CAPÍTULO TRES
Márquez estaba de pie junto a la ventana y corrió suavemente la cortina, de manera que la más pequeña abertura le permitiera ver la gélida escena en el exterior. Observó la calle en busca de alguna señal de amenaza, pero solo vio las calles vacías. Se volteó hacia el estadounidense.
—¿Usted será mi contacto?
—Trabajaría directamente para mí. Sin contacto, cubierto ni encubierto, con la embajada estadounidense ni con las estaciones locales de la CIA donde esté operando. Trabajará a distancia, independientemente, sin chaperones. Si intenta contactar a la Agencia, le dirán que se marche y que ellos no saben de qué está hablando. Yo le daré una serie de números telefónicos y se le requerirá comunicarse con regularidad para dar y recibir información de Inteligencia actualizada. Luego de cada operación exitosa, liberaré una cantidad de dinero acordada a una cuenta bancaria personal de su elección. Si no completa el contrato, no recibe el p**o. ¿Alguna pregunta? —dijo el señor Knight.
—Necesitaré varias semanas para la planificación, para organizar mi equipo y para diseñar cómo ejecutaremos la operación.
—Desde luego —aceptó el señor Knight.
—El dinero debe ser pagado directamente a mi cuenta privada en el Banque International de Luxemburgo. Yo distribuiré los fondos como y cuando lo requiera.
—Absolutamente.
—Repasaré su Inteligencia y la planificación que tiene hasta el momento. Si no puede ejecutarse, se lo diré. No perderé nuestro tiempo. En ese caso, necesitaré una indemnización de cinco mil dólares. Mi tiempo es muy valioso, como puede comprender.
—De acuerdo.
Márquez dio al paisaje una última mirada antes de voltearse hacia el estadounidense.
—Si todo es aceptable para usted, entonces, puede decir que tiene un contratista.
—Max. Nuestro invitado se marcha; por favor, trae su abrigo. —La llamada era para el factótum, en la planta baja del edificio. Un distante “Sí, Herr Knight” fue la respuesta.
Con la exitosa reactivación de Márquez, el señor Knight, siempre el práctico agente de Inteligencia, tenía un problema más apremiante: no dejar cabos sueltos. Por el contrario, también era una buena forma de probar la lealtad del asesino catalán con la operación y de ver si sus habilidades habían disminuido con los años desde que había dejado de estar contratado por la Agencia.
—Herr Márquez —susurró mientras el hombre se incorporaba para alisar las arrugas en su traje a la medida—. Sugiero que nos reunamos dentro de una semana en Viena. Allí le entregaré todos los detalles biográficos de los objetivos, fondos y una lista de recursos que están disponibles para usted. Además, me gustaría discutir su plan al mismo tiempo. —El estadounidense buscó en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre—. Aquí está el boleto para Viena, algo para los gastos y un itinerario.
Márquez lo guardó todo en su bolsillo; los revisaría luego.
—¿Qué hay de mi criptónimo? —preguntó.
—Bueno, creo que, si usted está de acuerdo, mantendremos sus nombres código originales con la Agencia: QJ/WIN y WI/ROGUE. ¿Le parece satisfactorio?
Márquez asintió su acuerdo. Sabía que la CIA utilizaba criptónimos que comenzaban con un prefijo de dos dígitos llamado dígrafo. Este dígrafo generalmente denotaba el lugar donde el agente había sido reclutado originalmente. En su caso particular, QJ representaba a Luxemburgo, el sitio de su reclutamiento original. El dígrafo de su socio era WI y representaba el Congo, el lugar de su primera operación y el país que los había reunido.
La última parte del criptónimo generalmente era algo al azar, o que armaba una palabra completa. Sin embargo, en el caso de WIN y ROGUE, estaba la sospecha por parte de Márquez de que algún oficial anónimo de la CIA había juzgado bien sus personalidades: uno era el despiadado ganador (WIN), el otro era un arriesgado criminal (ROGUE). Sonrió. Sentía que había vuelto a donde pertenecía, seguro bajo la protección de una operación patrocinada por la CIA. Estaba seguro de que ese contrato (probablemente, su mayor reto) también sería su obra maestra.
La semana siguiente fue un torbellino de actividad para Márquez. Cerró temporalmente su pequeño negocio de antigüedades en Luxemburgo, alegando la necesidad de visitar un anciano familiar en España y advirtiendo a sus clientes que tal vez no regresaría por algunas semanas, quizás incluso uno o dos meses.
Además, hizo discreto contacto con varios miembros del mundo clandestino europeo, con quienes había trabajado en el pasado. Cada uno de ellos era un especialista en su campo de acción. Eran costosos, pero bien valían el precio por su experiencia. Finalmente, se encerró en su bellamente amoblado apartamento sobre su pequeña tienda y comenzó a trabajar. Para el segundo día, tenía el inicio de un plan y una estrategia sobre cómo ejecutaría el más exigente de los contratos.
Su plan era simple: eliminar primero los objetivos más fáciles, sin despertar sospechas de la KGB. Los accidentes siempre eran buenos dado que no eran obvios como una bala en la cabeza. Compraba tiempo para que el asesino escapara y no alertaba a ningún investigador sobre el hecho de que había sido una trampa.
La experiencia también le decía que entre más alto perfil tuviera el objetivo, menos probable era el uso de accidentes como opción. Su seguridad era invariablemente alta y, por lo tanto, tenían un nivel de protección que hacía mucho más difícil que el asesino se acercara íntimamente al objetivo. Trabajar de cerca podría ser una opción en ese caso, pero lo dudaba. Además, sabría más una vez que pudiera revisar la evaluación de Inteligencia del estadounidense sobre los objetivos.
La clave está en los detalles. Se recostó contra la silla, se estiró y extendió una mano hacia el teléfono sobre el escritorio. Escuchó el clic de la operadora al conectarse y le pidió que lo conectara a un número privado de un bar en Portugal, que pertenecía a su antiguo compañero.
La reunión de los dos asesinos europeos se llevó a cabo en un pequeño café ubicado en Stallburgrasse dos, en la parte antigua de Viena, exactamente ocho días después de la primera reunión entre Márquez y el estadounidense. El sitio era discreto, alejado de las aglomeraciones, lejos de sus competidores más llamativos y un lugar perfecto para que dos viejos amigos y socios se reencontraran.
Los analistas del SIS que posteriormente revisaron el caso, comentaron que esa reunión trascendental había sido crucial para la operación; aunque dependiera de la exitosa contratación del asesino georgiano. Había transcurrido una buena cantidad de tiempo desde que los dos hombres habían trabajado juntos por última vez y mucho podría haber cambiado en la actitud del pequeño asesino. Después de todo, había encontrado un nuevo país, una mujer, y un estilo de vida.
Los analistas del SIS sintieron además que, si hubiera rechazado la oferta de un contrato lucrativo, eso hubiera señalado su inminente sentencia de muerte. Los asesinos por contrato, especialmente los de alto nivel, desprecian ser rechazados por antiguos compañeros, pues invariablemente lo ven como un riesgo de seguridad o incluso peor: está el temor de que traten de socavar al contratista original. No hay furia como la de un asesino engañado, eso parece.
Sin embargo, en esa ocasión, los analistas y los detractores no tenían de qué preocuparse. El asesino había respondido y así como se dice que un leopardo nunca cambia sus manchas, igualmente fue para el pequeño georgiano: nunca rechazaría un contrato lucrativo patrocinado por su antiguo compañero.
David Gioradze, el Georgiano, llegó al café a la hora acordada. Iba vestido con un grueso abrigo con piel, guantes y un gorro para mantener controlado el frío. Había pasado los últimos años disfrutando del clima más cálido de Portugal, donde había establecido su hogar, manejaba un pequeño bar y disfrutaba de los muchos placeres de ese país, sobre todo el vino y las mujeres. El hecho de tener que viajar a Viena durante los meses de invierno no le producía mucho placer precisamente.
Avanzó por entre las mesas hasta la barra, pidió un Kleiner Schwarzer, el nombre austríaco para un café pequeño sin leche, y le indicó con señas a la mesera la mesa de la esquina entre sombras, donde descansaba la inconfundible figura de su antiguo compañero. Observó el largo rostro aguileño del hombre, su cabello perfectamente arreglado, sus modales educados, su estilo a la moda, aunque con un vestuario más bien conservador elaborado por los mejores sastres de Italia. Ese aparentemente culto y urbano empresario era uno de los mejores asesinos por contrato en Europa. Internamente, se burló. En realidad, no le agradaba ese hombre, detestaba su actitud distante, su inclinación por hombres jóvenes, sus modales decadentes en algunas ocasiones. No eran amigos (nunca lo serían), y el hecho de que provenían de distintas clases sociales solo ampliaba la distancia entre ellos. Pero, ocasionalmente, ambos hombres se habían reunido para crear una relación simbiótica. La mano de hierro en el guante de seda era como habían sido descritos en una ocasión: Márquez era el planificador, Gioradze era el martillo.
—Ha pasado mucho tiempo desde Leopoldville —comentó Gioradze, estrechando la mano del otro hombre.
Se habían conocido en 1960, cuando ambos habían trabajado, por separado al principio, para la CIA en África. Para los oficiales de la CIA que los dirigían, y para el personal del cuartel general en Langley, esos dos mercenarios de la Guerra Fría eran mejor conocidos por sus nombres código registrados, los que utilizarían en los comunicados confidenciales. Gioradze era conocido, probablemente en referencia a su inclinación para tomar riesgos y su naturaleza atrevida, como WI/ROGUE, mientras que Márquez, en referencia a su concentración y compromiso para completar el trabajo exitosamente, era conocido como QJ/WIN.
Márquez sonrió a su compañero.
“Todavía tiene esa sonrisa fría como el hielo —pensó Gioradze—. La sonrisa que te invita a un abrazo, mientras clava una daga en tu espalda”.
—Ciertamente —respondió Márquez—. Para no mencionar México, Brasil y Bolivia. Ven, amigo, siéntate. Podemos hablar de los viejos tiempos después que discutamos nuestro brillante y próspero futuro.