La amenaza italiana, Parte 2

2675 Words
Con un abrigo clásico gris, un jersey oscuro cuello de tortuga, pantalones negros que se amoldaban perfectamente a sus bien trabajadas piernas y botines negros, Luciano se veía —y yo detestaba admitirlo— espectacular. A él no le gustaba usar el cabello corto, pero se lo engominaba un poco hacia atrás, quedándole en un rebelde y fresco peinado que le llegaba hasta por debajo de las orejas, y su barba estaba perfectamente recortada. Según Fer, Luciano nunca afeitaba totalmente la barba porque sin ella parecía de la edad de Alejandro. Era, objetivamente hablando, el hombre más hermoso que podía haber en la tierra. Yo no había visto uno como él ni en las películas ni en las revistas. Él era la más clara prueba de que era cierto eso que decían de que los hombres más bellos del mundo estaban en Italia, y que exudaban elegancia hasta por los poros. —Pero si es la mismísima Shakira en persona —dijo él, esbozando una torcida sonrisa que en realidad demostraba que no se alegraba de verme. Yo ni siquiera le dirigí una media sonrisa, ni siquiera para fingir ser amable con él. Tal vez hubiéramos hecho una especie de tregua, pero eso no significaba que teníamos que llevarnos bien. —Creo que debo llamar a la policía ambiental, porque se metió una serpiente al palacio presidencial —dije, y él entrecerró los grises ojos. —Debo admitir que tienes agallas para decirme algo así. Nadie en Italia se atrevía siquiera a hablarme —se miró las impecables uñas con manicura profesional —, no si no querían resultar con las cabezas metidas en cubos de basura, y las extremidades en diferentes partes de Roma. Sentí una agriera en el estómago. De haber sido otra persona, me hubiera tomado eso como una broma, pero viniendo de Luciano Mancini, el heredero de la dinastía Mancini, familia que históricamente ha sido la que ha mandado en Italia y que ni el papa podía tomar una decisión sin antes consultarles, yo supuse que tal vez eso era cierto, porque si las sospechas de Fernando resultaban siendo ciertas, de que el padre de Luciano era un mafioso, entonces ellos sí que eran capaces de hacer cosas así de...sanguinarias. —¿Qué haces aquí? —le pregunté para cambiar de tema. —Hicimos una apuesta, ¿lo olvidas? Enamorar a tu muy hetero cuñado. Oh, claro. La apuesta que yo había hecho con él en la fiesta de ascenso de Carlos, y yo con unas cuantas copas encima. Esperen...¿y si la razón por la que Carlos me ha estado ignorando no sean otras mujeres, sino Luciano? —He de admitir que es un hueso duro de roer, porque siempre hace que sus amigos militares me echen —dijo el italiano, y yo me sentí tranquila. No, por supuesto que Carlos no podía caer ante Luciano. El romano podía ser muy hermoso, pero Carlos es hetero. El hombre más hetero que yo haya conocido alguna vez, así que, por supuesto que no podía caer ante los encantos del gay más hermoso del mundo, ¿verdad? —¿No deberías estar en tu embajada? —le pregunté, y es que algo que siempre yo había detestado era a esos funcionarios públicos que se ganaban su sueldo, pagado con los dineros del pueblo, haciendo nada —. Oh, cierto. Los embajadores en realidad no hacen nada. Son puestos que les dan por favores políticos. —Como el trabajo que tú vas a tener, por ejemplo, porque, si no estoy mal, de no ser por las influencias de Carlos, creo que te hubiera tocado quedarte definitivamente como ama de casa que en realidad no hace nada de labores de ama de casa —dijo, y yo casi que le levanté la mano para darle una bofetada, pero él continuó —. Y no. Antes de que me golpees porque consideras una ofensa lo que acabé de decir, en realidad creo que es el sueño de todo el mundo, ¿no? Quedarse de mantenido por el marido en una espectacular mansión, bebiendo limonada o cerveza en la alberca, yendo al spa todos los días y salir a tener desayunos de señoras —se volvió a mirar las uñas relajadamente —. Es el sueño de mi vida, aunque mi padre llegase a hacer todo un escándalo por eso, porque gastó mucho dinero en mi educación y bla bla, y de hecho no gastó mucho, porque como sabrás, en Europa la educación universitaria es casi gratis. —¿En serio quieres ser un hombre mantenido? —le pregunté, aun no pudiéndomelo creer. —Sip, y no me avergüenzo de eso, como al parecer tú lo haces —me acomodó un rebelde mechón rizo detrás de la oreja. Aunque este tipo tuviera una lengua y una actitud venenosa, había algo que me hacía sospechar que en realidad todo eso era una coraza. Si Fer me aseguraba que Luciano en realidad era buena persona, pues le creo —. Conozco a los de mi especie, principessa. Si no le gastas el dinero a Fernando, se irá a gastarlo con otra, o con otro..., así de simple, y no estoy diciendo que él sea así, por supuesto que no, pero ya he conocido a muchos hombres millonarios como para poder asegurarte que la gran mayoría termina dejando a sus esposas que se las dan de independientes —se cruzó de brazos, y yo hice lo mismo, sin dejar de dirigirle mi desafiante mirada —. Trabaja, estudia, haz todo lo que quieras, eso está muy bien, pero exígele a Fernando, y no le formes berrinche cuando te dé dinero. Ahórralo, invierte en finca raíz, ayuda a tu hermana, qué se yo. Aprovecha que tienes un hombre proveedor para convertir su dinero en tu propio dinero —sonrió con satisfacción —. Eso es lo que yo haría —y por unos milisegundos, el semblante se le transformó para mostrar uno melancólico —, y quedarme en casa cuidando a los bebés. No tardé en hacer conjeturas. Luciano había crecido en una familia burguesa, la más rica de Italia, con un padre ausente que, si bien lo quería, lo había tenido muy joven y tuvo que salir a estudiar y después a trabajar, dejando a sus hijos al cuidado de los abuelos y las niñeras. Luciano realmente no quería ser un esposo mantenido. Quería ser un padre que siempre estuviera para sus hijos, y si eso implicaba tener que quedarse en casa mientras su pareja trabajaba, aunque se tuviera que quitar la corona de emperador Julio Cesar, pues lo haría. Era curioso cómo alguien como él, que venía de una familia asquerosamente rica, decía con todo el relajo del mundo que quería ser un esposo mantenido y un perfecto amo de casa, mientras que yo, viniendo de una familia de clase media tirando a baja, tenía más problemas con eso. —Señorita Torres —nos interrumpió Nicolás, y yo me volteé, y él y Jorge ya estaban listos para escoltarme. Yo los había visto a esos dos en la fiesta de ascenso de Carlos, en el Theatron, pero Carlos no me los había presentado formalmente. Nicolás era...wow. Muy atractivo para ser colombiano. Tenía la misma estatura que Fernando y Alejandro (1.85), piel blanca y ligeramente bronceada, y un cuerpazo que sin duda lo haría ganarse el sobrenombre de “Capitán Colombia”. Y Jorge era otro gran wow. Alto, muy fornido, piel oscura que lo delataba como oriundo de la costa, y una cara que decía “si te me acercas, te mato”. Muy bien Jorge podría custodiarme solito y nadie se atrevería a acercarse. —Gusto en conocerlos —dije, saludando primero a Nicolás con un firme apretón de manos —. Comandante. Así es. Desde que Carlos ascendiera, fue Nicolás el que pasó a ser el comandante de la AFEAU (Agrupación de Fuerzas Especiales Antiterroristas Urbanas). Miré entonces a Jorge, con su expresión dura de típico militar, y también le estreché la mano. —Teniente —y por supuesto que a él Carlos también lo había ascendido. —Un gusto conocerla al fin, señorita Torres —dijo el afrodescendiente, y Luciano gruñó, llamando la atención de todos. —No es señorita, es doctora Torres—les corrigió el italiano —. Pero claro, como ustedes hacen parte de una de las instituciones más machistas del mundo, por supuesto que antes de referirse a una mujer por su loable profesión, lo hacen con un apelativo con claros orígenes machistas y patriarcales, ¿o es que cuando ven a un abogado hombre le dicen “señorito”? No solo Nicolás y Jorge se quedaron mirando a Luciano como si fuera un bicho raro. Yo también lo miré así, porque de todas las personas que pensé que podrían llegar a defender mi honor, en definitiva no me esperaba que una de esas fuera Luciano. Y bueno, sé que los amigos de Carlos no se refirieron a mí como “señorita” por tratar de rebajarme, sino por mera costumbre. —Cálmate, Luciano, están siendo amables —le susurré, sobándole el brazo. Ugh, ¿en serio me estoy atreviendo a tocar a esta serpiente? —¿Y a dónde es que vas a ir con estos brutos? —preguntó él, y se notó que Nico y Jorge estaban haciendo un gran esfuerzo por no partirle la cara a Luciano. Y sé que lo habrían hecho de no ser porque eso causaría un gran conflicto diplomático. —A hacer unas compras en el centro. No vine con mis escoltas así que Carlos me los asignó a ellos, sus hombres más confiables. Luciano apenas escaneó a los dos hombres grandotes que muy bien podrían noquearlo a él en un 2x3. Luciano era alto, como Fernando, pero no tenía su misma musculatura, sino que más bien tenía cuerpo de ciclista, pero no es que se dejara intimidar por los grandulones fortachos. —Iré contigo, yo también debo hacer algunas compras —dijo Luciano, sin dejar de mirar con recelo a los amigos de Carlos. Yo ya sabía de qué iba todo esto: Luciano desconfiaba de los amigos militares de Carlos, por la muy mala fama que tenía el ejército colombiano. Casos como violaciones de niñas en los pueblos han llegado hasta las cortes internacionales, y aunque yo estaba segura de que ni Carlos ni sus amigos estaban metidos en eso, Luciano por supuesto que desconfiaba hasta de su propia sombra estando en este país. Y tal vez su sobreprotección me hizo bajar un poco la guardia con él, aunque yo ya estaba sospechando que tal vez Fernando le pidió el favor de no dejarme deambular sola por ahí mientras Carlos trabajaba. Como si yo ya no me conociera el sobre proteccionismo de Fer, pero no me quejaba, ya que, en una ciudad peligrosa como Bogotá, en donde incluso desaparecen a las mujeres, era necesario tomar medidas. Ya quisieran muchas en Latinoamérica salir a las calles escoltadas por dos militares de las fuerzas especiales..., y un italiano guapetón que, si bien huiría al ver una cucaracha, aun así hacía acto de presencia al desconfiar de las mismas autoridades que se suponía debían protegernos. —El tonto del Carlos no nos presentó bien, y todo porque es un pinche celoso —dijo Nicolás, mientras caminábamos por la Plaza de Bolívar —. Bueno, mi nombre y mi rango ya los conoces, pero creo que no sabes que soy el mejor francotirador de Latinoamérica —sacó su celular y me mostró una foto en donde sostenía un trofeo —. Pentacampeón de los premios “Fuerzas Comando”, y el mejor especialista en antiexplosivos que puedas encontrar en el mundo. Me han llamado incluso del ejército norteamericano para dar clases en desactivación de bombas terroristas —señaló a Jorge, que más bien se mantenía callado —, y este idiota es el mejor lancero el ejército. Experto en asalto aéreo y combate urbano —pasó a mirar con burla a Luciano —. ¿Y tú en qué eres experto, chico pecoso? Aparte de no hacer nada más que joderle la vida a los demás, claro. —Meter en la cárcel a gilipollas como tú cuando cometen un error, por supuesto —respondió Luciano sin dejarse rebajar. Bueno. Ahora me estaba quedando claro a quién le aprendió Fernando su muy sutil manera de defenderse de los ataques verbales. El caso fue que después de hacer varias compras, llevé a Luciano a un restaurante paisa. Por supuesto que tenía que probar la bandeja paisa, uno de los platos más representativos de Colombia. Y como esta zona era muy turística, por supuesto que había más extranjeros en el restaurante, pero en su gran mayoría gringos, todos altotes, rubios y ojiazules. Pero ni siquiera ellos opacaban a Luciano. —Esto tiene demasiados carbohidratos —dijo Luciano, observando con asombro el gran plato de frijoles, arroz, carne molida, huevos fritos, chicharrón, chorizo, plátano maduro y aguacate —, ¿siquiera te puedes comer tú sola un plato? —No, pero lo que sobre lo llevaré a casa para recalentar mañana, ¡los frijoles trasnochados saben exquisitos para el desayuno! Luciano me miró como si estuviera loca. Claro, la diferencia de culturas se nos notaba hasta en lo que hacíamos o no con la comida que sobraba. Cuando Luciano dio el primer bocado, no pudo parar, y a la final la sorprendida fui yo porque él era de los que comía como un pajarito para mantener su “figura”, y había dejado este plato limpio. —A la mayoría de extranjeros les da malestar estomacal tras probar este plato, así que cómprate en la farmacia un sal de frutas Lua —dije cuando ya habíamos terminado. Yo por supuesto que dejé medio plato, pero pedí que me lo empacaran. Yo no dejaba desperdiciar nada, y pedí otro plato para llevar, para dárselo a Carlos, que sé que se le olvidaba almorzar, o lo hacía muy tarde. Estuve a punto de sacar mi billetera para pagar mi parte, pero Luciano lo evitó, y le dio un billete grande a la mesera, asegurándole que podía quedarse con el cambio. Aquí en Colombia no teníamos la costumbre de dar propinas, pero por supuesto que los restaurantes gozaban con las propinas de los extranjeros, que solían ser muy altas, como la que estaba dando Luciano. —Yo iba a pagar lo de mi plato y el de Carlos —dije, por supuesto que conservando algo de orgullo de mujer empoderada que pagaba 50/50. —No te preocupes, Shakira, que si Fernando se llega a enterar de que te dejé gastar un solo peso en comida, me electrocuta las pelotas. —Entonces sí te dijo que te encontraras conmigo...—inquirí, y el italiano hizo una mueca al ver que se había delatado sin darse cuenta. —No vayas a creer que es un sobreprotector o algo así —miró a Nico y a Jorge, que estaban en la entrada del restaurante, pendientes de cualquier movimiento sospechoso —. Él no confía en nadie, y en serio lo entiendo. Yo tengo una hermanita, y papá ya no la deja ni con las niñeras. La enferma sociedad va de mal en peor. —Oh, ¿tienes una hermana? —le pregunté, y es que Fernando casi no me había contado de los hermanos menores de Luciano —. ¿Cuántos años tiene? —Va a cumplir tres —dijo él, sacando su iPhone y mostrándome su fondo de pantalla, que era el de una dulce niña castaña y de ojos azul zafiro —. Se llama Antonella, ¿a qué es lo más hermoso de este mundo? Bueno, al parecer el odioso y venenoso Luciano Mancini no solo pensaba en él, sino que se desvivía por sus hermanos menores, así como Carlos y Fernando eran con Alejito. Eso me hizo bajar aún más la guardia con este misterioso italiano.
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