Capítulo 1
Dan
Ubiqué las flores frente a la lápida con sumo cuidado, eran margaritas, sus favoritas, hubo un tiempo en que comprarlas me hacía feliz, porque sabía que la vería sonreír, pero ella ya no podía volver a sonreír. Se suponía que hoy sería el día más dichoso de nuestras vidas, y en su lugar, no era una iglesia la que celebraba nuestra unión, sino un cementerio el que nos separaba para siempre. Siempre estuve acostumbrado a perder a otros, luché en guerras sangrientas donde perdí un sinfín de compañeros, mientras en casa todos estaban a salvo; pero nadie está a salvo en este mundo. Sarah, por supuesto, ya no estaba a salvo, aún con su rostro gentil y su corazón de oro, aún trabajando en una de las mejores compañías del país, no importa cuanto dijeran que fue un accidente, yo lo sabía muy bien, a Sarah la mataron.
—Y no pienso perdonarlos, Sarah —dije, seguro de mi decisión —, todos no son más que basura, una compañía corrupta dirigida por una familia que es escoria. No pienso perdonarlos, soy un soldado y en mi naturaleza está atacar, ellos hicieron el primer movimiento y ahora yo debo responder
Había reunido todo tipo de testimonios, personas que vieron como su jefe la acosaba día tras día. Pero, nadie estaba dispuesto a testificar en la corte y la compañía estaba dispuesta a indemnizar, era una gran suma para enterrar por completo el incidente, y convencí a sus padres para que lo aceptaran. Mi padre siempre decía, la justicia no se aplica a los ricos, a ellos que los juzgue el karma, es lo único que puede recordarles que son humanos, lo único que puede ponerlos en su lugar.
—LUkas Kraus, nieto del director general de la compañía, gerente de la oficina de tesorería de las industrias de tecnología Kraus, un niño mimado y caprichoso, un imbécil que se aprovechó de ti; su madre, Kristin Kraus, vicepresidenta; Johan Kraus, encargado de recursos humanos y tío del susodicho; Leopold Kraus, presidente de la compañía, otro tío; y Liesel Kraus, directora del departamento de ventas… Me he aprendido cada uno de sus nombres y los he puesto en mi lista negra, todos ellos tuvieron la culpa, todos te ignoraron, nadie te ayudó, todos te acorralaron, nadie lo detuvo… ¿Realmente debería dejarlos ir?
Por un momento realmente espere a que ella me diera una respuesta, siempre con palabras dulces y sabias.
—No sé quién te golpeó, ni quién te empujó por esa ventana, no lo sé —dije, cayendo sobre mis rodillas, sintiendo la pesadez de la pérdida en mi pecho, se había creado un hueco que estaba absorbiendo mi corazón —, pero cuando lo descubra, los haré desear nunca haberte hecho daño.
Me levanté luego de varios minutos, al sentir que recuperaba la compostura de nuevo y me pasé la mano por el rostro, limpiando las lágrimas que habían caído por mis mejillas. Me costó bastante dar media vuelta y alejarme de ella para regresar al auto, donde me senté a ver la nada por casi veinte minutos, sin ánimos de encender el carro para marcharme. ¿Qué se supone que hiciera ahora? ¿Por dónde comenzaba? ¿Quién sería el primero? ¿Cómo lo llevaría a cabo? No tenía una respuesta clara, solamente palabras revueltas y turbias, planes sin sentido y las promesas que había hecho frente a la lápida de Sarah.
Mientras más pensaba en ello, más me dolía la cabeza, y si no fuera por la inesperada llamada de un amigo al teléfono, seguro hubiera empezado a golpear el volante por la frustración.
—Dije que hoy no aceptaba llamadas, Byron —dije apenas contesté la llamada y, pensé en ir a un bar para enfriarme con la bebida o terminar de enloquecer, para dejarlo salir todo de una vez.
—Y de todos modos respondiste la llamada —señaló aquella contradicción, y pensé en colgarle —, tengo trabajo para ti.
—No estoy disponible.
—Es de tu interés, créeme, va a interesarte —insistió rápidamente, me conocía lo suficiente para saber que podía cortar la llamada en cualquier momento y no contestar de nuevo —, hay alguien importante necesitando un guardaespaldas.
—No trabajo de guardaespaldas —dije de inmediato.
—El embajador de Suiza no dice lo mismo, si no recuerdo mal hiciste un trabajo impecable —me recordó —, pero esta vez no tiene que ver con la política. Se trata de los Kraus, Dan, son ellos quienes buscan un guardaespaldas.
Estuve en silencio por un momento, escuchando con atención y procesando toda la situación. Entonces, empecé a reír al respecto, era como si el cielo o el infierno se estuviera confabulando conmigo, ahí estaba mi señal, mi punto de partida y la abertura hacia una estrategia, para una venganza completa y sin cabos sueltos.
—¿Quién? —dije un poco más despierto, sentía que la sangre me hervía y todos mis sentidos se agudizaban.
—La menor de los Kraus, Adelaide Kraus, ¿quieres que te postule? Tendrías que dirigirte allí ahora mismo.
—Hazlo —dije y encendí el auto —, y dame la dirección, yo llegaré.
—Hecho.
El auto rugió y lo saqué de allí tan rápido como pude, tomé la carretera principal de vuelta a la ciudad, y luego un desvío hacia el sur para llegar primero donde mi proveedor. Allí tuve un cambio de ropa y ubiqué en su lugar cada una de mis armas en el lugar indicado. Sin más, retomé el camino y vi el mensaje de Byron que confirmaba mi postulación a la vacante, debía llegar pronto para presentarme junto con otros pocos. Así que tomé varios caminos alternos y cambié la marcha una y otra vez para evitar el tráfico de las dos de la tarde. Finalmente, llegué a tiempo a un edificio de cristal que quedaba en el centro de la ciudad, en el distrito financiero, y me presenté a recepción.
—¿También viene para la vacante? —preguntó un chico joven, parecía un novato.
—Sí —dije y di un vistazo al reloj.
—Dicen que la señorita es muy bonita —se acercó para susurrarme el rumor, y lo miré con cierta molestia, lo que desanimó su intento de acercarse, aunque terminamos tomando el mismo elevador —. Seguro tienes bastante experiencia… —comentó algo nervioso —, yo simplemente intento salir del desempleo, sé karate y…
Me desconecté de la conversación indirecta, cualquier otro día habría sido más amigable; pero, ese día no era cualquier otro, no sin Sarah, no con los Kraus. Llegamos al piso cincuenta y vimos otros cinco esperando en la recepción del lugar, todos de traje n***o. Habían algunos hombres bastante corpulentos, de aquellos que miden su fuerza en músculos nada más, mientras yo me mantenía en un nivel corporal medio, mi trabajo requería que no llamara mucho la atención, aunque Sarah insistía que eso era imposible. Sin embargo, allí parecía pasar desapercibido, nadie notaba la sed que crecía dentro de mi.
La entrevista fue como cualquier otra, bastante aburrida a decir verdad, puras tonterías de ¿por qué quieres este trabajo?, cuando la respuesta obvia es que nadie quería morir de hambre.
—Ustedes tres, síganme —dijo una señora mucho después y señaló a cuatro de nosotros, incluyéndome a mí —, necesito que empiecen ahora mismo —anunció y nos entregó una serie de papeles mientras la seguimos, eran normas a seguir, lugares que frecuentaríamos, información sobre la familia y algunos nombres, reconocí la mayoría.
Nos llevaron al estacionamiento y subimos a una camioneta negra blindada, la mujer no dijo mucho más. Nadie habló en el camino, aunque el más joven nos miró a todos un poco perdido, pero intentando imitarnos. Era aquel chico del elevador, no entendía porque había sido contratado, se le notaba la falta de experiencia; pero, todos se merecen una oportunidad para poder empezar en el mundo laboral.
Nos llevaron a las afueras de la ciudad, un lugar que Sarah llamaba el verdadero mundo de los ricos, un lugar lleno de casas o tal vez debería decir mansiones lujosas. Muy pocos conocían el lugar, se escondía tras árboles y mucha vegetación, el barrio se llamaba camaleón por esa misma razón. Finalmente el auto dio un giro e ingresamos por unas altas rejas verdes llenas de enredaderas florales, parecía como si se abrieran las puertas de la naturaleza. Nos dejaron no muy lejos de las rejas verdes, sin la casa a la vista y rodeados de árboles altos, entonces entendí que se trataba de una prueba, justo antes de que varios hombres dejaran las sombras oscuras de los árboles para atacarnos.
Todos peleamos cuerpo a cuerpo, cada uno por su lado, mientras recordábamos que en los papeles que nos fueron entregados se mencionaba la casa. Supe entonces que la meta era llegar allí de algún modo, así que golpeé a todos de vuelta y los dejé inconscientes en el suelo, al menos los cuatro que me atacaron. Antes de ser notado por el resto, me escabullí dentro de las mismas sombras que habían usado ellos para esconderse e intenté evitar cualquier otro obstáculo humano, atacando primero y en silencio. Así, fui dejando detrás de mí un largo rastro de hombres inconscientes, para evitar cualquier molestia que me impidiera revisar la casa, que finalmente aparecía frente a mis ojos.
Con una arquitectura clásica impecable, vi la edificación de dos plantas frente a mi, apostaba que su interior era más grande que mis últimos cinco apartamentos en los que viví, si juntaba las medidas no alcanzaría ni a la mitad. Me acerqué con sigilo y revisé las ventanas, hasta encontrar una que me permitiera entrar. Las luces en el interior estaban todas apagadas, excepto por una pequeña luz muy en el fondo, donde una chica se encontraba pintando el patio trasero, que parecía un jardín mágico, como una entrada al reino de las hadas o cualquier tontería parecida. Me acerqué sigilosamente, hasta que ella detuvo sus movimientos y situó el pincel frente a ella con mucho cuidado, entonces se giró para mirarme allí entre la oscuridad del resto de la casa.
—¿Sabes quién te contrató? —me preguntó y permanecí en silencio —, supongo que no… ¿De qué crees que trata este trabajo?
—Tengo que cuidar de usted —dije lo que había leído en aquel papel que nos fue entregado.
Ella se rio, y luego se levantó de su asiento para acercarse a mí, aunque no lo suficiente, solamente fue hasta donde la luz llegaba y me miró fijamente. Su cabello lacio caía sobre sus hombros de forma elegante y sus ojos grandes parecían buscar secretos a simple vista. Su contextura delgada parecía un poco frágil, intentaba ocultarlo con la camisa ancha que tenía; pero era imposible.
—¿Cuál es tu nombre? —me preguntó.
—Daniel.
—¿Puedo llamarte Dan? —preguntó, y quise rechazar su pedido; pero la habitación transmitía tanta soledad que me sentí mal por ella y terminé por aceptar —. No te sientas mal por mi, Dan, estar en la cima del mundo siempre atrae la soledad.
Me sorprendí al notar la forma tan fácil en que había leído mis pensamientos.
—Te voy a contar un secreto, ya que me encontraste en tan poco tiempo. No viniste aquí a ser mi niñero, si eso es lo que pensaste —, puede que lo haya pensado —, viniste a salvarme de la muerte, porque alguien dentro de mi familia me quiere muerta por alguna razón y si no tengo cuidado, puede que no llegue a fin de mes.