Las pequeñas acciones de Sheryl, así como su simpático tono de voz, hacían que pareciera una joven ama de casa, además, no había ningún rastro de arrogancia en ella. En ese momento, Frederick sintió una calidez que llegó hasta los lugares más oscuros de su corazón y le hizo sentir una seguridad que jamás había experimentado en su vida. Después de haber pasado un día entero sin comer, tenía en efecto mucha hambre, por lo que de inmediato se sentó en el sofá junto a su esposa. Sin embargo, enseguida notó la venda que esta tenía en la mano. —¿Qué te pasó en la mano? —preguntó en voz baja y con mucha preocupación. —Oh, no te preocupes, es sola una herida que me hice mientras me cortaba las uñas —explicó Sheryl después de retirar su mano rápidamente. «¡Mentiras otra vez!». Frederick