Aisling esbozó una sonrisa maliciosa. Alaric siempre hacía lo que quería con ella, ¿no era esta su oportunidad de vengarse? Parecía sufrir por lo que ocurría, su rostro distorsionado por el placer. Se veía desesperado. —¿Quieres que me detenga? —le preguntó burlona, disfrutando de la situación—. Pero yo... no quiero detenerme. —Aisling —advirtió él, tenso—. Deja de jugar con eso. —Pero tú me dejaste hacerlo. —Solo observar, no tocar. —Y sigo tocándote, y te dejas. Te gusta. —No eres tan ingenua como aparentas, al parecer. —¿Por qué? Solo juzgo lo que veo —se encogió de hombros—. Tus expresiones, los sonidos que haces, cómo se contrae tu cuerpo. ¿No es obvio? Capté todo muy rápido. Alaric no podía pensar en lo correcto o incorrecto, estaba demasiado excitado, y esa pequeña curiosa y