Narra Soledad.
No podia creer que estaba aquí. No era como si realmente tuviera muchas opciones. No cuando se trataba de mi abuela. Haría cualquier cosa por ayudarla.
Mi estómago se revolvió cuando la puerta gigante de metal comenzó a abrirse. Ya no hay vuelta atrás en este punto. Cerré los ojos, respiré profundamente antes de que el taxi llegará a la puerta de la casa.
Salí del auto y lo asimile todo. Pensé que este lugar era hermoso desde la carretera, pero de cerca, era aún más impresionante. Era difícil entender el hecho de que iba a vivir aquí a partir de hoy. Me tragué la emoción que estaba tratando de escapar. Me iba a casar con un hombre del que no sabia nada y del cual ni siquiera he visto. Pasé mis manos por el frente de mis jeans, mis nervios estaban sacando lo mejor de mí, la casa frente a mí era una hacienda muy hermosa y grande, se podía respirar el aire puro, habían muchos árboles frondosos alrededor.
Las puertas delanteras se abrieron y revelaron a un hombre alto y delgado de mediana edad vestido con ropa informal.
—Señorita Baltimore— me saludó—.No se preocupe por sus cosas. Los recogeremos y los pondremos en su habitación— su sonrisa fue cálida y ayudó a calmar un poco mis nervios—.Soy Gerson. Dirijo esta hacienda—extendió su mano.
—Llámeme Soledad. Encantada de conocerlo—sabia que no era culpa de este hombre que yo estuviera aquí, así que extendí mi mano para estrechar la suya.
—Déjame mostrarle un poco el lugar— lo seguí dentro de la casa. Las puertas se cerraron con un ruido sordo detrás de mí haciéndome saltar—.Lo siento—Gerson me ofrece una sonrisa.
Puedo ser un poco asustadiza lo admito. Mis ojos recorrieron el lugar, todo era muy rustico con muebles de caoba preciosa, parecía una verdadera hacienda rural. Eso me encantaba.
¿Por qué este hombre me necesita como su esposa? Estaba segura de que probablemente había una fila de mujeres dispuestas a llamar hogar a este lugar, y él no tendría que chantajearlas. Tenía tantas preguntas que no tenian respuesta.
Me giré para ver dos puertas que ahora están abiertas. Ahí estaba un hombre un poco alto, dio un paso y luego otro. Mis ojos se encontraron con los suyos. Tenía hermosos ojos café oscuro, que con otra luz parecían negros. Algunas personas podían encontrarlos intimidantes, pero yo los encontré intrigantes. Se movió revelándome más de sí mismo. El hombre parecía como si estuviera hecho de piedra. La cicatriz que atravesaba el lado derecho de su cara solo se sumaba a toda esta vibra aterradora que tenia. Podía apostar a que si sonriera en realidad podría ser guapo.
—Hola Soledad. Soy Gabriel—se presentó con lo que parecía ser un sonrisa—. Gracias por aceptar mi propuesta—agregó—. Gerson te llevará a la habitación donde te ayudarán a cambiarte para nuestra boda, la cual será en un hora—me informó ¿ nos íbamos a casar tan pronto? Pensé que tendría mas tiempo.Pero él parecía apresurado.
Luego le hizo una señal a Gerson.
—Síguame señorita—me dijo.
No tuve otra opción que seguirlo
por un largo pasillo, deteniéndonos al final. llegamos a una habitación donde dos mujeres jóvenes me estaban esperando; una era la que me peinaria y la otra trabajaba en la hacienda, esta última se llamaba Carolina, era una chica carismática, atenta, muy simpática ha decir verdad. Se encargaba de la limpieza, junto a otras trabajadoras, pero Gabriel le había asignado que solo se ocupará de mis necesidades y eso incluía que fuera mi acompañante.
El vestido de boda era sencillo, pero muy hermoso.
—¿Dónde será la boda?—le pregunté a Carolina.
—Aquí en la hacienda. Hay una capilla que el patrón mandó a construir cuando la compró. Muchos la usamos para rezar, pero es la primera vez que se usa para una boda—dijo algo de emoción.
Al parecer Gabriel no era tan malo como los rumores que se decían sobre él, pero eso lo sabría con el tiempo.
Cuando finalmente estaba lista, salí de la habitación, Carolina me acompaño hasta afuera, donde a unos metros de ahí se podía visualizar establos, árboles hermosos, era una lugar realmente grande y finalmente vi la hermosa capilla. Respiré hondo y me dispuse a caminar hacia mí destino. Uno que no sabía con certeza si sería para bien o para mal; sin embargo, ya no había vuelta atrás.