CAPÍTULO DIEZ AMBERES – FEBRERO DE 1965A Jules Dumont le había ido bien durante los últimos cinco años. Su buena apariencia, vestuario, modales y una casa de lujo hablaban de su éxito. Además de ser un apasionado coleccionista y vendedor de libros raros y obras de arte, también era el más destacado falsificador de documentos en Bélgica. Pasaportes, documentos de trabajo, licencias de conducir, tarjetas de identificación… todo caía en el ámbito de su oficio. El negocio era próspero y tenía el respeto y la protección de los altos directivos del mundo clandestino belga. Se consideraba intocable. Sabía cómo reproducir marcas de agua y firmas auténticas, conocía la diferencia entre los distintos tipos de papel necesarios para documentación oficial, las fuentes y tintas requeridas, y conocía l