Narra Gabriel Sus hermosos ojos se abrieron ante mi admisión. Mi pene estaba una vez más duro. Una mirada a ella fue todo lo que necesitaba. El olor a cerezas dulces llenaba la habitación cada vez que ella estaba cerca. Joder, ella era impresionante. Y todo mía. Su boca se abrió y se cerró por un momento. Sus cejas se juntaron haciéndola lucir adorable. —Lamento haberte llamado idiota— ella cruzó los brazos sobre su pecho. Me dejó un ladrido de risa. Su dulzura no tenia límites, era realmente adorable. Estaba siendo un idiota. Me merecía que me llamaran uno, pero podía decir que ella odiaba la idea de insultar a alguien. Era tan malditamente inocente. No la merecía, pero aun así la tomé para mí. —Está bien, Soledad. Quiero que hables libremente—me estiré apagando la luz. —No entiendo—