Un millonario supersticioso
Tamany Fazzolari Di Bari.
Yo era un tipo normal antes de ese diecisiete de diciembre del dos mil siete. Como siempre el diecisiete con el mal augurio. A partir de ese día nada volvió a ser igual. Te pondré en contexto para que entiendas lo complicado del asunto.
Vivíamos en Italia en el barrio Brera de Milán, un lugar bohemio lleno de belleza para pasear y disfrutar de los cafés en las horas de descanso. Además de las impresionantes tiendas de cualquier tipo y la elegancia que distingue a cada persona que se pasea por el lugar.
Mi abuela Luna Isabella siempre me hablaba de las fuerzas ocultas del destino y el poder astral. Esa tarde mientras leía el horóscopo me hizo anotar un número de lotería para que lo comprara porque según “era mi número de la suerte”.
Me atraía todo lo que indicaba el tarot pero ese número no sé si fue una salvación o la verdadera maldición. Salí por una buena pizza y un vino con una amiguita a la que le estaba endulzando el oído. Cuando saqué la tarjeta para pagar la cuenta, se me cayó el papel con el número que la abuela me había anotado, creo que de no ser porque se salió en ese instante no lo hubiese adquirido.
Al regresar pasamos por el puesto de lotería y lo compré para el premio mayor, sin que me importara mucho lo dejé en la mesa del comedor donde mi abuela lo pudiese observar, me fui a dormir, cansado del pesado día que había tenido. Crucé algunas palabras por teléfono con mi chica quien a modo de burla me llamó “Señor millonario”.
Esa noche estuve algo perturbado, tal vez fue el cansancio, lo cierto es que no pude hallar acomodo hasta muy altas horas de la madrugada.
Al día siguiente mi abuela y mis padres me sacaron de la cama para enseñarme que ese número que había comprado era el ganador.
Me burlaba de ellos porque era absurdo. Pero cuando verifique lo que decían empecé como un demente a saltar por toda la casa mientras elevaba por el aire a mis hermanos y a mi madre.
Mi padre no era millonario pero vivíamos cómodamente, en una magnifica casa. Con veinticinco años aún seguía dependiendo de los negocios familiares sin dedicarme a algo en concreto, mi padre era un flamante cocinero dueño de una línea de restaurantes llamados “Il Piccolo” yo estudiaba en la universidad ingeniería electrónica y de vez en cuando solía hacerle suplencias a algunos empleados, me agradaba vestirme de mesero y recibir halagos por mi excelente atención. «Claro jamás se imaginaban que yo era el hijo del dueño»
Papá decía que todo el imperio que había levantado algún día sería mío y de mis hermanos.
Mi suerte en la lotería se viralizó por toda la población y a donde iba me llamaban el “nuevo hombre multimillonario” eso no solo me atrajo fama sino que me puso en el ojo de ladrones y estafadores.
Mi casa una de las más preciosas del barrio, pero era un lugar inseguro así que hasta ahora estábamos hablando de poner alarmas y cámaras de seguridad. Por desdicha no era un secreto para los amigos de lo ajeno y una noche irrumpieron en nuestro hogar aproximadamente diez hombres armados buscando el dinero del premio.
Mis padres forcejeaban y se oponían a que entraran en nuestras habitaciones. Pero sin compasión les dispararon en la cabeza a los dos. Los vecinos notaron movimientos extraños, alertaron a la policía y eso fue lo que nos salvó de morir también.
Para mí fue doloroso y desgarrador ver cómo mis hermanos una vez que había llegado la policía levantaban los cuerpos inertes de nuestros padres pidiendo que no los abandonaran. Desde ese segundo supe que el único que podía salvar lo que quedaba de la familia era yo.
Se hicieron los oficios funerarios y con el dolor en el alma entregué a mi tío la empresa por la que mi padre tanto había luchado. No sabría especificar cuánto tiempo tardaría en regresar para hacerme cargo yo mismo, por ahora lo primordial era poner a salvo a mis hermanos y abuela.
Mis hermanos estaban desconsolados Esther con dieciséis años y Freddy con catorce entraron en depresión por presenciar esa escena tan macabra. Decidí viajar a un lugar donde mi fortuna valiese el doble.
Fue así como opté por mudarme a Colombia. Estaba lo suficiente lejos para empezar de cero con los míos. Lo primero que busqué fue ayuda psicológica para toda la familia.
Unos días antes de que empezarán las desgracias de mi vida, estaba en el baño jugando a hacerme unas selfies. Había pedido que en las paredes de la ducha me instalarán grandes espejos. Me gustaba ver mi cuerpo cuando lo llenaba de jabón y luego observar como el agua lo limpiaba, era un momento que me extasiaba.
Pero ese día en medio de mi torpeza, resbalé mientras enfocaba la cámara del teléfono para obtener una buena selfie, donde en el espejo saliera reflejada mi ancha y firme espalda.
Perdí el equilibrio y todo el peso de mi cuerpo dio un golpe en seco en la mitad del gran cristal, se agrieto en tantos pedazos y cometí el error de observarme allí.
Sabía que tendría desgracias en mi vida por aproximados siete años a partir de ese instante. Con el premio de la lotería me había vuelto obsesionado con cuidar cada cosa que salía en mi horóscopo y procuraba tener en cuenta las creencias populares, que eran verídicas.
Lo mejor que había hecho era poner el dinero en una cuenta bancaria porque me había anunciado la carta astral que tendría una gran pérdida. Lo que yo no sabía es que de mis padres se trataba.
Desde muy niño escuchaba a mi abuela Luna Isabella enumerar las cosas que se debían evitar si se quería tener buena suerte en los negocios, con las amistades y la familia.
Puede que parezca ser un tema bastante antiguo y poco probable pero mis experiencias demuestran que todo es real.
Al llegar a éste país extranjero, intenté buscar un buen colegio que se encargará de la educación de mis hermanos.
Esther era divertida e inteligente pero muy ingenua, si mamá no había tenido tiempo de hablarle abiertamente de la sexualidad imagínese que le podía haber dicho yo. Le pedí a mi abuela que le explicará un poco, pero ella encontró ocupaciones muy pronto y me dejó solo en esto.
En el primer año de colegiatura me habló de un chico italiano que estaba de intercambio en su sección. Me pareció normal que se relacionara con alguien de nuestra cultura para que no sé sintiera tan extraña en su salón de clase.
Lo que no contaba es que empezaron a estudiar anatomía muy pronto y encontraron lo divertido en el asunto. El día que le estábamos celebrando sus diecisiete me habló de Arthur como su novio. Me empecé a preocupar y al día siguiente la llevé a una consulta ginecológica para que le enseñaran a planificar y pudiese llevar una vida s****l normal. Pero me encontré con la sorpresita que la muchachita ya tenía tres meses de embarazo y no era un solo corazón lo que palpitaba ahí dentro; sino dos.
Me puse en comunicación con la familia de Arthur, pero se opusieron a “que le dañáramos su futuro” y se lo llevaron de nuevo a Italia.
Esther quedó embarazada y abandonada. Le hice ver que la ayudaría a salir adelante y criaríamos esos niños. Me costó muchísimo porque entro en una depresión horrible donde varias veces intento quitarse la vida. «¡Me estaba quedando muy difícil el rol de cuidador!»
Unos meses después nacieron las mellizas, ella prefirió quedarse en casa con la abuela y dejar de estudiar para criar las niñas. Le dije que podía pagarles una niñera pero se opuso y le permití que tomara la decisión que ella creía conveniente.
Por el otro lado estaba Freddy, era mi dolor de cabeza más frecuente porque había sacado la herencia gitana de mi bisabuela materna.
Desordenado, aventurero y flojo. Sin embargo trataba de entenderlo porque su vida no había sido nada fácil. Salía con todas las mujeres que se le cruzarán, se cuidaba porque entendía que podía poner en riesgo su salud con alguna enfermedad venérea.
No tenía planes a futuro, la mayor parte del tiempo se la pasaba en la habitación pegado a los vídeo juegos. Por más que le insistía que debía ocupar su vida en algo productivo, mis comentarios parecían no afectarle en nada.
Un día por fin lo vi decidido y me dijo que tenía un propósito y lo iba a cumplir, quería ser boxeador.
Para mí hubiese sido mejor que quisiera vender melones en el mercado. A mí parecer eso no le iba a generar ingresos para costearse su vida y en primera instancia me opuse porque es un deporte peligroso.
Como yo era quien tenía su custodia por ser menor de edad, dejó el tema a un lado y siguió con su vida de Don Juan, conquistando a cuánta falda se le cruzará. Entonces yo no podía seguir tolerando la situación, me documenté al respecto con un abogado.
Quería ponerle un freno a su locura entonces le ofrecí darle su emancipación con los dieciséis años cumplidos. Así lo hicimos y de ahí en delante todos sus gastos correrían por su propia cuenta si no se disponía a trabajar con dedicación en alguno de mis emprendimientos.
Era terco y se fue de la casa. Yo me despeeocupé porque ya le había entregado la libertad de decidir su propio destino. A las dos semanas regresó pidiendo que le devolviera la habitación porque no tenía donde hospedarse, lo acepté y lo dejé tranquilo.
Sabía que en algún momento maduraría. Esther estaba feliz viendo crecer a sus mellizas y una de sus amigas llamada Edna la frecuentaba, era una muchacha simpática y agradable.
Observaba que cuando se dirigía a mi solía sonrojarse, pero por ser una de las amigas de mi hermana yo la veía como de la familia.
Me parecía que iba a ser una mujer muy formidable, tenía un carácter recio y había empezado a estudiar derecho penal. Intentaba convencer a mi hermana que retomará los estudios, pero daba más resultado una charla con el perro.
Seguía empecinada en quedarse de ama de casa, a la abuela le favorecía porque así se podía escapar a los casinos a bailar y a tomar trago, lo que no hizo en su juventud lo estaba haciendo ahora. Yo la dejaba ser feliz y le complacía sus caprichos.
Por mi parte me había negado al amor, llevaba a cuestas la maldición del espejo y prefería no arriesgarme, si sentía necesidades marcaba a un número y me enviaban a una chica que me prestaba sus servicios sexuales por unos cuantos pesos.
En mi opinión una esposa es un mal innecesario. Había alcanzado a hacerme algunos amigos y por estar casados ya no podían asistir a las veladas que organizábamos en uno de mis bares.
Seguía fiel a mis astros que me habían guiado en todo el trayecto, había logrado persuadir la mala suerte en los negocios gracias a los brebajes, baños y exorcismos que me hacían a diario mis adivinos de confianza.
Solía tener mis creencias particulares en secreto ante algunos amigos. Pues aquí se vive una cultura diferente y no entienden muchas cosas. Pero yo me he convencido con mis experiencias que existe una fuerza oculta que no se puede desafiar.
***
Diez años después de aquella tragedia, mi tío Massimo estaba trabajando con esmero en el negocio de la familia. Se había cansado de repetirme que ya era hora de regresar pero la verdad siento que aún debo esperar un poco más.
—Sobrino, ya deben regresar han pasado muchos años y el peligro ha pasado. Mis sobrinos deben aprender continuar con el legado familiar, Il Piccolo necesita modernizarse, hemos estado sirviendo los mismos platos por años, yo estoy viejo y cansado, no sé cuánto tiempo aguante más en éste tren. —dijo mi tío intentado convencerme de que ya debía regresar, pero había algo dentro de mí que me pedía a gritos quedarme.
—Prometo que conversaré la decisión con mis hermanos —dije mientras cruzaba los dedos detrás de mí espalda, estaba seguro de que no quería atormentar a mis hermanos justo ahora con eso—. Por lo pronto intenten modificar el menú si así lo requieren, después de todo una parte de la empresa ya es de ustedes tío.
Vale la pena mencionar que a mis hermanos les había cambiado la suerte, después de batallar con Freddy había decidido graduarse de la secundaria, ahora me alegro que no se dejó amilanar cuando le decía que lo del boxeo no era un buen negocio. Le han pegado unas grandes trompadas, pero él se las disfruta y ha visto realizado su sueño. Hasta ha conseguido poner su propio ring de boxeo y se gana su buen dinero con eso.
Por otra parte estaba Esther, esa mujer me tenía asombrado siempre derrochaba alegría y era quien me subía los ánimos cuando empezaba a dudar de mis capacidades, siempre estaba pidiéndome que me buscara una novia para que dejara de estar tan solo.
Pero no conseguiría convencerme, ella por su parte si había formado su hogar, unos años después de que nacieron las gemelas, Arthur regresó a buscarlas, solo que ahora ya había culminado sus estudios y era un visionario dispuesto a triunfar.
He pensado que los padres de Arthur en cierto modo les hicieron un favor, porque los distanciaron pero ellos mantuvieron intacto su amor hasta que se encontraron de nuevo y ahora tienen un gran restaurante italiano porque mi hermana quiso honrar a nuestro padre.
Las niñas son la luz de mis ojos aunque son muy traviesas y siempre me están jugando bromas pesadas. Me turno con la abuela Luna para cuidarlas, aunque siempre termino cuidándolas yo más tiempo. Porque desde casa puedo supervisar mis negocios. La abuela se ha unido a un club de adultos mayores que salen a divertirse y a pasarlo genial todas las tardes, además se nos ha enamorado; tiene un novio de su edad. ¡Anda como quinceañera!
—¿Tío, sigues pensando que mi maestra Laura es hermosa? —dijo Ava, guiñándole un ojo a Leah. Esas preguntas eran capciosas. Así que trataba de responderles con una interrogante porque ese par era capaz de organizarme una cita con la maestra a mis espaldas.
—¿Por qué lo preguntan? Además ella es una mujer casada y ustedes podrían meterla en problemas con su esposo por comentarios malintencionados. —Trataba de disuadirlas pero era casi imposible.
—Tío si mientes sabes que ningún gesto apotropaico te va a salvar. Entonces ¿Te gusta? —Sabían como sacarme verdades
—Si, me parece atractiva. Pero les repito ella es una mujer casada y un comentario de éste nivel le puede traer serios problemas a ella e incluso a mí. Así que por favor no vayan a repetir lo que saben. —A pesar de haberles advertido sabía que algo harían, alguna vez había cometido el error de mencionar lo simpática que era la maestra delante de ellas.
—Ahora se me van a dormir porque el tío necesita solventar unos problemitas. —Las arropaba, les leía un cuento y me aseguraba de apagar las luces. Sus padres regresaban a altas horas de la madrugada cuando cerraban el restaurante y dejaban todo previsto para el día siguiente.
Hice una llamada y pedí una chica. Hacía ya algún tiempo que no tenía actividad s****l y ya me estaba haciendo falta.
Encendía velas aromatizantes en la habitación que tenía adecuada para eso. Nunca las llevaba a mi cuarto porque se llenaba de mala vibra, preparaba un vino con algunos bocadillos. Además ponía una música suave porque me gustaba tratarlas bien.
Procuraba ser un buen cliente y por esas razones tenía el privilegio de que asistieran a mi casa sin temor alguno.
Siempre llegaban con algún disfraz, y ahora me enviaron una azafata, esa empresa se esmeraba en brindar calidad y por ende también cobraban bastante.
Ésta vez era una rubia de ojos verdes, llevaba el cabello recogido en un moño y un casquillo de azafata con una bandera de Italia. Una pañoleta roja atada al cuello, un vestido con un talle perfecto, medias veladas y unos tacones de aguja.
Imitaba a la perfección el traje sin llegar a parecer un disfraz. Todo solía ser muy pulcro con ellos, porque sabían consentir los gustos del cliente.
Esa mujer me impresionó, la llevé de la mano a la habitación y le pedí que se pusiera cómoda mientras buscaba algunas copas que había olvidado alistar.
Corrí a mi habitación aprovechando la ocasión y perfumé mi cuerpo. Después volví hasta la cocina por las copas allí estaba mi abuela que se había antojado de regresar temprano justo hoy.
—¿Ahora tienes una pista de aterrizaje en la pieza prohibida Tamany? —dijo sin poder contener la risa.
—¿La viste? Es preciosa esa muchacha. Pero ya me voy, vine por unas copas de vino, no quiero hacerla esperar mucho. —agarré dos copas y una botella de agua, siempre termino con sed cada faena.
—Si, es muy bonita. Pero ya te hace falta una de verdad, que se quede toda la noche contigo y no tenga que salir corriendo apenas haga su trabajo. —Le di un beso y me dirigí a la habitación empezando a entusiasmarme.
Pero apenas pasé la puerta supe que todo iba a salir mal, así que le entregué la copa, le dí el dinero y me excusé diciendo que se me había presentado una urgencia terrible que no podía dejar pasar.
Ella se quedó allí sin entender nada y yo corrí hasta mi cuarto para ponerme a salvo del mal augurio que acababa de presenciar.
Ella había puesto el sombrero en la cama boca abajo y en definitiva ese era un detalle que no se podía dejar pasar por alto. Llamé a mi bruja de confianza, quién me envió a darme un baño con azúcar y encender tres velas moradas para alejar todo lo malo que ese simple gesto podía desatar en mi vida.