Capítulo 4-1

2025 Words
CAPÍTULO CUATRO LEOPOLDVILLE, REPÚBLICA DEL CONGO – NOVIEMBRE DE 1960El agente QJ/WIN de la CIA había llegado a Leopoldville operando bajo el nombre de Lucien LeClerc. Su cubierta era la de un empresario francés de Marsella, que buscaba importar maquinaria agrícola de Europa para apoyar la economía congolesa. Sus documentos de viaje eran válidos para los próximos tres meses y, durante ese tiempo, se esperaba que viajara por la región, visitando empresarios, ministros de gobierno y líderes políticos locales. En verdad, no tenía intención alguna de hacer algo de eso. Su verdadera misión era mucho más interesante. Había sido reclutado originalmente a finales de 1950, luego de una exitosa carrera como contrabandista. Dos estadounidenses altos lo habían visitado en su apartamento una noche con una proposición interesante: “Gracias por aceptar reunirse con nosotros. Yo soy Frank y él es Tony —dijo el más alto y con rostro más carnoso de los dos—. Yo estoy luchando contra los comunistas; Tony está peleando en la guerra contra las drogas. Tenemos una propuesta para usted”. Había comenzado a partir de allí. Debido a sus contactos en el mundo clandestino de Europa, especialmente con las bandas de traficantes de drogas de los corsos y los sicilianos, había sido un excelente agente para infiltrarse en una red que involucraba la heroína de la China Comunista, que había sido suministrada libremente con la clara intención de que debía llegar a los Estados Unidos. Como Agente Provocador, Márquez había sido excepcional. Había pagado su entrada en el negocio utilizando fondos estadounidenses y había organizado puntos de recolección y transporte privado en la ruta. Claro que todo había sido un ardid y, en una fecha dada, los embarques habían sido interceptados por la Guardia Costera de Estados Unidos, pero lo más importante fue que varias rutas hacia el interior de Estados Unidos habían sido comprometidas, a la vez que se puso bajo vigilancia otras ubicaciones. Luego de la operación antidrogas, había sido contactado seis meses después y se había reunido con un hombre gordo, casi obeso, de la CIA en Roma. El hombre parecía un borracho desaliñado, pero tenía la seguridad y una arrogancia que dejaban ver sus recursos ocultos y su tenacidad. —Llámeme Bill —había pedido el hombre de la CIA mientras cenaban mariscos en el restaurante Villa Venezia, un pequeño lugar, atendido por la familia, cerca del Vaticano. —Me gustó lo que hizo por nosotros contra esos comunistas Chinos, buen trabajo. También quisiera agradecerle por varios de los agentes potenciales que su talento identificó para nosotros. Estoy a cargo de un nuevo equipo. Trabajamos bajo la Acción Ejecutiva, lo que no es más que un eufemismo para ensuciarse las manos en operaciones encubiertas. Creo que usted es el tipo que quisiéramos trabajando con nosotros. Márquez había sido incluido en nómina, un buen p**o mensual y todo lo que tenía que hacer era establecer suficiente cubierta para ser clasificada como negable ante el mundo. La operación en el Congo fue su primera misión y, aunque aparecía registrado como agente del departamento de Acción Ejecutiva, en verdad sería asignado a la División África de la CIA por la duración del proyecto. El trayecto desde el aeropuerto hasta Leopoldville le había despertado viejos recuerdos de su época en África, no allí en el Congo, donde era desconocido, sino en otras regiones del Continente Oscuro: Chad, Nigeria, Argelia, Dakar. El olor, el ruido, el calor: todo le daba a África su pulso único. El recorrido por las calles no hizo nada para desvanecer esas sensaciones y además confirmó lo que ya le habían dicho en la CIA: el Congo caía lentamente en un torbellino de caos y luchas feudales con el ejército en las calles y la milicia en la trastienda. Márquez se había registrado en el hotel Intercontinental, una enorme y alta plancha de concreto en el centro de la ciudad. Era el hotel elegido por los empresarios, periodistas y visitantes VIP. Dejó su equipaje en la habitación e inmediatamente pidió un taxi a la recepción del hotel. Su primera parada fue para su reunión con el jefe local de la CIA, Deakin. El encuentro fue en un apartamento de una habitación en Binza, un suburbio de Leopoldville y una de las muchas casas de seguridad que mantenía la Agencia para reuniones encubiertas. Un golpe en la puerta y una frase en clave le consiguieron la entrada al santuario de la casa de seguridad. —¿Está limpio? Nadie lo vigila, es muy fácil de detectar. Andan juntos por todos lados como un montón de vírgenes en una fiesta de la fraternidad. “Deakin es el arquetipo del oficial de la CIA —pensó Márquez—; un operador joven, elegante y sereno”. Se pusieron cómodos mientras Deakin hacía de anfitrión y servía las bebidas: café, n***o y fuerte. —Entonces, Langley quiere que le dé la versión editada de los sucesos locales y luego le informe sobre su misión mientras se encuentre en el país. —Deakin encendió un cigarrillo Camel y se recostó contra el espaldar de la silla, preparándose para darle la información de inteligencia—. Lo que tenemos aquí en la RC es una obra con cuatro actos en la que los actores principales (Kalonji, Lumumba, Tshombe y Mobutu) están listos para matarse por ganar el trono. Mobutu gobierna aquí en Leopoldville, Kalonji tiene Kasai del Sur, Tshombe tiene control sobre la franquicia minera en Katanga y lo apoyan los belgas y sus mercenarios, y finalmente, está Lumumba y su p******a, que han establecido un enclave en Stanleyville. Tenemos facciones tribales, financieras y políticas, todas armadas y dispuestas a llevar el país al borde del caos con el fin de obtener lo que quieren. ¿Me entiende hasta ahora? —Desde luego —contestó Márquez—. Aunque suena como la mayoría de las democracias africanas en la actualidad. —Así es, tiene toda la razón, pero es nuestro trabajo asegurar que la menor cantidad posible de países caigan en manos de los comunistas y la orden desde el alto mando en Washington es que la República del Congo sea salvada a toda costa, incluso si eso significa rescatarla de sí misma. Desde el verano, Washington ha estado evaluando cómo asegurar este país. La principal amenaza para los Estados Unidos y Occidente viene de Lumumba. Parece tener apoyo comunista y la teoría es que, si continúa en su alto cargo, pavimentará el camino para una toma de control comunista. La Agencia no puede permitir que eso ocurra. —Ahí es donde entro yo —comentó Márquez. —Así es. Queremos que vea si es posible penetrar el entorno de Lumumba. Hemos intentado hablar con él en los últimos meses: negociación, soborno, concesiones políticas, pero parece que o es muy fiel a sí mismo o está en el bolsillo de Moscú. Tenemos en la mira al jefe del Ejército, Mobutu. Washington piensa que es un hombre con el que podemos trabajar. Es necesario eliminar a Lumumba para darle vía libre a Mobutu. —Entonces, ¿el estoque en lugar de la espada para esta operación? —preguntó Márquez. —Sí, un acercamiento sutil siempre es preferible. Queremos que se acerque a él, que gane su confianza y entonces veremos cómo lo derrocamos. —¿Y esto está aprobado por Washington? —Márquez no quería quedar abandonado si la operación salía mal. —Lo mejor que puedo decirle es que esta operación es oficialmente extraoficial. No se preocupe por eso todavía; solo acérquese primero al objetivo. Márquez notó la pausa de Deakin y su respuesta sin compromiso. ¿Acaso el hombre de la CIA no le estaba dando toda la información?, ¿quizás estaba reteniendo parte de la información operacional? ¡Espías! ¿Quién sabía cómo funcionaban sus mentes? —De acuerdo, ¿dónde comienzo? —Hay un hombre que trabaja para Lumumba, llamado Patrick Kivwa; un apañador y abogado aquí en Leopoldville, que trasciende a los congoleses y a los europeos. Maneja el dinero y organiza las reuniones. Hemos escuchado que necesitan apoyo financiero; después de todo, los contragolpes no son baratos. Ciertamente, no les atrae el acercamiento de un empresario estadounidense que quiera traer fortuna al país. Allí se jodió el juego. —Pero un ciudadano francés que busque negociar con el nuevo gobierno… sí, ya veo. Muy bien, me gusta —acordó Márquez. —Exactamente —afirmó Deakin—. Langley dice que podemos contar con hasta cien mil dólares para conseguir su interés y lograr infiltrar un activo. Ese es su punto de partida. —Y una vez que yo o un subagente pueda ganar acceso a Lumumba, entonces, ¿qué? —Lo asesina. Sin vacilar. Langley y Washington pueden adornarlo con toda clase de eufemismos, pero la versión corta es que lo queremos muerto. —Pistola silenciosa. Explosión, ¿qué? —preguntó Márquez, impaciente por planificar cómo podría hacerlo. —De nuevo, se requiere algo más sutil. Tenemos a nuestra disposición un agente químico que nos gustaría que usted o su nominado administrara. La toxina está diseñada para ser administrada a Lumumba de forma oral en la comida, tal vez en una cena con invitados. Ah, veneno. El truco más viejo de los asesinos. Márquez tuvo que esperar tres días para poder conseguir su primera reunión con el hombre de Lumumba. Deakin le había dado un número de contacto y le había dicho que llamara a cierta hora del día. El hombre que respondió al teléfono habló con voz aguda, un chillido nervioso. Márquez se presentó con su nombre de cubierta, LeClerc, y le dio un esbozo de su propuesta. —Mmm, venga a mi oficina hoy en la tarde. Podemos hablar con más detalle cara a cara —dijo Kivwa. La oficina de Kivwa estaba en el segundo piso de un bloque comercial en el distrito de negocios. La oficina daba a una calle llena de cafés y taxis; el toldo del edificio los protegía de lo peor del sol. El hombre en cuestión era un gigante, cuyas dimensiones físicas estaban contenidas en un traje de tres piezas hecho a la medida. Era canoso y parecía agotado. —Entonces, ustedes franceses quieren controlar nuestro país, ¿es así? Tienen más aspiraciones coloniales, Monsieur LeClerc. ¡Maquinaria agrícola! ¿Espera que le crea? Márquez levantó las manos en simulada rendición. A fin de ganar acceso al jefe de ese hombre, sentía que lo mejor era ser honesto con el abogado congolés, o tan honesto como su cubierta le permitiera. —Es cierto, usé la historia para ganar cierta credibilidad y conseguir que usted se reuniera conmigo. También represento intereses de la banca europea, que están deseosos por apoyarlos en la minería incluyendo el desarrollo de los minerales; cobre, oro y diamantes. Estoy autorizado para hacer una propuesta a su jefe. Kivwa rio. —Pero llega demasiado tarde, amigo mío: Tshombe y sus perros belgas ya tienen controlado ese mercado. Márquez asintió. —Mi gente en Europa cree que Patrice Lumumba sería una opción mucho mejor para todos los interesados. Creemos que es un hombre que podría unificar al país y recuperar la estabilidad. Kivwa hizo a un lado los papeles sobre su escritorio y se inclinó hacia adelante para enfatizar su punto. —Amigo mío, Lumumba es, para todos los fines, un hombre perseguido. No puede moverse libremente sin riesgos para sí mismo. Actualmente, se encuentra bajo arresto domiciliario. ¿A dónde iría y cómo llegaría allí? —Estoy autorizado por mis clientes para ofrecerle protección en Europa en calidad de invitado; podemos garantizarlo. —Márquez observó fijamente a Kivwa. El hombre estaba inseguro sobre cómo reaccionar. ¿Tal vez su discurso había sido demasiado adelantado, demasiado súbito? —Mmm… no sé qué decirle sobre eso. Tendré que consultarlo directamente con Lumumba. ¿Dónde puedo contactarlo? —Márquez le dio el nombre del hotel y el número directo de su habitación—. Lo contactaré cuando haya hablado con Lumumba, pero debo advertirle honestamente que creo que está perdiendo su tiempo. Márquez no tenía más opción que regresar a su hotel y esperar. Consultó su reloj, y descubrió que estaba atardeciendo. Hora de tomar un trago. Dio la vuelta y se dirigió al bar. Un grupo de periodistas se estaba registrando en recepción. Parecían versiones modernas de los aventureros coloniales, llegando en bandada al Continente Oscuro, excepto que esa vez, en lugar de rifles, venían armados con cámaras y trípodes. El bar estaba tranquilo y no comenzaría a llenarse hasta dentro de otra media hora. Retiró uno de los banquillos y se inclinó sobre la barra. El barman se acercó, con un vaso en la mano.
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