—¿Y a este qué le pasa? —Preguntó Cristina a su amiga Laura, sentada junto a ella en la mesa de la cafetería. Ángel se alejaba del lugar sin decir una palabra, había llegado en silencio y solo abrió la boca para comer, luego de eso se fue tal cual como llegó.
—Ha estado raro, el fin de semana lo llamé para salir y no quiso, cosa que nunca hace. —Interrumpió Ismael, recostado en su asiento y con su bandeja al frente vacía. El chico era el mejor amigo de Ángel, pero ni él sabía lo que le sucedía.
—Quizás tiene problemas. —Sugirió Laura.
—Con lo pesado que es con la gente no me sorprendería. —Dijo Cristina despectivamente.
Desde hace mucho tiempo que Cristina había perdido todo contacto con Ángel aparte de las veces que lo veía en el colegio o cuando Ismael llegaba a buscarla y también pasaba por él, pero pocas veces hablaban y, cuando eso ocurría, siempre terminaban peleando por cualquier estupidez.
Antes había sentido una cierta atracción hacia él, pero ahora dudaba que le gustara, puesto que. no habían intercambiado muchas palabras. Había algo raro en él, tampoco Cristina lo conocía lo suficiente como para decir que era "especial", no era parecido a ningún chico que hubiese conocido. Ángel rara vez socializaba con las personas, se veía un tipo muy seguro de sí mismo y duro, por eso las personas lo evitaban, aunque en las chicas generaba otras cosas, el tipo misterioso al cual ellas quieren conocer a fondo y con suerte poder cambiarlo. Cristina solo reía ante esa idea, Ángel era súper llevado de sus ideas y cambiarlo sería cosa de un milagro y ella era atea y no creía en esas cosas, por lo que suponía que el chico no tenía remedio. Siempre tendría ese aspecto despreocupado, con su cabello rubio siempre desordenado al más puro estilo Robert Pattinson, además de esa mirada seria y de superioridad.
Entonces recordó aquella vez que lo escuchó reír, fue ahí cuando sintió esa atracción por él, pero ahora se estaba cuestionando aquello, no podía seguir esperando por toda la vida a que Ángel le prestara un poquito de atención y dejara de pensar que ella era una niñita hija de papi, eso lo odiaba, puesto que no era ninguna estúpida. En el fondo Ángel tenía esto claro, pero era demasiado orgulloso como para admitirlo hasta para sí mismo.
—¿Vamos al cine más tarde? —Preguntó Laura, sacándola de sus pensamientos.
—Que buena idea, sí. —Ahora estaba entusiasmada y rápidamente se le olvidó todo lo relacionado con Ángel.
—¡Achú! —Valeria se acercó a ellos con su bandeja de comida, la cual tiró sobre la mesa al estornudar, por suerte no derramó nada.
—¿Estás bien? —Le preguntó Ismael. La chica tenía la nariz roja y los ojos llorosos.
—¿Estás llorando? —Preguntó Cristina alarmada, lo cual sería muy raro, nunca había visto a la chica en esas condiciones.
—Do es dada. —Respondió ella con la voz gangosa.
—Las alergias la atacan, siempre le pasa en primavera. —Santiago, el novio de Valeria que nunca se despegaba de su lado llegó al lugar y respondió por ella, suponiendo que sus amigos no le entenderían nada de lo que hablara o respondiera.
—¡Carlitos! —Se mofó Ismael estallando en risas.
—¿Ah? —Laura lo miró con cara de no entender su broma y de hecho estaban todos en la misma situación.
—¿Nunca vieron Rugrats? Carlitos el amigo de Tommy habla gangoso igual que tu Valeria.
—Edtupidoh. —Dijo la chica golpeándole el brazo con su puño.
—Toma. —Santiago siempre tan atento, le pasó un pañuelo desechable a Valeria y alejó los mechones de cabello de su cara para que pudiera sonarse.
—Ustedes son únicos. ¿Dónde consigo un chico así? —Dijo Cristina. —Creo que estoy maldita.
—No te quejes, tienes que mirar más de cerca. —Sugirió Laura, ella sabía de sobra a quien se estaba refiriendo, pero esperaba que Cristina se diera cuenta sola.
—Cierto, yo siempre estaré disponible para ti. —Ismael apoyó un codo en la amplia mesa y la miró con una ceja enarcada, sugerentemente.
—Tonto. —Dijeron Cristina y Laura al mismo tiempo.
—Deberían apurarse, la hora del almuerzo va a terminar. —Anunció Laura, mirando directamente a Santiago y Valeria que comían a toda velocidad.
Cristina se levantó de la mesa y fue a dejar su bandeja vacía al mesón cercano a la cocina, pensó que Laura como siempre la estaría siguiendo, pero luego se dio cuenta que caminaba sola por el pasillo a su sala. Se dio la vuelta y solo vio a otros alumnos caminando por este, pero no a sus amigos, hasta que escuchó una voz familiar.
—¡¿Pero por qué siempre yo tengo que resolver sus problemas?! ¡Ustedes tienen que hacerse cargo! —Gritó Ángel, hablaba por celular y se le veía muy agitado, sobre todo muy enojado, haciendo movimientos bruscos con sus brazos. —¡Ella no es el problema, no me molesta hacerlo, pero...! —Dio un suspiro haciendo una pausa. —Bien, lo haré. —Dijo de mala gana y colgó la llamada.
Cristina se había quedado parada a mitad del pasillo observando a Ángel, el chico no se había dado cuenta de su presencia, pero tampoco tardó en hacerlo. Posó sus ojos verdes en la chica y un brillo de furia se visualizó en ellos, Cristina se estremeció, aquello era muy incómodo. El chico guardó el celular en su bolsillo, dio un suspiro y se pasó la mano por el desordenado cabello, antes de caminar en dirección a Cristina.
—¿Me estas siguiendo?, ¿me estas espiando?
—¿A ti...? —Lo miró de arriba hacia abajo de manera despectiva. —No lo creo.
—No te metas en mis asuntos Cristina. —La chica dio un leve respingo, pocas veces él la había llamado por su nombre y cuando lo hacía se daba cuenta que ciertamente había algo en Ángel que le atraía. Odió a su cuerpo por actuar antes que su mente, solo esperaba no ser demasiado obvia.
—No pensaba hacerlo, tonto, voy a la sala que por si no lo has notado, queda por este camino.
Cristina se alejó con la mayor pasividad que pudo, como si nada hubiese pasado, aunque era un manojo de nervios. Decidió seguir el camino de vuelta a la cafetería para buscar a Laura o a Ismael.
—¿No que ibas a la sala? —Preguntó Ángel lo suficientemente alto para que lo escuchara.
—¿Tú vas para allá?
—Sí.
—Entonces no. —Tuvo que aguantar la risa por ver el rostro enojado de Ángel. Pero, para su mala suerte, el timbre que anunciaba el fin del recreo sonó justo en este momento. Además, divisó a sus amigos que caminaban en esa dirección, así que Cristina hizo una mueca derrotada, se giró sobre sus talones y regresó sobre sus pasos. Ángel la observaba con los brazos cruzados y una sonrisa sarcástica, tan típica de él, pero que la hacía rabiar y mirarlo como tonta al mismo tiempo.
—Quita esa sonrisita.
—¿Ah? —Preguntó Ángel haciéndose el desentendido.
—Haz mutis. —Le dijo meneando su mano para que entendiera que lo quería lejos y callado.
—¿Esa es tu palabra del día?
—Agh. —Gruñó por lo bajo, respiró hondo unas cuantas veces tratando de calmarse, ahora Ángel volvía a comportarse como siempre, atractivamente odioso.
Siguieron con sus típicas peleas y molestas palabras sarcásticas, como siempre, mientras entraban a la sala. Para suerte de Cristina ya habían más compañeros sentados en sus puestos, así que, no tendría que soportar la silenciosa habitación en compañía de Ángel. A los pocos segundos Laura ya estaba sentada junto a ella y la interrogaba acerca de su salida al cine, finalmente quedaron en que se encontrarían en el lugar.
El profesor de matemáticas, un tipo bajito y calvo con lentes de media luna, ingresó a la sala con su usual caminar medio encorvado. Sacaron sus cuadernos y se dispusieron a poner atención a la clase, aunque la mente de Cristina divagaba por aquel chico que se encontraba unos pocos puestos detrás de ella.
***J***
La jornada laboral transcurría con total normalidad, apenas unos cuantos clientes que se podían contar con los dedos de las manos habían ingresado aquella tarde en su turno, pero así era siempre. En ese momento había una pareja eligiendo algunos discos de bossa nova mientras Emily apoyada en el mesón junto a la caja, leía su libro de lectura obligatoria para la clase de lenguaje. Su jefe, Alonso, era un tipo joven de 23 años, amante de la música de cualquier tipo y que muchas veces se quedaba con gran parte de los discos que iban adquiriendo; Emily no entendía para qué tener una tienda si se iba a guardar la mercancía para él. De vez en cuando iba y se quedaba, más que nada para poner su música favorita en el altoparlante, pero también la ayudaba con las ventas, aunque no eran muchas, y a veces él cerraba la caja por ella cuando la jornada terminaba. En resumen, era un tipo que vivía en su mundo, pero por lo menos era muy conversador y divertido, así que no se aburría cuando se pasaba por la tienda. La paga no era muy buena, pero el motivo por el cual estaba trabajando era para desocupar la mente y llenarla de música.
La campanilla que anunciaba el ingreso de un cliente sonó, miró con desgano hacia la puerta de vidrio y cuál fue su sorpresa cuando vio unos ojos oscuros traspasarla con la mirada. Solo podía ver la mitad de su cara porque estaba detrás de una repisa con discos, pero era suficiente para darse cuenta que estaba sonriendo.
—¿Y tú? —Le preguntó.
—Yo...vengo a comprar. —Dijo David como si eso fuera lo más obvio del mundo.
Emily achicó los ojos, no se fiaba de él. Volvió a apoyarse en el mostrador y a concentrarse en su libro, o por lo menos lo intentó porque estaba segura que David la observaba y no era capaz de entender qué hacia él ahí. Suspiró y fue a cambiar la música, el disco se había quedado pegado y ahora Ian Curtis repetía una letra a un ritmo más bien electrónico. Puso el disco de bossa nova que la pareja de jóvenes tenía en sus manos, así quizás se animaban a comprarlo de una vez puesto que quedaban diez minutos para las siete y esperaba cerrar por lo menos con una venta más en su jornada.
Como lo esperó, a los pocos minutos llegaron al mostrador, el chico sostenía el disco en una mano y se lo pasó para que ingresara el código de barra a través del lector. Su novia sostenía su brazo como temiendo que fuera a escaparse, sobre todo porque él no dejaba de sonreírle a Emily.
—Gracias por su compra. —Emily sonrió y le dio su vuelto. Aquella sonrisa no denotaba felicidad ni alegría, era la típica sonrisa forzada, pero en su rostro de niñita buena quedaba como sincera, solo alguien que conociera realmente a Emily podría notar esos pequeños detalles.
Emily recostó sus antebrazos en el mesón y miró la tienda buscando a David entre las repisas, pero no había rastros de él, al parecer estaba sola. Giró levemente su cabeza hacia la izquierda y casi le da un infarto cuando vio la cara de Ringo Starr del otro lado del mostrador observándola fijamente. Dio un respingo y un chillido al mismo tiempo que se llevaba la mano al pecho, como si su corazón fuera a salir disparado por el susto.
David bajó el disco que sostenía frente a su cabeza y dio un paso para quedar frente a Emily.
—Me llevo este. —Dijo entre risas.
—Eres un tarado. —Le quitó el disco de las manos y fue hacia la caja.
—¿Así tratas a tus clientes? —Preguntó haciéndose el ofendido, volvió a reír cuando Emily le hizo una mueca de disgusto y lo fulminó con la mirada.
—Toma. —Emily le pasó el disco de vuelta dentro de una bolsa plástica roja y miró la hora, justo las siete.
—¿Ya te vas?
—Ahá. —Emily se dispuso a contar las ganancias del día y cerrar la caja cuando notó que David se apoyaba en el mesón y repiqueteaba los dedos sobre la madera al ritmo de la música. —¿No te vas tú también?
—No todavía, te espero.
—Tengo cosas que hacer después...
—¿Te vas a juntar con alguien? —La interrumpió.
—Con Erik. —Emily dejó el dinero en una caja metálica con llave que fue a dejar a una pequeña habitación tras una puerta que ni se notaba detrás del mostrador. Allí guardaban de todo, desde discos rotos o demasiado viejos como para ser recordados hasta una cafetera ultra moderna que, hacia un cappuccino riquísimo, por lo menos Alonso tenía buen gusto. Recogió su pequeño bolso, se lo cruzó por el hombro y guardó el libro en este, luego recogió su patineta y salió de la pequeña habitación, para encontrarse con David, supuso que por ningún motivo se había ido.
—Te preguntarás que hago aquí ¿no? —Eso era un poquito obvio, Emily se llevaba preguntando aquello desde que lo vio entrar a la tienda.
—Sí. —Rodeó el mesón y quedó frente a él.
—Iba pasando por aquí y me llamó la atención esta tienda, ¿es nueva?
—Creo que abrió hace unos cuantos meses. ¿Nos vamos ya? —Preguntó apuntándole la salida con un dedo. Se preguntaba donde rayos estaba Erik, habían quedado en que el pasaría a buscarla, pero no se imaginó que tardaría tanto, después de todo él siempre había sido muy puntual.
—Así que, ¿van practicar o así te movilizas de tu casa al trabajo? —Preguntó David apuntando la patineta que Emily sostenía en su mano.
—Vamos a practicar. —Miró hacia los dos lados de la calle y al frente, el centro estaba muy concurrido a esas horas porque casi todos salían de sus trabajos, pero entre el tumulto no podía visualizar a Erik y la oscuridad que ya se hacía presente tampoco le permitía ver con claridad.
—¿Hace cuanto tiempo que no haces skate? —Aquella pregunta desencajó el rostro de Emily, David no se lo preguntaba como si se tratara de un interrogatorio casual, más bien pudo notar por la expresión de su rostro que ya sabía la respuesta.
—Desde...hace un buen tiempo. —Se acomodó el cuello de la chaqueta y dejó sus brazos cruzados, daba la impresión que se estuviera abrazando a sí misma. David notó que su rostro se llenaba de congoja.
—¡Emily! ¡Emily! —Erik llegó corriendo al lugar, llevaba su patineta bajo el brazo y unas cuantas personas lo miraban con odio puesto que las había pasado a llevar con la tabla mientras se deslizaba entre el tumulto. —Siento llegar tarde... —Se detuvo un momento para tomar aire y notar la presencia de David, pasó la mirada entre él y su amiga sin entender qué hacían ellos dos juntos. —Yo...eh, Isabelle me pidió que la acompañara a buscar a su hermanita al colegio.
—Sí, claro. —Rio David golpeándolo levemente en el brazo como si lo estuviera felicitando.
—¿Tú qué haces aquí, calvo? —Emily no pudo evitar reír. No se había dado cuenta que David se había recortado el cabello que ya de por si era corto y ahora tendría unos cuantos centímetros nada más de largo. Pero, de todas maneras, se veía más atractivo, le daba un aspecto de soldado de película.
—Vine a comprar un disco y me encontré con tu amiguita, que coincidencia, ¿no? Bueno, yo me voy, nos vemos. —Antes de alejarse del todo le susurró algo a Emily que Erik no pudo escuchar con exactitud.
—Vamos o se nos hará tarde. —Emily lo tomó del brazo, su rostro estaba serio.
—Nos vemos, calvo. —Erik rio cuando David, sin tomarse la molestia de darse la vuelta, levantó su brazo enseñándole el dedo del medio antes de perderse entre la gente.
Emily caminaba en silencio, en su mente no dejaba de repetir las palabras que David le había dicho antes de marcharse. Erik no le preguntó nada, él ya se había acostumbrado a su silencio en los últimos meses siendo que antes ella hablaba con soltura acerca de cualquier tema. Tomaron un bus a unas pocas cuadras de ahí y se dirigieron a la cancha de básquetbol, que como siempre estaba vacía.
"Vuelve a reír así", recordó otra vez. Se quedó petrificada al escuchar las palabras de David cargadas de un único sentido, debía volver a ser la Emily de antes. Y en ese momento, luego de meditar esas palabras, todo el camino se dio cuenta que, al parecer, David la conocía mucho más de lo que pensaba y eso que tan solo habían intercambiado palabras de odio todo el tiempo, pero si hasta lo había golpeado en una ocasión.
—¿En qué piensas? —Le preguntó Erik, llegó a su lado apoyando su peso en las ruedas traseras y antes de caer pisó el suelo y la patineta quedó en posición vertical para tomarla con una mano.
—Recordaba cuando le pegué a David. —Se rio cuando en su mente vio claramente la cara de odio que irradiaba el chico cuando ella le saltó por la espalda y ambos cayeron al suelo, fue ahí cuando Emily le asestó un puñete en la mejilla, algo que nunca pensó que sería capaz de hacer, no era una persona violenta, pero si impulsiva. Pero cuando David quería ser molesto, lo lograba a la perfección y no había quien pudiera resistirse a golpearlo; Patricio lo hacía, pero tampoco esa vez pudo contenerse. También le dio su merecido al chico por molestar a Emily quien a su vez lo golpeó en primer lugar por decirle "muérete Patricio" a su difunto novio.
—¿Tienes frio? —Le preguntó Erik, que ya había dejado de reír.
—No, estoy bien. —Sonrió, pero fue una sonrisa nostálgica. No sentía frío, pero sin darse cuenta, cuando pensaba en Patricio trataba de cobijar su cuerpo ante las descargas que causaba el dolor emocional que llegaba a ser físico, aquella típica punzada en su pecho.
—Bien, sigamos, tienes que ponerte en forma. En cualquier momento puede surgir otra competencia y con tu desempeño de la otra vez deberían incluir a las mujeres en el concurso.
Estuvieron alrededor de media hora en el lugar, haciendo piruetas de todo tipo, de vez en cuando se caían, pero nada de qué preocuparse. Se dedicaron a pasarlo bien y, sobre todo, a reír.
Cuando Emily regresó a su casa se sentía con ganas de comer algo rico preparado por su madre. Hace mucho tiempo que ella de vez en cuando le preparaba comidas ricas, pero como Emily no estaba de humor ni para comer pues no lo hacía y subía directo a su cuarto, a encerrarse. Dejó las llaves en el recibidor, caminó por el angosto pasillo que al final daba a las escaleras, pero se desvió hacia la puerta a la izquierda, la de la cocina. Había otra puerta a la derecha, de hecho, eran dos de vidrio granulado con marcos de madera oscura y brillante, siempre estaban abiertas y llevaban al salón y a un comedor bien grande.
—Hola, mamá. —Saludó cuando llegó a la cocina.
—¿Vas a comer? —Fue lo primero que preguntó, con los ojos muy abiertos que expresaban su sorpresa.
—Sí, ¿preparaste algo rico?
—Mmmm, no lo sé, si te gusta...el pie de limón. —De la encimera sacó un gran plato con trozos ya cortado de pie para llegar y comer.
—¡Sí! —Gritó y se acercó a la mesa de la cocina, se sacó el bolso por la cabeza y ni siquiera se tomó la molestia de dejarlo en algún lugar específico, cayó al suelo, pero su madre fue a recogerlo y a dejarlo en el respaldo de su silla.
—Está exquisito. —Dijo Emily con toda la boca llena.
Su madre se sentó junto a ella y la observaba mientras comía, sentía que algo en su hija había cambiado, ya no se le veía desmotivada y con el rostro sombrío, ahora un humor diferente se visualizaba en ella. Le acarició el cabello que ahora llevaba más largo, llegándole hasta el final de la espalda.
—¿Quieres un té? —Le preguntó luego de un rato.
—¡Sí! —Iba en el segundo trozo de pie, pero no se sentía para nada saciada. —¿Dónde está cosa 1 y cosa 2? —Preguntó extrañada por no ver a sus hermanitos gemelos, los llamaba así aludiendo a los personajes de Dr. Seuss.
—No los llames así Emily. —No sonó para nada enojada, puesto que, si estaba bromeando eso quería decir, sin duda alguna, que Emily estaba cambiando, mejor dicho, volviendo a ser la misma de siempre. —Están arriba jugando...ahora que los mencionas, esos dos están demasiado callados, algo deben estar haciendo.
En ese minuto la puerta de entrada se abrió y a los pocos segundos su padre apareció por la cocina. Emily se fijó en las ropas de su padre, tenía ese aire juvenil todavía que no lo abandonaba, la camisa afuera con los primeros botones desabotonados y la corbata aflojada. Siempre su padre llegaba así, pero ahora que había pasado por alto todos esos detalles habituales durante los últimos meses era como verlo por primera vez.
—Hola pequeña. —Le dio un beso a Emily en la cabeza y luego fue hacia su esposa y, como siempre, la atrajo por la cintura hacia él para darle un beso en los labios.
Emily los miró por un segundo, pero luego apartó rápidamente la vista, era demasiado doloroso ver cualquier demostración de cariño en cualquier pareja. Su madre se acercó luego para servirle el té.
—Fabricio, ¿también quieres uno? —Le preguntó a su marido.
—Sí, gracias. ¿Dónde están cosa 1 y cosa 2?
—Arriba. —Respondió Emily riendo, más que nada al ver la expresión de disgusto que demostraba su madre.
—Ve a verlos o diles que bajen, estoy segura que en algo andan, están muy callados.
Su padre subió las escaleras y luego solo escucharon un golpe sordo en el suelo, como si algo de gran peso hubiese caído sobre este. Luego las risas estridentes del padre de Emily y los gritos agudos de sus hermanos.
—¿Pero qué...? —Su madre salió disparada escaleras arriba y Emily decidió seguirla, seguro sus hermanos estaba montando un espectáculo típico de ellos así que no se lo perdía por nada.
Cuando llegó al segundo piso estalló en risas, era imposible no hacerlo. Su padre estaba tirado en el suelo, aparentemente había caído en la trampa que sus hermanitos le tendieron. Habían dejado muchas canicas en el suelo debajo de la larga alfombra tendida sobre el pasillo, entonces cuando las pisó se fue de espaldas y luego los gemelos corrieron desde su habitación para saltarle encima, riéndose de él. Ahora le hacían cosquillas a su padre haciéndolo implorar para que pararan.
—Fabricio, ¿estás bien? —Preguntó su madre, hincándose para tomar la cabeza de su esposo y depositarla sobre sus piernas.
—Me dolió el culo... —Se giró levemente para sobarse la parte baja de la espalda.
—No digas esa palabra enfrente de los chicos, llámalo...trasero por ultimo.
—¡¡Culo, culo, culo, culo, culo!! —Comenzaron a gritar Renato y Anderson al mismo tiempo, dando saltos y moviendo los brazos para todas partes.
Emily se apoyaba en una pared que tenía muchas fotografías de la familia y al medio una mesita con flores, se apretaba el estómago de tanto reír, hace mucho tiempo que no se reía con tantas ganas, llegaban a salirle lágrimas.
Tampoco recordaba desde cuando no lloraba por algo que no fuera pena y angustia.
—¿Ves? Si les prohíbes algo es obvio que harán todo lo contrario, mejor no decirles nada. —Su padre se levantó de a poco, la miró un segundo cuando ya estuvo de pie. —Pequeña, estas riendo. —Se acercó a ella y la abrazó por largo rato, acunando su rostro en su pecho.
—Ya, es hora de acostarse, vamos a la cama. —Su madre se llevó a los gemelos de la mano hacia su habitación, aunque seguían gritando.
—¿Tanto lo querías? —Se separó un poco de ella para poder mirarla a la cara, sentía que ahora ya había pasado el tiempo suficiente como para tener esa conversación con su hija, además ahora parecía estar de mejor humor.
—Si. —Respondió bajando la mirada, nuevamente sintió ese dolor en su pecho.
—No quiero verte mal como antes, cuando parecías una persona completamente diferente. Cada vez que alguien te nombra a Patricio o menciona algo relacionado con él tu mirada cambia y te aferras a ti misma, como lo estás haciendo ahora.
Emily se sorprendió, pensó que aquellos gestos pasaban desapercibidos para cualquier persona, pero al parecer a su padre no lo engañaba, y supuso que a su madre y amigos tampoco. Simplemente no se lo iban a decir porque eso desencadenaría mucho más sufrimiento en ella, pero ahora se sentía diferente, por lo menos no tenía las histéricas ganas de llorar ni de correr a encerrarse en su pieza.
—Nunca voy a dejar de sentir pena, siempre lo extraño, pero quiero recordarlo. —Miró a su padre a los ojos. —Quiero recordar todos esos buenos momentos sin sentirme mal y quiero seguir con mi vida, como se lo prometí a Patricio.
—Entonces... ¿ya lo habían conversado? —Preguntó sorprendido. Era mucho más difícil y complicado predisponerse a una situación como esa, pensando en el futuro sin la presencia del otro.
—Sí, un par de veces.
—Nunca te quitas este collar. —Su padre quedó mirando el anillo que colgaba de su cuello y lo tomó entre sus dedos. Aquel singular colgante era regalo de Patricio, un anillo que había encontrado en una caja de cereal cuando era pequeño, pero que ahora se había transformado en uno de los objetos más preciados por Emily, además de su diario.
—Nunca me lo quitaré. —Sentenció sumamente segura de sus palabras. De hecho, algunas veces hasta para dormir lo usaba.
—Debes estar cansada. —Emily asintió. —Has cambiado, pequeña...y ya no sé si llamarte así. —Rio. —Has crecido mucho en estos meses.
—Gracias, papá. —Le dio un abrazo bien apretado y luego se fue a su cuarto.
Antes de cerrar la puerta le dio un último vistazo a su padre, que le sonreía orgulloso.