Nathan tomó la copa, con elegancia la llevó a sus labios, estos se abrieron para que el cristal se ajustara entre ellos, seguido el líquido claro como el agua, pero fuerte y quemante como el fuego ingresó a su boca, entrecerró los ojos y masculló. —¿Y quién eres tú para prohibirme las cosas? —, clavó la mirada en su hermana mayor —Acaso, ¿yo me metí en tu vida y te obligué a contraer matrimonio con quién no debías? —¡Es distinto! —, habló apretando los dientes. No podía perder la cordura. Mientras estuviera en público debía guardar las apariencias. Jamás armaría espectáculos que la dejaran mal vista ante la sociedad —Nathan. Se supone que ibas a vengarte de los Martinek. ¿Vas a faltar a tu palabra? ¿Dejarás que el asesinato de nuestro hermano quede impune? Ella también es una Martinek,