Aisling quedó tendida sobre la cama, agitada y temblorosa. El orgasmo que acababa de experimentar había sido increíble; la dureza con la que Alaric la había llevado al abismo del placer la estremecía. Sabía que dentro de él había un hombre cariñoso, pero también uno rudo y salvaje, y ella los deseaba a ambos. Se levantó lentamente, con las entrañas cálidas y la mente nublada. Alaric la había llevado al límite de la consciencia, con la negrura acechando en la periferia de su visión y la euforia recorriéndole las venas como un torrente imparable. Él permanecía de rodillas sobre la cama, observándola mientras se incorporaba. Ahora era su turno de hacerle sentir lo mismo. Quería brindarle el mismo placer que acababa de experimentar, poner en práctica lo que había aprendido y seducirlo. Le