Garabateaba en mis papeles sin pensar, demasiado perdida en mis pensamientos como para terminar mi trabajo. Sentí que alguien me golpeaba en las costillas y levanté la vista, molesta, para encontrarme a Jay mirándome con una sonrisa de oreja a oreja. —¿En qué estás pensando?—Preguntó despreocupadamente, dejándose caer en el asiento frente a mí. Su ridícula sonrisa seguía en su cara, y por el rabillo del ojo pude ver a unos cuantos adolescentes mirándole con desdén. Si estuvieran un par de mesas más cerca, ni siquiera ellos habrían podido resistirse a sus ojos verdes como manzanas de caramelo que siempre brillaban con picardía. —Mis deberes—. Dije con la esperanza de que realmente creyera mi mentira y no volviéramos a hablar de la Noche de Javier como lo habíamos estado haciendo desde que