Anabella se encontraba sentada en él balcón, sentía él perfume de uno de los Jazmines, qué adornaban él ambiente, en casa de su madre, dos veces por semana practicaba natación y atletismo, además acudía a la clase de ingeniería para ciegos. La vida continuaba para ella; tranquila esperando, qué de una vez por todas, Alfonso pagará él daño hecho, aquella mañana la llamó; Alfio él abogado. —Hola, debes presentarte para mañana con dos testigos y ¡qué no fallen eh! —Si, ya los tengo muchas gracias. Al día siguiente, Anabella llama a Alexander, su gran amigo incondicional. —Hola, amigo necesito qué seas mi testigo, llevaré a Priscila. —¿Cómo estás hermosa? Sí, allí estaré.— No te hagas problema, lo del abogado lo abonaré, tengo mis ahorros. —Hermosa, princesa eso ya está arreglado, ademá