Dicen que cuando llegas a la cima del Everest te mareas. Sufres muchas náuseas. Pero estás en la cima del mundo. Es un momento asombroso y brillante que la mayoría de las personas solo experimenta una vez, porque de hacerlo más veces, seguramente morirían.
Grace se sentía exactamente así al estar con Alexander, en aquel auto mientras tenía sexo desenfrenado, uno tan bueno como llegar a la cima del Everest.
—Esto es fascinante… —Alexander susurró mientras tomaba la cadera de Grace, haciendo que se moviera con más ritmo y escuchara sus hermosos gemidos, observando cómo sus perfectos senos se movían al compás de cada movimiento. Ambos estaban sudados de tanto placer.
—¿Qué es fascinante? —Grace preguntó mientras besaba sus labios y se derretía de tanto placer. Alexander mordió su labio y tomó sus senos, pellizcando sus pezones erguidos.
Grace, sintiendo el ritmo frenético de su cuerpo contra el de Alexander, estaba perdida en una mezcla de euforia y deseo. Sus sentidos estaban sobreestimulados, y cada toque, cada caricia parecía intensificar la conexión que compartían. La voz de Alexander era un murmullo bajo y cargado de deseo, sus palabras resonando en el aire con una sinceridad que parecía arrastrar a Grace aún más hacia el precipicio de su propia pasión.
—Tú, tú eres fascinante.
Grace gemía con cada movimiento, sus manos aferrándose a Alexander mientras se entregaba por completo a la experiencia. La combinación de sus cuerpos y la forma en que Alexander la hacía sentir era una mezcla embriagadora de placer y admiración, llevándola a un estado de éxtasis que parecía inalcanzable.
El auto, en su pequeño espacio confinado, se había convertido en un santuario de deseo y exploración, donde la intensidad del momento eclipsaba cualquier preocupación o duda. Grace se sintió completamente inmersa en el instante, dejando que sus emociones y sensaciones la guiaran en esta escalada emocional.
Joseph se quedó en silencio, con el corazón acelerado y la mente desbordada de confusión. La intensidad del momento se desvaneció cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Había vuelto a tomar el diario de Grace, esa fuente de revelaciones y secretos que lo había perturbado profundamente desde el principio.
Se limpiaba con una servilleta, el gesto mecánico y sin vida contrastando con el torbellino emocional que sentía en su interior. La idea de haber recurrido a ese diario nuevamente para buscar una forma de lidiar con sus inseguridades y deseos ocultos lo hizo sentir aún más enredado. Había intentado convencerse de que podría ignorar lo que había leído, de que todo sería más fácil si simplemente seguía adelante, pero la realidad era que no podía escapar de lo que el diario había desenterrado.
Joseph se sentó en la oscuridad, el silencio de la habitación envolviéndolo mientras reflexionaba sobre su comportamiento. La sorpresa de haber encontrado una parte de Grace que había sido tan privada, tan íntima, lo hizo sentir una mezcla de culpa y desesperación. Se preguntaba si había cruzado una línea que nunca podría deshacer.
Miró alrededor, asegurándose de que no hubiera dejado huellas de su intervención. La sensación de traición, el haber invadido la privacidad de Grace una vez más, pesaba sobre él. Se preguntaba si había tomado una decisión acertada al intentar conocer más sobre ella de una forma tan intrusiva. Las dudas se multiplicaban en su mente mientras se preparaba para enfrentarse a las consecuencias de sus acciones.
Grace estaba con la pequeña Sofí, dándole de comer mientras miraba una y mil veces el mensaje que le había mandado Alexander.
“Mentirosa”
Quería olvidarse de todo eso y no pensar de nuevo en él, pero estaba tan confundida. Después de eso, dejó a Sofí en su cuna y se adentró a su habitación, donde pudo escuchar el agua de la regadera correr. Una idea pasó por su mente y entró mientras su esposo se mantenía de espaldas a ella. Se desvistió y entró asustando un poco a Joseph.
Él no esperó verla ahí.
—Hola, chico malo. —Grace dijo juguetona—. Pensé que podríamos terminar lo que empezamos ayer.
Joseph se puso incómodo y dio un salto al sentir la mano de su esposa tocando su pene.
—Llegaré tarde al trabajo, debo darme prisa —Joseph dijo, tratando de que Grace se alejara de él.
—Entonces llega tarde —Grace volvió a suplicar. Quería a su esposo.
Pero Joseph tomó sus manos para que ya no siguiera tocando y la miró serio.
—Grace…
—¿Qué?...
Joseph rebuscó en su cabeza, ¿cómo podía decirle que se acababa de masturbar al leer su diario? ¿Cómo podía decirle que eso, a su vez, lo llenaba de asco y que al verla le daba asco también?
—El auto está haciendo un sonido extraño. Llévalo a revisar —dijo. Luego salió de la ducha, dejando a Grace ahí sin ninguna otra explicación.
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Después de la ducha que le dejó un mal sabor de boca, Grace estaba en la cocina preparándose una taza de té, tomó el teléfono y lo miró otra vez, incapaz de ignorar el mensaje de Alexander.
Sentía que ese solo texto representaba todo lo que estaba mal en su vida en ese momento. "Mentirosa". La palabra se repetía una y otra vez en su cabeza. Sabía que lo correcto era borrar ese mensaje, bloquearlo y seguir adelante, pero algo dentro de ella no podía hacerlo. Había una parte de sí misma que todavía estaba conectada a ese pasado, a esa adrenalina que Alexander le había dado, y que ahora parecía faltar en su vida con Joseph.
Se quedó pasmada, ahí, en medio de la cocina, el teléfono aún en la mano, pero no pudo escribir nada. No podía responder, y tampoco podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar con su esposo. ¿Por qué Joseph había cambiado tanto? Antes era más cercano, más abierto. Pero ahora, después de haber leído su diario, algo en él parecía haberse roto, como si hubiera perdido la confianza en ella… o en sí mismo.
El sonido de los pasos bajando las escaleras la distrajo, bloqueó el celular y lo dejó de lado. Joseph bajó, ya vestido para el trabajo, con el rostro tenso. No cruzaron miradas. Grace quiso decir algo, detenerlo, preguntarle qué estaba pasando en su cabeza, pero las palabras no salían. Joseph se dirigió a cada uno de sus hijos para despedirse y luego la miró.
—Nos vemos en la noche —dijo él, casi mecánicamente, mientras tomaba su maletín y se dirigía hacia la puerta.
—Joseph… —Grace finalmente encontró su voz, aunque apenas era un susurro.
Él se detuvo por un instante, pero no se dio vuelta. Un segundo después, salió de la casa, dejándola sola.
Grace se quedó ahí, sintiendo que algo entre ellos se había roto de una manera más profunda de lo que había imaginado. La culpa y la confusión la invadían. Su mirada volvió al teléfono. ¿Qué debía hacer? ¿Debería darle espacio a Joseph o enfrentar el problema directamente? ¿Y qué haría con Alexander? Ese mensaje, esa palabra, seguía retumbando en su mente. "Mentirosa".
Finalmente, tomó una decisión impulsiva. Bloqueó el número de Alexander. No podía dejar que ese hombre volviera a meterse en su vida. Se lo debía a Joseph, a su familia, a sí misma.
Pero aun así, cuando bloqueó el número, no pudo evitar sentir una punzada de dolor, como si hubiera perdido algo importante, algo que nunca podría recuperar.
Y entonces recordó cuando empezó a escribir ese diario, cómo lo había hecho solo para desahogar sus sentimientos. Sofí apenas tenía un mes y ella se sentía cada vez más apagada, reflexionando sobre cómo el ser madre podía ser tan maravilloso como también hacer que te perdieras por completo. No lo entendía, no entendía cómo todo eso la llevó a la conclusión de que extrañaba a Alexander.