Mientras llovía a cántaros, Rebecca caminaba bajo la lluvia después de una acalorada discusión con su ex novio en la que este le fue a reclamar al bar donde estaba con sus amigos porque ella no le respondía a ninguna de las llamadas. La situación y el ambiente se volvió tediosa, así que ella eligió irse, solo que con toda la lluvia que caía no había ni un solo taxi por el lugar.
Se abrazaba a sí misma, toda empapada, caminando en medio de la noche por una ciudad que solo parecía estar despierta hasta las doce, pero ya eran las dos de la madrugada.
Sorbió su nariz y sus lágrimas se mezclaban con la lluvia.
Jeff era un patán y al menos ella se dio cuenta a tiempo, pero había sido una relación de casi dos años donde él no aceptaba que las cosas habían terminado y ella aunque le doliera no podía regresar con él, no esta vez, ya tenía que ponerse firme y no volver a caer ante sus encantos. Todo sería más sencillo si no lo viera, pero él se empeñaba en estar donde ella estaba, ir a su trabajo, seguirla a los lugares que frecuentaba.
La última vez aquello funcionó y ella regresó con él, ¿qué tiempo más iba aguantar Rebecca sin volver con Jeff?
Tenía treinta y un años, una vida poco estable, un trabajo de mierda y muy pocas responsabilidades y nulas ganas de ser responsable.
La misma ciudad le parecía exageradamente aburrida y necesitaba un cambio en su vida, no por Jeff, por ella que no estaba feliz en su situación actual, pero llevaba tanto tiempo así que no sabía por donde empezar a cambiar cosas.
Quería estabilidad laboral y ya dejar de enamorarse de patanes ricos y muy apuestos, estaba considerando seriamente cerrar su corazón por un tiempo, pues solo atraía a hombres estúpidos y ya estaba cansada de ellos.
Cambios, cambios. ¿Por dónde empezar?
Bajó a la calle desierta para patear una lata de cerveza que estaba justo en medio.
¿Qué mas daba? No pasaba nadie.
Con sus manos en los bolsillos se arrojó a la calle, llena de calma y tranquilidad, pero con su corazón en pena, pensando en Jeff y cómo deshacerse de él de manera eficaz, sin que su corazón temblara al verlo o desee regresar con él.
Escuchó el fuerte sonido de un claxon y unas luces que la dejaban ciega. Quería correr, hacer a una lado su cuerpo, pero ¿a cuál de los dos lados moverse?
¿Podía moverse?
¿Le daría tiempo a reaccionar?
Entre esa indecisión fue demasiado tarde y solo cubrió su rostro con sus manos, pensando lo peor mientras aquellas ruedas sonaban de forma horrible al intentar frenar y no llevarse por delante el delgado cuerpo de Rebecca Martin.
Rebecca escuchó un impacto y…¿ella estaba bien?
Miró desorientada a ambos lados, había un coche impactado contra una farola, aunque se podría decir que la farola estaba debajo del coche.
Sus piernas temblaban como nunca y lloraba como una niña, los nervios no la dejaban hacer nada, hasta que pensó en la persona o las personas que habían dentro de aquel coche.
¿Estarían bien?
Corrió hacia allí, cayéndose en el primer intento por los nervios y sus piernas temblorosas pero siguió haciéndolo.
Abrió la puerta del coche y vio a un hombre con la cabeza sobre la bolsa de aire, su rostro bañado en sangre ante el impacto con la bolsa, tenía un golpe en la frente, nariz y boca; intentó retirar su cinturón hasta conseguirlo, observó dentro para ver si había alguien más, pero no era así, ahora no sabía si moverlo, podría tener algún golpe, contusión o esas cosas que Rebecca desconocía.
Sacó su móvil mojado del bolsillo y le llamó a la emergencia para notificar el accidente.
Rebecca quería cambios en su vida, pero no de ese tipo donde casi hace que un hombre muera al ella colocarse en medio de la calle por una maldita lata de cerveza que no tenía nada que ver con ella o su corazón roto.
Su mayor tontería en toda la noche.
La lluvia seguía cayendo sin parar, el cielo se iluminó con algunos relámpagos y luego llegó el estruendo.
Estaba preocupada y aún no llegaba nadie. Tocó su rostro con mucho miedo, de su frente salía sangre, lo vio mover los ojos y se asustó. Parecía estar reaccionando.
—Tu…mano. Estás muy fría.—logró decir el hombre en un balbuceo.—¿Estás bien? No te mojes, entra al coche.
Rebecca no comprendía como aquel hombre, herido y sangrando, se atrevía a preguntar por el estado de ella o importarle si se mojaba o no cuando era él quien necesitaba ayuda y ella ya llevaba un rato empapada.
—Estoy bien, no hables. Ya viene la ayuda.—se mantuvo a su lado sin saber qué mas hacer.
Él perdió nuevamente el conocimiento y minutos después fue cuando llegó la ambulancia, lo que pareció una eternidad para ella, con miedo de que el apuesto hombre no reaccionara.
—¿Viene con él?—le preguntó uno de los paramédicos a punto de cerrar la puerta.
Rebecca sintió miedo por ser la causante del choque y se negó, dejando que el hombre se fuera con ellos.
Cuando la ambulancia se marchó, ella miró dentro del coche, no entendía cómo era que la policía no llegaba para ver lo sucedido, pero agradecía que al menos la ambulancia si llegó y lo conducirían a un hospital.
Tomó su cartera que estaba tirada en el asiento del copiloto y buscó dentro su identificación, su nombre era David Jackson. Tenía veintiséis años, lo sabía por el año de nacimiento, mil novecientos noventa y seis; eran recién cumplidos, veintinueve de abril, hacía solo cuatro meses.
Dejó la cartera en su sitio, solo para tomarla otra vez y ver de nuevo la foto del carnet, ya que no pudo ver bien su rostro, dado que estaba todo ensangrentado y herido.
Lo primero que notó fue sus enormes ojos, barbilla cuadrada y nariz respingona, en la foto podía apreciarse un poco el verde de sus ojos.
¿Quién sonreía para un carnet de identificación? David Jackson.
Aquello le causó un poco de gracia y el hecho que fuera guapo.
Dejó todas las cosas allí y salió corriendo al escuchar las sirenas.
Si todo ese suceso había sido una señal para Rebecca, lo estaba interpretando de otra manera, porque lo único que decidió en aquel momento fue cerrar su corazón, hasta ahora había sido el responsable de todo lo malo en su vida, pues era hora de acabar con eso.
Cero enamorarse, se resistiría a toda costa.
Su corazón acababa de ser cerrado, sellando aquella puerta por un largo tiempo. De abrirse antes, tendría que ser forzada.