Capítulo 6: Sueños y Sogas

1030 Words
La mañana de la primera jineteada de Melani amaneció con un cielo despejado y un aire fresco que prometía una jornada perfecta. La familia González se levantó temprano, la casa estaba llena de una energía nerviosa y excitante. Melani, con su traje nuevo de bombachas y camisa, estaba lista para enfrentar el desafío que había soñado desde niña. La trenza apretada que su madre le había hecho la noche anterior se mantenía firme, y las alpargatas y el pañuelo al cuello completaban su atuendo gaucho. El trayecto hacia el campo de jineteada estuvo lleno de silencio y concentración. Melani iba en la parte trasera de la carreta, aferrando las riendas y pensando en cada movimiento que debía hacer. Sus hermanos, que la habían visto practicar incansablemente, le lanzaban sonrisas alentadoras. Cuando finalmente llegaron, el bullicio del evento llenó sus sentidos: el olor a tierra, el sonido de los caballos y el murmullo de la multitud. El corazón de Melani latía con fuerza cuando llegó su turno. Subió al caballo asignado, sintiendo la mirada de su familia y de todo el pueblo sobre ella. Recordó las palabras de su padre: "Confía en ti misma y en el caballo". Con un último suspiro profundo, se lanzó a la competencia. Cada salto, cada movimiento del caballo, cada sacudida, la conectaban más con su sueño. Al terminar su montada, una ovación se levantó de la multitud, y Melani sintió una mezcla de alivio y euforia. Lo había hecho. Esa noche, de regreso a casa, la familia se reunió en torno al fuego, tomando mates y compartiendo anécdotas del día. La conversación giraba alrededor de la destacada actuación de Melani, cuando inesperadamente, Octavio, su padre, mencionó algo que hizo que todos guardaran silencio. "Me han dicho que en un pueblo cercano están buscando mujeres para participar en jineteadas", comentó con voz neutral, pero sus ojos se fijaron en Melani. Melani sintió un nudo en el estómago. Esta noticia era todo lo que había soñado, pero también sabía que pedirle a su padre que le permitiera participar sería un desafío. Antes de que pudiera encontrar las palabras, su madre, Sonia, intervino. "Octavio, creo que Melani debería tener la oportunidad de ir. Ha demostrado su habilidad y su pasión. Además, sus hermanos la acompañarán, y no estará sola." Octavio miró a su esposa, luego a Melani. Hubo un largo momento de silencio en el que todos contenían el aliento. Finalmente, él asintió lentamente. "Está bien. Melani, irás a esa jineteada con tus hermanos. Pero recuerda, es una oportunidad para demostrar tu valor, así que hazlo con orgullo y responsabilidad." Melani apenas podía creerlo. La emoción la inundó, y apenas podía contener las lágrimas de alegría. Agradeció a sus padres y sus hermanos con abrazos y sonrisas. Esa noche, mientras el fuego se consumía lentamente y las estrellas brillaban en el cielo patagónico, Melani sintió que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. En los días siguientes, la preparación para la próxima jineteada comenzó de inmediato. La noticia de la participación de Melani en una jineteada femenina se había esparcido rápidamente por el pueblo, y todos querían aportar su granito de arena. Sus amigos y familiares se volcaron para ayudarla, convirtiendo cada día en una celebración de apoyo y solidaridad. Los vecinos llegaban a la casa de los González con regalos cuidadosamente seleccionados: nuevas bombachas de tela resistente, camisas bordadas a mano, cinturones de cuero con intrincados diseños, alpargatas cómodas para el montar, pañuelos coloridos y boinas elegantes. Cada obsequio venía acompañado de palabras de aliento y abrazos cálidos, llenando el hogar de Melani con un espíritu de comunidad y esperanza. El patio de la casa se convirtió en un centro de actividad constante. Mientras Melani practicaba sus montadas, su madre, Sonia, la observaba con orgullo y ocasionalmente la corregía con amor. Sus hermanos también participaban activamente, ofreciéndole consejos basados en su propia experiencia y asegurándose de que tuviera todo lo que necesitaba. Incluso los más pequeños de la familia, Faustino, Mirna, Rosa y Roberto, se encargaban de tareas menores, como preparar el mate o traer agua fresca para todos. Melani entrenaba todos los días, perfeccionando su técnica y aumentando su confianza. Cada mañana, al despertar, sentía la emoción burbujeando en su interior. Se levantaba temprano, antes de que el sol asomara por el horizonte, y comenzaba su rutina de ejercicios. La jornada empezaba con una sesión de estiramientos para preparar sus músculos, seguida de largas horas de práctica en el corral. Su caballo, un fiel compañero en esta travesía, se había convertido en una extensión de su propio ser. Juntos, practicaban saltos y movimientos, afinando la coordinación y la comunicación entre jinete y montura. El apoyo de su familia y amigos le daba la fuerza necesaria para seguir adelante. Durante las pausas, el patio se llenaba de risas y conversaciones animadas. Los niños corrían alrededor, imitando las hazañas de Melani con sus propios juegos, mientras los adultos comentaban sobre la última sesión de entrenamiento, ofreciendo consejos y palabras de aliento. Sonia, siempre atenta, preparaba deliciosos guisos y empanadas para mantener a todos bien alimentados y con energía. Cada día que pasaba la acercaba más a su sueño. Melani podía sentir el progreso en cada montada, en cada entrenamiento. La confianza que había ganado se reflejaba en su postura, en la forma en que manejaba a su caballo, y en la determinación de sus ojos. A medida que la fecha de la jineteada se acercaba, la excitación en el pueblo crecía. Las conversaciones giraban en torno a la gran competencia, y la expectativa de ver a Melani en acción llenaba a todos de un orgullo palpable. En las noches, cuando el cansancio del día se apoderaba de su cuerpo, Melani se sentaba en el porche, mirando las estrellas y reflexionando sobre el camino recorrido. Recordaba las palabras de su padre, la sabiduría de su madre, y el apoyo incondicional de sus hermanos y amigos. En esos momentos de quietud, sentía una profunda gratitud por todo lo que tenía y por la oportunidad que se le había brindado. Sabía que no estaba sola en esta travesía; llevaba consigo el amor y los sueños de toda una comunidad.
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