Muchas veces cuando estuvo con otras chicas pensó que estaba maldito o era, simplemente, incapaz de sentir algo más que pura pasión hacia esas muchachas, puesto que nunca hubo cariño en sus relaciones. Pero si a Emily la tocaba literalmente con un dedo, ya su cuerpo se tensaba, su corazón se aceleraba y hasta se ponía colorado, como ahora.
—Coloradito te ves más bonito. —Rio Emily, apretándole un cachete entre sus dedos.
—¡Agh! Me duele, insensible. —Se quejó, echándose para atrás.
—¡UUUUUUUUUUUUYY, INSENSIBLE! Eres una niñita, Pato. —Lo molestaba Mateo, carcajeándose ahora de él.
—No molestes. —Lo amenazó entre dientes.
—Ya, ya, era broma.
—Ya se están molestando ustedes dos. —Ernesto rodeó los ojos. Llegaba con yogurt en la mano, medio vacío.
—No seas metiche. —Le soltó David.
—S
