—Buenas tardes, soy el Doctor Erik Butler. ¿Podrías decirme cómo te llamas? —ella me mira con algo de odio y yo coloco mi postura más firme y mirada inexpresiva.
—Me llamo Samira Roldan. ¿Ya puedo irme? —dice con molestia y yo ahora cuento hasta diez en vez de cinco.
—Lamentablemente para ti Samira, no puedes irte hasta que hablemos algunas cosas. ¿Tienes algún familiar aquí?
—Mi mejor amiga Pamela fue quien me trajo, o eso recuerdo. Desconozco si hay alguien más allá afuera —volteo a ver Anita y ella comprende de inmediato mi señal, sale de la habitación en busca de su amiga.
—Ok, Samira. ¿Cómo te sientes?
—Bien.
—¿Segura?
—¿También es psicólogo?— pregunta con ironía y yo ya siento que mi ética profesional se va a ir por el caño si sigue así de insolente.
—Puede ser, pero en este momento como tu médico de turno, necesito evaluarte para así poder darte el alta. Eso quiere decir que si no cooperas conmigo vas a tener que quedarte acá hasta que yo decida que estas en condiciones de irte —digo seriamente y ella vacila un poco antes de hablar.
—Estoy bien, realmente estoy bien —dice soltando un suspiro.
—Te autolesionaste. ¿Cómo se supone que estés bien?
—No estoy loca.
—Nunca dije eso —‹‹Dios mío, que cría más terca››—. Para poder hacer mi trabajo necesito saber la causa por la cual hiciste tal cosa. ¿Deseabas morir en verdad? ¿O simplemente quisiste apaciguar tu dolor? —ya no soy tan cuidadoso, le hablo de forma directa perdiendo poco a poco la paciencia que me caracteriza con los pacientes. Ella no me responde, se queda pensativa como si estuviese recordando algo. Sus ojos se llenan de lágrimas y es allí donde mi diagnóstico está terminado. No soy psicólogo, pero a simple vista esta joven no es una suicida, solo tuvo una autolesión no suicida debido a algún evento traumático que le haya ocurrido recientemente. ¿Qué requiere ayuda? Por supuesto que sí. Ella necesita hablar con un profesional y dejar salir lo que la está atormentado. No es un caso que se debe de tomar a la ligera, si sigue callando todo, será una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento, y lo que hoy fue algo superficial, mañana puede realmente hacerle perder su vida.
—¡Sami! —la voz de una joven me hace salir de mis pensamientos— ¡Dios mío, Samira, me has dado un susto de muerte! —exclama la joven y se le lanza encima a su amiga. Al verla, puedo notar lo diferente que es a ella, la recién llegada es de cuerpo fitness, rubia, ojos azules, algo alta, de piernas tonificadas y esbeltas— ¡¿Estás bien?! —habla con voz aguda y yo tengo que aguantar si mis oídos sangran en este momento.
—Estoy bien, Pam —dice en fastidio—. No fue mi intención asustarte de esa manera —trata como puede en sentarse en la cama y su amiga la ayuda.
—¿A no? ¿Y qué pretendías? No contestabas ni mis mensajes ni mis llamadas, y eso es muy extraño en ti. Corro a tu departamento porque me preocupe bastante y te encuentro en el baño casi muerta tirada en un pozo de sangre. ¿Sabes todo lo que me paso por la mente? ¿Acaso no consideraste que realmente pudiste haber muerto? ¿Y todo para qué? Ese desgraciado seguiría con su vida como si nada. Yo pensé que él, que él te había hecho algún daño… él no vale la pena amiga —vaya, ya no usa su tono de voz chillón, ahora habla con carácter y mucha entereza. Al fin alguien la pone en su lugar, porque yo ya estaba a punto de hacerlo, esa altanería ya me estaba sacando de quicio. Y aunque dicen por allí que las rubias son tontas, esta que está aquí creo que no. Lleva sus manos a su rostro frustrada y resopla.
—No es necesario que me hables así. Ya todo paso —mi paciente habla con tono muy bajo dolida por el regaño de su amiga y tal parece que confrontada también. “Él no vale la pena amiga” ese comentario llaman mi atención. Quiere decir que Samira Roldán tuvo un intento de suicidio fallido a causa de un hombre. Pobre idiota, no se ha dado cuenta del mujerón que tiene, o tenía.
—Ok, señoritas —uso mi voz profesional y trato de parecer lo menos estresado posible, y todo gracias a la niña acostada en la cama—. Ya pueden irse a casa, aquí tienes los récipes con el medicamento que debes usar y las indicaciones para lavar la herida —se los entrego y ella los recibe.
—¿Es todo? —vuelve el tono altanero.
—Para nada señorita Roldán. Le recomiendo visitar a un profesional para que le hable obre sus problemas emocionales, no puede andar por allí haciéndose autolesiones cada vez que se sienta al borde del colapso —digo con una sonrisa falsa y ella ya se dio cuenta de que de forma disimulada le eche en cara que lo que hizo es una gran idiotez. Estoy fallando a mi ética profesional, pero esta niñita me ha colmado la paciencia en menos de una hora—. Ya conocen la salida —digo seriamente y salgo de allí contando hasta veinte y pensando en cosas lindas para no dejar salir mi mal carácter. A lo lejos la oigo insultarme, pero no volteo, sé que en algún momento la volveré a ver.
—Anita, iré a mi oficina a buscar la carpeta con la operación de esta semana y me iré. Puedes seguir tu trabajo tranquila, nos vemos mañana —ella asiente y sigue su camino hacia la sala de emergencias del hospital. Al llegar y estar solo me quito la corbata con brusquedad y la tiro al escritorio junto con mi bata bastante molesto, estresado y echando humo.
¿Cómo se le ocurre hablarme de forma tan altanera? ¿Qué se cree esa cría al faltarme los respetos de esa forma? Realmente me tocó un punto muy sensible el cual ha detonado en mí una ira irracional. Aquí el médico soy yo, el profesional soy yo, y que ella venga de altanera, arrogante, irónica y tajante a querer contradecirme y hacerme ver como un idiota es lo que más detesto. No soy un idiota ni mucho menos soporto que me hablen de esa forma. Me siento en el sillón respirando profundo y contando lentamente hasta treinta, nadie me había hecho contar tanto como la niñita esa. Respiro, inhalo y exhalo buscando la paz en medio de mis tormentas.
“Soy un profesional” me repito una y otra vez hasta calmar la ira y las ganas de ir a cantarle sus verdades.
¿Cometer Autolesión por un hombre? Resoplo, o tiene problemas de autoestima, o realmente hizo de ese hombre su dios para cometer semejante locura. Gracias al cielo tiene a su amiga la Barbie andante que la pone en su sitio y sé que no la dejara sola a partir de este momento.
Tomo la carpeta con los datos del niño que será sometido a cirugía esta semana que comienza. El personal del hospital se encargará de llamar a sus padres y darles la buena noticia, planificar todo y ponerlos al tanto de los cuidados que debe de tener antes del procedimiento. Me siento satisfecho en este instante, la vida de un niño será mejorada gracias a todo un equipo que hará hasta lo imposible por cambiar ese diagnóstico. Camino hacia el área administrativa para dejar la carpeta con toda la información y luego irme a mi casa, necesito en este momento de un buen baño.
Al dejar todo listo con las licenciadas voy hacia la salida con mi bata en la mano, las llaves de mi auto y mi portafolios. Cuando paso por urgencias para despedirme mientras camino como de costumbre, mis ojos se posan en la paciente que me hizo perder el control hace un momento atrás. Va caminando con su amiga mientras las veo discutir o algo así. La detallo sin descaro de espalda y noto el gran trasero que tiene, unos glúteos bastante carnosos me saludan enfundados en un pantalón ajustado, a pesar de que es gorda, se gasta un buen trasero, está firme, se ve que tienen donde agarrar. Ya me imagino dándole unas buenas nalgadas por insolente, apretar esos glúteos y morderlos para que aprenda a respetar y a no ser tan contestona. ¿Qué? Me detengo en seco, ¿Acaso me volví loco? El bulto entre mis piernas me da a entender que si, que en efecto me he vuelto loco al tener pensamientos de ese nivel por una paciente que ya no es mi paciente, y que apenas acaba de conocer. Jamás me había ocurrido algo así, siempre he sido muy cuidadoso con respecto a ese tema. Ella ni siquiera es el tipo de mujer con la que estoy acostumbrado a salir, mis preferencias son más como la contextura de su amiga, pero más delgadas. Vuelvo a comenzar mi caminata y me apresuró a salir de aquí. Todo lo hago mirándola de espaldas cuestionando mis pensamientos, al parecer ella siente el peso de mi mirada y voltea y ambos hacemos contacto visual.
—¿Se le perdió algo, doctor? —ese tono.
—Para nada, señorita Samira —me adelanto y le paso por un lado ignorando su arrebato nuevamente. Subo a mi auto, lo enciendo y aceleró saliendo de ese lugar, si me quedo aquí puedo hacer una locura con esa cría insolente.