JAVIER
Habían pasado tres años. Tres años desde la primera vez que la vi. Tres años desde que la miré por primera vez a los ojos color chocolate, desde que vi cómo el aire volaba entre sus suaves ondas color chocolate. La había estado vigilando en secreto, haciendo que mi gente la controlara cada pocas semanas.
A veces incluso era lo bastante patético como para ir al café con la esperanza de que estuviera allí. Nunca había actuado así por nadie, pero ella no era cualquiera, una mirada y estaba claro que era especial. Algo extraordinario, y tan lejos de mi alcance.
Ella era la única por la que actuaría así, me hacía querer ser un hombre mejor y a lo largo de los años había intentado serlo, solo para estar más cerca de ser digno de ella. Nunca la merecería de verdad, pero no podía evitarlo. Siempre supe que pronto llegaría el día en que irrumpiría en su vida como el egoísta que era. Ella era como un soplo de aire fresco, hecho de la más dulce de las ironías. Parecía tan deliciosamente fría, pero confortablemente cálida.
Ansiaba que ella me mostrara la luz, que tal vez me sacara de la oscuridad en la que estaba rodeado. Me había puesto un temporizador, y ya casi se había acabado. Me monté mi propia fiestecita permitiéndome dar rienda suelta a mis patéticos deseos e ir a verla yo mismo hoy.
Me senté en una reunión con uno de nuestros clientes más importantes que había fijado convenientemente en un restaurante cerca de donde estaría la única fiesta de la pequeña ciudad y, en consecuencia, ella. Sus amigos la habían arrastrado a una fiesta y yo estaba a punto de tirarme de los pelos ante la idea de que se hiciera daño mientras asistía.
Las fiestas de ese tipo estaban llenas de peligro, chicos borrachos, bebidas con alcohol y botellas de cristal sostenidas por gente borracha. Chicos suspirando por bailar y seguro que yo no era el único que veía lo guapa que era. Sabía que a mi ángel no le gustaban las fiestas, probablemente se aburría como una ostra y cómo deseaba ser yo a quien llamara en ese estado, pero me reconfortaba pensar que tal vez algún día lo sería.
Quizás algún día formaría parte de su vida, por ahora sólo podía echarle un vistazo desde lejos si me tropezaba con ella. Aunque mis ojos la buscaban siempre y en todas partes, no participábamos especialmente en los mismos eventos, ni hablábamos con personas comunes. Por muy tentador que fuera no podía entrometerme en su intimidad como para seguirla a todas partes, pero me vi obligado por mi propia naturaleza bestial a asegurarme de que, como mínimo, estuviera a salvo. Para mantenerlo estrictamente así, contraté a otros para que la vigilaran, otros que lo harían de forma muy profesional.
Recibí una llamada de uno de mis hombres diciéndome que Rhina había dejado la fiesta sola y se dirigía al café. Solo sirvió para empeorar mi estado de pánico. Rápidamente, terminé la reunión y me fui en mi coche rompiendo casi todas las leyes de tráfico en mi camino a la cafetería.
Me senté en el coche, que estaba aparcado lejos de la cafetería, esperando a que ella saliera para poder verla irse a casa sana y salva. Salió y sentí que se me cortaba la respiración. Estaba absolutamente impresionante con su vestidito n***o. Siempre estaba guapa, pero esta noche estaba impresionante. Una sola mirada y ya había olvidado para qué sirve el oxígeno en el cuerpo humano. Cómo deseaba estar a su lado, ser el brazo al que se aferrara si alguna vez tropezaba, su incapacidad para caminar sobre superficies rectas sin caerse era a la vez entrañable y otra razón para que yo sintiera como si me necesitara, para estar siempre ahí para atraparla.
Pero por mucho que me complaciera, siempre sabría que un ángel no necesitaba una bestia, era la verdad de la que no podía esconderme. La luz no necesita sumergirse en la oscuridad, la oscuridad siempre debe solo rondar, nunca engullir. Pero qué difícil era no tomarla en mis brazos, no tomarla para mí, mantener al ángel cautivo para mí, lejos del mundo, la paciencia que eso requería, una bestia no la tenía.
Caminaba hacia su coche, completamente perdida en su propio mundo, con sus grandes ojos de chocolate fijos en la calle, como si el mundo que la rodeaba no importara, su crueldad era incapaz de tocarla, y yo me aseguraría de ello.
Sus delicadas manos se acercaron al bolso que colgaba de sus delicados hombros. Tan completamente embelesado por lo más mínimo que hacía, que casi no me di cuenta de la fornida figura que se acercaba por detrás. No era una devota seguidora del de arriba, pero en ese momento recé para que simplemente pasara de largo. Mi pecho retumbó de rabia cuando él se acercó por detrás de ella con sus sucias manos aferrándola. Una mano le tapó la boca enrojecida mientras otra la sujetaba por la cintura. Mis propias manos casi arrancan la puerta del coche en mi prisa por llegar hasta Rhina.
Mi corazón latía frenéticamente en mi pecho mientras mis piernas bombeaban más rápido que nunca. Los músculos se contraían de forma casi dolorosa mientras me esforzaba hasta límites animales para acortar la distancia que nos separaba lo más rápido que podía. Un gruñido brotó de mi interior al ver cómo ella luchaba por alejarse de él, con la vista nublada al ver cómo le susurraba algo al oído.
Me acerqué por detrás arrancando al hombre de ella, y mi corazón se contrajo cuando vi a Rhina jadeando en busca de aire, tenía un corazón más débil que el de una persona normal. Latía más veces por minuto que una persona normal y cualquier tipo de miedo o esfuerzo no ayudaba en su caso. Sus grandes ojos color chocolate estaban muy abiertos y mostraban un miedo desgarrador.
La rabia se apoderó de mi pecho y agarré al hombre por el maltrecho cuello tirando hacia atrás del puño, antes de estrellárselo en la nariz con un crujido muy satisfactorio. Un impulso primario de protección se hizo realidad y me entraron ganas de gruñir de satisfacción. Dejé que mis sentidos se apoderaran de mí mientras golpeaba su sucia cara con mis puños, sujetando firmemente su cuello sin dejar que se escapara de mis garras, incluso cuando su lucha empezó a disminuir. Mi objetivo era matar, matar a la cosa que intentaba disminuir la luz brillante, la que intentaba herir a mi Rhina, y matarlo lo haría.
Los pantalones que venían de Rhina se hicieron más urgentes antes de empezar a ralentizarse y poco a poco mi cerebro empezó a reenfocarse, mis prioridades volviéndose rectas de nuevo. Me volví hacia ella y la vi balancearse sobre sus pies, con la naricilla contraída mientras intentaba mantenerse despierta. Estaba a punto de desmayarse, el corazón se me paró en el pecho al ver cómo su cuerpo empezaba a caer hacia atrás y, sin tener que pensarlo, estaba allí para atraparla. Mis brazos rodearon su cintura mientras aplastaba su forma suave y fría contra mi pecho, sus párpados comenzaban a cerrarse lentamente.
—Estás a salvo, amica mea—. Le susurré suavemente mientras sus ojos se cerraban por completo y se hundía en mis brazos. La puse en una posición más cómoda, acercando su cuerpo a mí para calentarla, para que sintiera que estaba aquí de verdad. Que estaba bien, que estaba a salvo en mis brazos.
Dejé que mis ojos recorrieran sus delicados rasgos faciales, complaciendo mi deseo de verla tan de cerca y poder observar por fin las pequeñas cosas que creaban a Rhina. Como la forma en que sus pestañas rozaban la suave piel cremosa de sus mejillas, su delicada nariz ligeramente enrojecida, la tentadora boca roja ligeramente entreabierta en su estado de paz. Me dirigí a mi coche, la dejé dentro con cuidado y le aparté las ondas color chocolate de la cara. Ya no pensaba en el hombre inconsciente de la calle. Mantuve la mirada fija en la belleza que yacía en el asiento de mi coche para no volver atrás y acabar con el hombre que se había atrevido a tocarla de forma dañina. Que se había atrevido a asustarla, que se había atrevido a tocarla sin su consentimiento, que se había atrevido a herir lo que era mío.