Capitulo Dos

982 Words
Palermo, Buenos Aires, Argentina.   Micaela Cerezo, una niña de trece años que tiene serios problemas de conducta en su escuela. Sus amigos le temen y no se acercan a ella, sus padres ya no saben que más hacer por lo que deciden mudarse, irse de vacaciones un tiempo a Córdoba, provincia del mismo país famosa por sus sierras verdes y su gran turismo.   -Hija, son vacaciones, por favor ten paciencia que pronto llegaremos- su madre es una mujer dulce que intenta a toda costa demostrarle a su hija que el mundo no es tan malo como aparenta.   Micaela rueda los ojos, está cansada de ese discurso sin fundamento alguno. Sabe muy bien de qué es capaz el mundo, ella lo ha visto y lo ha vivido constantemente. Porque después de todo, una niña capaz de causar desastres naturales, no puede ser tratada con normalidad. Hace un par de meses, Micaela descubrió por un berrinche de esos que suelen darle a los niños, que puede mover la tierra a su antojo, desde granos de arena hasta las mismas placas tectónicas. Controlarlo a su voluntad e incluso usarlo como le venga en gana. Los padres de los demás alumnos hicieron una reunión especial para pedir a las autoridades educativas que expulsaran a la chica debido a su extraño comportamiento y a que sus hijos le tenían cierto grado de temor. Como ya hemos visto, el ser humano tiende a temer lo que no conoce, a atacarlo o a huir de él. Por esto tuvo graves problemas con sus padres quienes hicieron todo lo posible para demostrar su inocencia y al no haber pruebas suficientes en su contra no pudieron expulsarla, pero originó la marginación social y el desprecio de las niñas y las burlas de los niños.   -Mamá, nada va a cambiar sólo porque salgamos de viaje, todo seguirá siendo igual- responde la chica sin interés.   Al llegar, lo primero que hace es salir del auto y correr a la casa de su tía quien la espera con los brazos abiertos. Su primo Carlos no se encuentra en casa pues es mayor y asiste al instituto.   -Has crecido Micaela, te ves preciosa- dice su tía sonriéndole.   -Gracias tía, ¿Puedo ir a caminar?- no le agradan las reuniones familiares pues se aburre en demasía.   -Claro, ya conoces el lugar. Sólo vuelve para el almuerzo- sonríe su madre sin prestarle mucha atención.   Micaela se pierde en las calles de la hermosa Córdoba, el aire puro y el verde llenan de paz su caótica vida. Decide pasar un tiempo en el arroyo más cercano, el ruido del agua chocar con las piedras calma sus nervios, sus pies sumergidos en la frescura del líquido y la soledad que a esas horas se siente le permiten llorar tranquila. Llorar por lo que tiene que pasar, por sus amigos que la abandonaron, por sus padres, por su forma de tener que afrontar las cosas y por el castigo que le tocó; ella no pidió ser diferente, ser distinta a las demás chicas, tener la habilidad de mover la tierra a su antojo no es tan bueno como ella pensó. Sus manos tocan el agua, sus lágrimas caen una  a una y se pierden en el arroyo, ensimismada en sus pensamientos no ve la maravilla que pueden hacer sus manos, la arena bajo el agua se mueve al compás de sus manos y las rocas parecen danzar alrededor de ella. La naturaleza sabe que ella sufre, y se limita a acompañarla en este difícil proceso de aceptación propia.         Fráncfort del Meno, Alemania.   La noche fría cae en la ciudad, el gélido invierno ha golpeado como nunca y en esta noche de nubes grises una mujer lucha por traer a su hija al mundo. Con algunas complicaciones y sin poder llegar a un centro de salud debido al clima, se mantiene en la cama junto a sus dos amigas y su hermana mayor.   -Falta poco Emma- decía una de las mujeres a la joven embarazada.   Otra contracción llegó a ella y sólo pudo aguantar el dolor y pujar con fuerza. Si seguían así la criatura no podría nacer en buenas condiciones y eso las aterraba.  Cuando ya estaba todo perdido, un milagro sucedió, la niña por nacer cambió de posición y al llegar una cuarta dolorosa contracción su madre dió el último esfuerzo y logró traerla a éste mundo. La bebita abrió los ojos inmediatamente, no había llanto en ella, solo observaba todo a su alrededor. La lavaron de manera cuidadosa y le colocaron la suave ropa que su madre había comprado y preparado para ese día tan especial. — ¡Oh, Emma!— decía la mujer— Es bellísima. —Tiene los ojos de su padre, tan azules como el mar— señaló una amiga. — ¿Qué nombre le darás?— decía su hermana contenta. —Liesse, es un bello nombre— dice la madre abrazando a la bebita. —Liesse Shwartzendruber— repite su hermana. La noche avanza tranquila, Emma descansa en su cama. Observa a su pequeña hija jugar con burbujas de saliva, para ser un recién nacido se la ve muy activa e incluso inteligente y consciente de lo que hace. De pronto la niña la mira fijamente, la madre le regala una sonrisa pues está enamorada de la criatura que sostiene en sus brazos pero su sonrisa se desvanece en cuanto los azules ojos de su hija brillan en medio de la oscuridad, todo alrededor de ambas flota en el aire, levita incluso el cabello de la mujer y no puede evitar jadear asombrada. Liesse sonríe y toma con su pequeña y suave manito la de su madre y se acurruca contra ella, cerrando sus ojos y cayendo en un sueño profundo. —Liesse, Dios mío... — suspira la mujer. Sabe que su niña es especial pero debe ocultarlo o corre el riesgo de que quieran hacerle daño e incluso llevarla lejos de ella. Micaela y Liesse también deberán afrontar los peligros que conlleva ser diferente, la ardua tarea de encajar sin darse por vencido y sobrevivir en un mundo en el que el más fuerte será el vencedor.  
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