—Ya lo sé —respondió el Duque—, pero eso es algo que el Marqués no podrá hacer.
—Me temo que, como Tutor de la Señorita Corde, el Marqués está en su derecho —señaló el Comandante.
—Supongo que le han dado instrucciones de que haga regresar a su Sobrina, la Señorita Isolda Corde.
—Así es.
—¡Pues eso es imposible!
—¿Imposible? —repitió sorprendido el Comandante.
—Completamente imposible —afirmó el Duque—, por la sencilla razón de que la Señorita Isolda Corde ya no existe.
La Duquesa quedó asombrada y el Comandante miró al Duque con incredulidad, mientras Isolda contenía la respiración.
El Duque enlazó su brazo con el de ella y le cogió la mano.
—Comandante —dijo con un tono de voz solemne—, permítame presentarle a mi esposa, la Duquesa de Strathvegon.
Por un momento nadie habló. De
