—¿Alaric? —pronunció Aisling, de espaldas, esperando aún que él aplicara la crema en su piel—. ¿Por qué tardas tanto? Rápido. ¿Rápido? Era lo que quería hacer, pero por primera vez en su vida, una mujer... no, una jovencita, lo ponía nervioso. ¿Y si, al sentir sus manos recorriendo esa piel tersa y lechosa, se descontrolaba como un toro?. Se aclaró la garganta antes de responder. —¿Estás segura de que esto es necesario?. —¿Cuánto tiempo más vamos a seguir así, Alaric? Claro que es necesario —dijo, impaciente. Alaric cerró los ojos y maldijo en silencio. Nada de esto estaría sucediendo si aquella noche no la hubiera visto como Dios la trajo al mundo. Resignado, se echó crema en la mano, suspirando antes de extenderla. —Recoge un poco tu cabello —le indicó, posicionándose detrás de el