|3| Llanto de luna

1441 Words
Duele. Duele tanto que es asfixiante. La luz dorada del atardecer se refleja en las lágrimas que corren por mis mejillas. La suave brisa es la encargada de limpiar el rastro de sentimientos frustrantes que me bañan el rostro y el silbido del aire que azota la ladera logra silenciar mis pensamientos durante unos segundos. Quizás la solución sea esa, silenciar mi mente unos instantes. Puede que así la paz logre llegar hasta mí, la tranquilidad que desapareció cuando él se fue de mi lado. El dramatismo del momento estriba en la analogía entre lo que siento y quiero sentir. Una parte de mí desearía no tener esta sensación de quemazón que altera la calma y estabilidad emocional mientras la otra se aferra a la tristeza que me consume. Esto es lo único que queda de lo que fuimos y nunca podremos ser. El tormento de su marcha es la confirmación de que todo fue real; de que nuestro amor existió. Aún puedo verlo tratando de mantenerse en pie mientras su alma se rompía al son de mi llanto. Lo conocía tanto que sabía lo que sucedería incluso antes de que pronunciara la primera palabra. Sus manos temblorosas agarran las mías con tanta delicadeza que parece irreal. El dolor de su mirada es un espejo de lo que siento y mis ojos húmedos no son capaces de procesar la imagen que tengo frente a mí. —No puedo seguir así. Los cuchillos se clavan en mi corazón con tanta fuerza que tengo que sostenerme el pecho para no caer desplomada. El verde de sus ojos ya no reconforta, es como si no supiera quién tengo delante. Casi no soy capaz de procesar lo que está sucediendo, como si estuviera viendo una película mala de tarde de domingo. —¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado? El labio inferior comienza a temblar y siento que en cualquier momento el suelo cederá bajo mis pies. Cierra los ojos con fuerza, tratando de afrontar la situación con la calma que tanto lo caracteriza y susurra: —Todo. Una lágrima rueda por mi mejilla. A día de hoy no entiendo qué fue exactamente lo que acabó con todo. Para ser sincera no sé cuándo se terminó nuestra relación de forma definitiva, pero sí recuerdo el momento exacto en que me di cuenta de que lo quería. —¿A dónde vamos? —pregunto por tercera vez en media hora bajando del coche. —Es una sorpresa. —El brillo de su mirada es lo que necesito para saber que mi curiosidad e ilusión le causan cierta diversión. Deja un beso en la comisura de mis labios antes de taparme los ojos con una venda de satín negra y posicionar su mano en mi espalda baja. El sonido de los pájaros, el susurro del viento danzando con las hojas de los árboles y la suave brisa que acaricia mi piel, logran calmar mis sentidos. A diferencia de su cercanía, que me eriza y descompasa el latido de mi corazón. Mi pecho se mueve con rapidez, las manos comienzan a sudarme y tengo que morderme el labio para no chillar de la emoción cuando finalmente besa mi cuello y libera mi vista. —Feliz cumpleaños. Su aliento choca contra mi nuca, creando una corriente eléctrica que recorre mi espina dorsal. —¿Cómo sabías que...? —comienzo a formular la pregunta con sorpresa. —Te escucho más de lo que piensas. Se encoge de hombros riendo cuando me doy la vuelta y me cuelgo de su cuello. Una sonrisa se forma en mis labios y agradezco al cielo haber puesto a este rubio de ojos verdes en mi camino un año atrás. —Te quiero —digo tan sincera que hasta a mí me sorprende. Le he desnudado mi corazón sin pensarlo, esperando que me corresponda de la misma forma e intensidad. En cuanto me percato del enorme paso que acabo de dar, el miedo me cala hasta los huesos. ¿Y si no siente lo mismo? Sus brazos me atraen más a su cuerpo, logrando que la tensión de mi cuerpo aumente. El mundo ha parado a nuestro alrededor, es como si de pronto todo dependiera de lo que va a salir de sus labios en este instante. Siento su penetrante mirada recorrer cada centímetro de mi cara. Parece un artista intentando recordar cada pequeño pliegue, cada lunar y peca de la cara de su musa. —Te quiero. —Hace que mis divagaciones desaparezcan de un plumazo. La sonrisa en mi cara sigue siendo una constante cada vez que pienso en él. Me quedo mirando el gran cuadro que me regaló en mi primer cumpleaños a su lado. Esta obra de arte fue amor a primera vista. Recuerdo que paseábamos por una tranquila calle londinense. Las hojas anaranjadas y marrones del suelo crujían con cada paso que dábamos, el olor a chocolate caliente humeaba de una pequeña cafetería local y algunas gotas de lluvia resacada caían sobre nosotros. Habíamos pasado la mañana en el London Eye y la tarde en las afueras de la ciudad, visitando un templo precioso que nos recomendaron en el hotel, el Shri Swaminarayan Mandir. Sigo sin superar la belleza del mármol blanco tallado con tanto detalle. Nuestro objetivo era ver el atardecer sentados a las orillas del Támesis, pero una pequeña exposición de arte de una recién graduada llamó mi atención. Los colores de sus obras eran la pura representación de los sentimientos abstractos que mi mente procesaba en ese momento. A día de hoy sigo maravillada con su forma de transmitir e inspirar. Estaba tan centrada en sus obras y en las palabras de agradecimiento que la joven pronunciaba con humildad que me olvidé por completo del atardecer. Levi estaba a mi lado, observando con detenimiento la fascinación que brillaba en mis ojos y el entusiasmo con el que comentaba los cuadros con su autora. No dijo nada, dejó que disfrutara del momento y se encargó de conseguir el teléfono de Awdrie —la joven pintora— para comprarle el cuadro que hoy viste mi salón. Claro que yo no lo supe hasta el día de mi cumpleaños. Nunca he puesto en duda que las rupturas sean dolorosas, pero lo que logra destrozarte es superar lo sucedido; aprender a vivir sin una persona que se había convertido en un pilar fundamental de tu vida. Es el sentimiento de pérdida y vacío lo que acaba con su cordura, al menos con la mía. Cierro los ojos y respiro profundo. Dejo que la brisa borre las señales de tristeza y añoranza que corren por mis mejillas mientras los últimos rayos del sol calientan mi piel. Sigo aquí, abrazada a mí misma, tratando de encontrarle el nuevo sentido a la vida sin su compañía. Intentando averiguar quién soy sin él —sin su calma inexorable y alegría inquebrantable— porque cuando lo perdí también perdí una parte de mí, aquella que reía a carcajadas y amaba a raudales. —Siempre te ha gustado perderte en los atardeceres. «Levi», grita mi mente. Miro a mi derecha y ahí está. Los brazos le rodean las rodillas y los ojos cerrados hacen que su expresión luzca relajada. Su pelo juega con el viento, danzando al son del sonido de mi corazón acelerado que toca una suave sonata en compañía de las aves que revolotean de un lado a otro. Una sonrisa torcida hace acto de presencia cuando nota mis ojos sobre él. —¿Todavía sigues acosándome? Pensé que después de cuatro años te habrías cansado de hacerlo —dice juguetón, como solía hacerlo cuando veníamos a ver caer el sol. —Nunca me cansaré de mirarte. Una risa triste acompaña a las palabras que salen con lentitud de mis labios. Era su forma de decirme que era preciosa. —Copiar mis frases no es muy original, cariño. Cierro los ojos con fuerza, esto duele más de lo que pensaba. —Ojalá estuvieras aquí, ojalá esto fuera real —confieso en un susurro inaudible. Esboza una sonrisa torcida que no le llega a los ojos. Intenta limpiar la lágrima rebelde que no he podido contener, pero su mano nunca llega a mí, su contacto nunca se materializa. —Todo irá bien, vas a estar bien. Niego mientras observo cómo su figura desaparece con la ráfaga de viento que azota la montaña. De pronto me encuentro sola en mitad del bosque. Los naranjas ya no alumbran la escena, la luz dorada ha desaparecido y lo único que queda es el reflejo del llanto de la luna solitaria. —Sin ti nada parece estar bien...
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