Este grandísimo hijo de su madre cree que tiene el derecho de venir a mi casa a mangonearme con mi padre. Nunca, en la vida, he pretendido ser la niña perfecta de papi y mami, y mucho menos voy a permitir que una bestia igualada y desconocida como Artem Zaitsev se meta en mi vida sin antes haberlo puesto en su lugar. Bajo las escaleras nuevamente y lo encaro de frente. —¿Decepción? —repito, burlona. Mis palabras salen envenenadas, pero mantengo la voz suave y cínica—. Mi querido Artem, no soy tu damisela en apuros ni la niñita obediente que te imaginas. Nunca fui "indulgente" ni “buena hija” según tus estúpidos estándares, y te aseguro que no pienso empezar ahora. Mis ojos se clavan en los suyos, y veo cómo su sonrisa se desvanece, solo un poco. Buen comienzo. —Mira, no sé qué rollo t