—Carlos, ¿por qué siempre tienes la nevera y la alacena vacías? Tuve que salir a la tienda a comprar lo del desayuno —se quejó Alejandro, mientras que desayunábamos. La pequeña mesa que tenía Carlos como comedor se nos había quedado pequeña, puesto que ya éramos 6 en la familia, si me contaban a mí. Edahi parecía no llenarse con nada. Era un niño de muy buen comer. Alejo le volvía a llenar cada cierto tiempo el plato con huevos revueltos y más tostadas. —Y anoche también tuve que ir a comprar lo de la cena, ¿qué hubieras hecho tú si yo no estuviera aquí? —continuó Alejo, y Carlos apenas se encogió de hombros y siguió comiendo a ese rápido ritmo en que solían comer todos los militares, hasta que después dijo: —Tengo por ahí algunas raciones de comida militar, ya sabes...la que viene