Fernanda y Adela sintieron como una sensación de entumecimiento les daba de lleno en el pecho. Se les había olvidado respirar y tal parecía que ninguna de las dos mujeres pudo controlar la expresión de sorpresa aterradora que les había invadido el rostro. La sensación de sorpresa les dolía en los ojos bien abiertos, al haber sido descubiertas por nada y nada menos que por la persona que menos indicada, el presidente de la compañía. La suerte había resultado ser una burla para ellas en esos momentos de “desesperación”. Aunque querían correr y deseaban en el fondo que la magia de Harry Potter fuera real para desaparecer, sus piernas no funcionaban. El señor Dávila las barrió con la mirada, con ese mal genio que lo caracterizaba reflejado en sus ojos. Fernanda solía pensar que su jefe se