba. La idea de que “alguien” se estaba interponiendo entre nosotros se apropió de mis pensamientos. No debía ser estúpida e infantil, ese hombre es capaz de cualquier cosa con tal de saciar sus bajos intereses. Jennifer Jones. Caminaba desesperada sobre el pasillo de ese sobrio edificio dedicado a ser un buffet de abogados en Washington, mis tacones tronaban al compás de mis caderas. Me detuve frente a la oficina que señalaba: “Charles Woods”, me arreglé la falda y el cabello; y cuando me sentí resuelta, toqué a la puerta. –Adelante. –demandó una voz masculina. Sujeté el pomo de la entrada y la roté con suavidad. –¿Me buscabas, Charles? –procuraba siempre tener un gesto serio, intentaba verme profesional, sin emociones palpitantes en mi corazón. ¡Qué difícil! –Jenny. –susurró mi nombre. Yo presté atención a sus peticiones. –¿Qué necesitas? –le cuestioné con rudeza. –¿Podrías revisar mi computadora? No puedo ingresar a la red del edificio. –afirmó y se revolvió los cabellos, ese hombre sabía provocar a una mujer como yo, era endemoniadamente atractivo, me hacía sucumbir a pensamientos oscuros en donde ambos éramos los protagonistas. Sentí mis manos sudar. Chuck Woods, me alteraba el juicio y los pensamientos congruentes, pero debía ser totalmente disimulada, a toda costa, él no debe saber que seguía teniendo profundas emociones por él, debía comportarme como una profesional, o al menos, intentarlo. –Déjame ver…–me acerqué a la máquina del atractivo hombre que sonreía con malicia. –Lo tienes en “modo avión”. –exclamé y lo miré con incredulidad, esto parecía un juego de niños. –No sé cómo pudo pasar eso, pero gracias. –afirmó. –¿Es todo? –le preguntó parada frente a él, mientras cruzaba mis femeninas manos sobre mi regazo. –Sí, gracias. –continúo con lo que estaba haciendo anteriormente, y procedió a ignorarme de manera olímpica. –Me retiro entonces. –exclamé y salí de ahí. Me apoyé en la puerta y eché un bufido. El aire en esa oficina era abrumador, el exquisito aroma de su perfume masculino inundaba la habitación. Me olí, ahora tenía impregnado esa increíble fragancia. Ser Jennifer Jones es más difícil de lo que parece. Acabo de salir de la facultad de Ingeniería Química de California. Al salir de la universidad había emprendido mi búsqueda por conseguir un trabajo decente, pero cada vez se estaba haciendo más dificultoso, había enviado mi solicitud a tantos lugares y había recorrido otros tantos, centenas de entrevistas, docenas de puertas que se cerraban ante mis ojos. Comenzaba a frustrarme, no creí que fuera tan difícil. Pero un día, me llamaron de un despacho de abogados en Washington ¿escuchaba bien? Continúe oyendo la propuesta, la paga sonaba excelente y garantizaba un contrato inmediato. No lo pensé dos veces, me urgía el dinero, no podía seguir dependiendo de mis padres por siempre, acepté. Se supone que mi trabajo sería apoyar en la resolución de conflictos de tema ambiental, pero desgraciadamente, había terminado ayudando a esos arrogantes abogados con los fallos de sus computadoras: sus conexiones inalámbricas, sus problemas de software, de hardware entre múltiples cosas; y eso había sido porque, la tecnología se me daba muy bien. Entre otros detalles, el hombre de recursos humanos que me había contratado, no me había dicho que el mismísimo diablo, que mi némesis trabajaba ahí: Chuck Woods. Topármelo en los pasillos me debilitada las piernas y alborotaba mi corazón. Se supone que debo odiarlo y evitarlo hasta la muerte por todo lo que le había hecho a su prima y mi mejor amiga: Kloe Woods, pero por alguna razón, no puedo. Tengo fuertes sentimientos por él desde el día que me salvó de un maldito psicópata y abusador. Trato de enmascarar mis emociones, porque lo mío es imposible con él y aunque él me hiciera caso, su tío, ese poderoso hombre, no lo consentiría porque somos de diversas clases sociales, no sacaría ningún provecho el tener una relación conmigo. Además, más que interesado en mí, Chuck solo parece disfrutar ver cómo me pongo nerviosa ante su imponente presencia. ¡Lo odio! –¿Sí? ¿La pantalla quedó azul? Voy para allá Mr. Corner –afirmé al colgar, después de salir de mis estúpidas cavilaciones, son sentimientos unilaterales los que tengo, simplemente no correspondidos. Me encaminé al lugar al que fui llamada. Kloe Woods. Dios, habían pasado algunas semanas, James me había llamado para decirme que su estadía en Turkmenistán, ese país situado en Asia, se prolongaría al menos unas semanas más. Sus conversaciones eran breves, cortísimas, apenas y pronunciaba algunas palabras. Esta ansiedad me está carcomiendo. Miré la dirección que él me había proporcionado del lugar en donde se suponía que vivía su padre: Edgar Parker, el hombre al que había ido a visitar. Con lo que traigo puesto: pants, una sudadera y unos raídos tenis, deseaba salir corriendo al primer vuelo rumbo a Asia. Pero no puedo, la salud de mi abuelo está en mis manos, es mi obligación total y justo ahora, ha tenido que pasar por varias intervenciones médicas, no puedo cederle esta responsabilidad a nadie de mi familia, no existe nadie de confianza, solo somos él y yo. Tendré que confiar en que James está bien, pero dentro de mi cabeza hay una odiosa voz que me murmura que nada está bien, esa sensación acongoja mi corazón. Pasaron unos pocos días… mi abuelo empeoraba cada vez un poco más. Me dormité en una silla en la sala de espera. Caí de manera breve en una ligera ensoñación. Por qué yo dormía, pero no descansaba, mi cuerpo requería de un sueño reparador, pero la ansiedad y el miedo constante, no me permitían darme ese lujo. Cierro los ojos y un recuerdo toca a la puerta… –Kloe cariño, te amo, no olvides nada de lo que te dije, porque ahora, no puedo recordarlo, esta maldita enfermedad me está devorando las neuronas con el pasar de los días…–su voz era suave y fraternal. –No lo olvidaré abuelo…–le prometí a ese increíble hombre. ¿Por qué hablaba como si se estuviera despidiendo de mí? Sus ojos verdes, idénticos a los míos, se veían lúcidos, lo miré, su aspecto físico se veía vigoroso, se le veía tan feliz y tranquilo. –Quiero ir a casa…–me susurró. –Entonces, vamos a casa, abuelo. –le sonreí. Ese efímero sueño, culminó y la realidad me retorno a su territorio. –Señorita, despierte. –me llamó una enfermera mientras agitaba mi hombro. Despabilé con dificultad, mis ojos estaban curtidos de grandes ojeras, sentía que la piel de mis mejillas se pegaba más a mis huesos faciales. Estaba debilitada, estas últimas semanas han sido un infierno total. Agité la cabeza para poner en marcha mis sentidos. –¡¿Pasó algo?! –le cuestioné a esa mujer de blanco mientras me ponía de pie como si me hubiera caído un balde de gélida agua. Un doctor se acercó a mí, este me miró fijamente. –Lo siento mucho. –remarcó mientras bajaba la cabeza en señal de condolencia. La indirecta fue comprendida. Una luz se había apagado. Un cacho de mi corazón acababa de morir, de despedirse, el suave latir de un corazón acababa de cesar para siempre, sin retorno y yo… solo le había dado una torpe despedida. Apreté mi labio inferior contra mis dientes, mi rostro se desfiguró en llanto y pegué un grito. Acababa de morir la única persona que me había amado en mi familia. Aún recuerdo la última conversación que tuve con él, justo antes de que cayera inconsciente en una cama del hospital, justo antes de que su mente se fuera a navegar a aguas turbulentas sin retorno.
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