ZARA
Cuando la alarma suena, ya llevo un buen rato despierta, casi no pude dormir por la ansiedad que me provoca este día, aún me cuesta creer que finalmente haya llegado, el día por el que llevo casi toda mi vida trabajando.
Desde que era niña y mi tío Louis me habló sobre la compañía de la familia Graham, la de mi madre, supe que debía tomar las riendas algún día, me mataba por dentro ver a mi madre ser horriblemente despojada de sus derechos por el simple hecho de ser mujer, se enamoró tan perdidamente de mi padre, que cuando llegó el momento de hacerse cargo de la compañía, pues era la única hija y heredera de los Graham, ella prefirió la vida de esposa y madre.
No es que esto sea algo reprochable, creo firmemente en que todas las mujeres deben ser libres para escoger lo que quieran ser, y que las decisiones sobre su vida no deben definir qué tan buenas mujeres son; el hecho es, que mi madre no tuvo realmente esa libertad, mi abuelo, quien era realmente bueno y amoroso con nosotros, nunca lo fue con ella, siempre estuvo decepcionado de no haber podido tener más hijos y de que su única hija fuera mujer.
Por lo que hizo su meta en la vida conseguirle un “buen marido”, para que fuera éste quien tomara las riendas de la compañía mientras mi madre se quedaba en casa siendo la esposa trofeo tal como le habían enseñado toda su vida, y criando a los futuros herederos de la compañía; algo así como una monarquía moderna americana.
Y luego mi padre decidió que el mundo de los negocios era demasiado aburrido y complicado, que debía ponerle buen uso a su carisma y convertirse en político, así que le pidió a su hermano que tomara las riendas de la compañía, y así es como por los últimos veinte años ha sido un Arlington, en vez de un Graham, quien maneja Graham Group.
Pensé muchas veces en cambiar mi apellido y usar el nombre de soltera de mi madre, convertirme en Zara Graham, para así poder honrar el nombre de mi madre y devolverle de alguna forma el control que ella había perdido sobre su propio legado, pero eso fue antes de reconciliarme con mi padre, y aunque ahora consideraría un insulto a su memoria el hacerlo, si convencí a mi madre para que estuviera de acuerdo en cambiar nuestros apellidos a Arlington-Graham.
Sin más tiempo que perder, me levanto, me cepillo los dientes y lavo el rostro, luego me hago un batido de proteína y salgo a correr como todas las mañanas, después de esto, Taylor, mi entrenador personal, llega y me patea el trasero en mi clase de boxing de todos los lunes, tratamos de alternar el tipo de ejercicio que hacemos para que no me aburra y mi cuerpo no se resienta si trabajo mucho una sola parte.
Una vez Taylor se ha ido, me meto a la ducha y trato de no pensar en todo lo que va a pasar hoy, sólo me concentro en aplicar mi shampoo y acondicionador de coco, un exfoliante corporal y después de la ducha, aplico las cremas hidratantes en mi rostro y cuerpo, hoy debo ir perfecta pues mi foto seguramente aparecerá en las portadas de varios medios de comunicación locales y probablemente en un par de medios nacionales. Hoy mi tío me pasará las riendas de la compañía en un acto simbólico que se realizará frente a los empleados y la prensa.
El outfit que usaré fue cambiado incontables veces, desde trajes de pantalón, hasta vestidos midi, o trajes de falda, me probé de todo ayer hasta encontrar uno que me hiciera ver profesional, pero a la misma vez me hiciera sentir segura y bonita, sin ser vulgar, ni demasiado elegante; al final me decidí por un traje de pantalón color blanco y una blusa verde agua para resaltar mis ojos verdes.
Mientras me seco el cabello y trato de decidir si dejarlo suelto y liso, con ondas o simplemente recogerlo en una cola de caballo, recuerdo que Tom solía decirme lo mucho que le gustaba mi cabello azabache suelto, y aunque él prefería las ondas, hoy decido dejarlo liso y aplico maquillaje ligero que resalta mis ojos.
La ansiedad hace difícil que pueda realizar estas tareas, pues mis manos tiemblan ligeramente, por lo que un delineado quedó absolutamente fuera de discusión, no puedo arriesgarme a parecer un mapache frente a toda la multitud que seguramente estará esperando en la compañía para que dé mi discurso.
Pensar en el discurso que debo dar hace que mi ansiedad crezca, pues aunque nunca he sido una persona tímida, mucho menos una que se avergüence con facilidad o que tema hablar en público, este será probablemente el discurso más importante que daré en mi vida, y eso hace que la presión sobre mí aumente considerablemente.
Mi madre, hermano, cuñada y quien es probablemente mi mejor amigo en el mundo entero: Ben, junto con otros amigos, irán a la compañía para darme su apoyo en este día tan importante, se suponía que Joshua, mi hermano mayor sería quién debía asumir las riendas de la compañía, no sólo por ser el primogénito, sino porque además es hombre, así lo querían mi abuelo y mi madre, pero mi padre estaba empeñado en que Joshua siguiera su legado en la política y eso causó bastante discusiones entre ellos.
Lo más gracioso era saber que Joshua no quería seguir ninguno de los dos caminos, sino que pretendía estudiar música y tocar el piano hasta morir, se imaginarán el caos que eso causó en nuestra familia, y ahí fue en donde decidí anunciar mi intención de algún día tomar las riendas de la compañía, mis padres estuvieron de acuerdo inmediatamente y además estaban bastante complacidos, pero por razones diferentes.
Mi padre pensaba que esto le quitaba la presión de la compañía a Joshua y dejaba el camino libre para que siguiera su carrera en política, cosa que nunca pasó, y mi madre, siendo la mujer tan increíblemente buena que es, sólo estaba feliz de que quisiera hacerme cargo de la compañía de su familia ya que ella no pudo hacerlo.
Así que me empeñé en ser la mejor en el colegio, no sólo académicamente, también fui presidente de la clase, presidente del club de debate, ganadora de múltiples medallas y premios por equitación, lo cual me garantizó obtener un puesto en una de las mejores universidades del mundo para estudiar negocios.
Ya en mi último año de universidad, decidí que era hora de unirme a la compañía, pero, mi tío sabiamente me dijo que si quería algún día hacerme cargo, debía conocer absolutamente todo y a todos en la empresa, y por lo tanto debía empezar desde abajo y ganarme con trabajo duro mi ascenso.
Es así como inicié en mi posición de interna, llevando y trayendo cafés, sacando fotocopias, llevando el correo, y recibiendo clientes, en el transcurso de los últimos dos años, logré ascender, primero a asistente personal del jefe de operaciones, para lo cual tenía que organizar su agenda, tomar sus recados, planear reuniones y comidas, e incluso, recoger su ropa de la tintorería.
Después de unos meses en ese puesto, pasé a ser la segunda al mando en la división de operaciones, en donde tuve muchas más responsabilidades y gente bajo mi subordinación, por lo que, hace seis meses cuando mi tío anunció que se iba a retirar, no fue una sorpresa para nadie que él me tomara directamente bajo su ala y empezara a enseñarme todo lo que implicaba ser la CEO de uno de los grupos empresariales más grandes y reconocidos del continente.
Me miro al espejo y asiento para darme ánimos, tomo las tarjetas en donde puse algunos indicadores para mi discurso y me dirijo a la empresa, apenas entro, siento los ojos de todos los empleados sobre mí, muchos de ellos me conocen pues tuve que trabajar directamente con ellos durante los últimos años, así que saludo a todos los que conozco con su primer nombre y a los que no recuerdo, les pido que me repitan el nombre y hago mi mejor esfuerzo por memorizarlos.
Desde que inicié este camino decidí que quería ser el tipo de jefe que las personas admiran y respetan, en vez de ser la jefe que todos temen y desprecian, pues al final del día, la lealtad de los empleados y su amor por la compañía es lo que hace que se mantenga a flote, así como mi tío lo ha dicho en múltiples ocasiones.
A él lo adoran en la empresa, siempre ha sido una persona justa, estricto pero a la vez amable, muy sabio y generoso con los trabajadores, he escuchado ya en múltiples ocasiones historias sobre él comprándole una casa a una trabajadora que la perdió en un incendio, o comprándole un auto a otro que se tuvo que mudar lejos para cuidar de su madre enferma, sé que él se aprendió el nombre de todos los trabajadores y siempre se ha preocupado por hablar con ellos y estar al tanto de lo que pasa alrededor de la compañía, en vez de encerrarse en su oficina en el piso más alto y mirarlos a todos desde arriba.
Quiero ser así, quiero ser tan admirada y respetada como él algún día.
Pero aún los empleados me tienen cierto temor reverencial, he notado que aunque son amables conmigo, también son tímidos y casi nunca era invitada a las reuniones afuera del trabajo, y a medida que iba ascendiendo en la compañía, las personas evitaban comer conmigo en la cafetería y sólo cruzaban un par de palabras en los pasillos, llegó al punto de que evitaban subirse al mismo ascensor que yo.
Se lo atribuyo principalmente a mi actitud durante el velorio de mi padre, el cual estuvo repleto de periodistas y paparazzis, todos ansiosos por cubrir la escandalosa y shockeante muerte del gobernador del estado, hicieron hasta lo imposible por tomar fotos de mi madre, la pobre viuda, y de sus hijos, aunque, como Joshua aún seguía recuperándose de las heridas del accidente, él no se quedó hasta el final pues debía reposar, y tuve que ser yo, junto con mi tío quien lidiara con todo ese circo.
Pero no lo hice de la mejor forma, pues estaba furiosa, tenía mucha ira porque me habían arrebatado a mi padre cuando por fin habíamos empezado a construir una bonita relación y ya podía imaginarme pasando más tiempo en familia, tal vez acortando mis vacaciones, era la primera vez que de hecho quería pasar más tiempo con ellos, sólo para que me quitaran eso en unos instantes.
Así que mi pequeña pataleta y posterior ataque a un paparazzi fue la comidilla de la ciudad por varios días y eso seguramente se esparció como pólvora en la empresa, cuando se enteraron de que yo iba a heredar el mando de la compañía algún día.
Y hoy que ese día finalmente ha llegado, me encuentro subiendo a un ascensor sola y mientras oprimo el número para ir al último piso, cierro los ojos y respiro profundo para tratar de calmarme.
“Un momento por favor!” escucho a un hombre gritar y correr hacia el ascensor, así que presiono el botón para mantener las puertas abiertas, cuando una mano se posa en el medio de las puertas para evitar que se cierren, en la muñeca hay un reloj de oro blanco el cual reconocería en cualquier parte del mundo, pues yo misma lo diseñé, y luego, como si él estuviera tratando de contestar el millón de preguntas que se me vinieron a la mente en el momento en el que vi el reloj, Tom mete su cabeza en el ascensor y se queda completamente paralizado cuando sus ojos azules se encuentran con los míos.