Capítulo 9: El rapto de Helena

1475 Words
Angelo –Solo tendremos una oportunidad, actuaremos cuando des la indicación. Alonzo estaba preparado para todo tipo de situaciones, incluyendo la que se tendría que llevar a cabo esa misma noche, previa a la boda de Satino. Yo ya llevaba conocimiento de la cantidad de hombres que rodeaban el perímetro, vestidos como simples invitados, personal de cocina, meseros y hasta organizadores del evento. Con tan arriesgado plan no podía darme el lujo de entrar a vista y paciencia de mi enemigo, así que tendría que ser sigiloso hasta mostrarme ante en algún momento para terminar de comprobar la teoría formulada en mi cabeza. –Acabo de ver a Emiliana Ferrara, se dirige al jardín trasero. La voz de Sofía anunciando el avistamiento de la muchacha a través del auricular fue como un canto a la victoria. Estaba convencido de que nada podría salir mal. –Oye amigo… –volvió a hablar por la línea privada mientras me dirigía al encuentro del principal objetivo– ¿Recuerdas esa lección que tanto me costó memorizar en la escuela? –¿Cuál? –pregunté, motivado por lo arriesgado del momento– –La mitología sobre el rapto de Helena. “¿Cómo olvidarlo?”. Sofía reprobó cuatro veces el mismo examen, hasta que por fin pudo comprender la historia al año siguiente. –No se sabe si París raptó a Helena o ella se fue con él. Hagámosle lo mismo a la basura de Santino. –El beneficio de la duda –respondí más que contento con la idea– me parece perfecto. Tras procesar todo mi nuevo plan, reclamar y brindarme todas las posibles fallas que podrían estar destinadas a hacerme perder, no le quedó más que aferrarse a la idea hasta perfeccionarla. En pocas horas tanto ella como Alonzo estaban junto a mi en la habitación del hotel, planificándolo todo minuciosamente hasta el punto de contagiarse del vigor que me azotaba cada vez que tenía que pasar por peligros como ese. Tuve que cortar la señal cuando vislumbré cada vez más cerca la entrada del jardín. Tras una pérgola infestada de flores, el precioso vestido verde oscuro de satén hecho a medida resaltaba entre la vegetación multicolor. Emiliana estaba de espaldas, colgando su pulsera brillante en una de las ramas. Pretendía dejarla ahí para que cualquier persona suertuda se la llevara. –¿Por qué no solo regalas el brazalete directamente a alguien? Consulté presentándome ante ella tan galante como pude serlo y deseé no haberlo hecho, ya que la chica giró a encararme, dando una perfecta vista de su rostro maquillado para la ocasión. El desgraciado de Santino tuvo suerte al haber encontrado primero a una mujer como ella. Volvió a quedarse atónita, tan solo el día anterior se había topado conmigo para repetir la misma suerte en ese momento. Al parecer todo resultaba ser un bucle constante. –¿Señor Fioretti? –Emiliana. –saludé simulando que la prisa urgente no me abordaba– Puedes llamarme Angelo, no hace falta tanta formalidad. No después de lo que planeaba para ella. –¿Qué hace aquí? Quiero decir… ¿También eres invitado de la fiesta? Esta vez no vacilé al aproximarse para tomarle la mano, entrelacé sus dedos con los suyos y antes de que pudiese rechazarme sin tener en cuenta lo potente de aquel simple acto quise dirigirla a la salida. Tocarla me puso los pelos de punta, incluso si mi yo interior planteaba negarlo. La última estrella del espectáculo apareció en el momento perfecto, devolviendo mi concentración al objetivo original. –¿Emiliana? ¿Dónde estás? La voz de Santino se escuchó tras la entrada. No tuve más remedio que excusar mi osadía antes de que llegara a nosotros. –Fui enviado por tu padre, él sabe que no deseas casarte con Santino Testa. Te ayudaré a escapar. La muchacha no comprendió a la primera. Ni siquiera fue capaz de reaccionar cuando su prometido se presentó frente a nosotros. –Emi… ¿Angelo? ¿Qué mierda haces aquí Fioretti? La vista del Testa se agudizó, sus ojos inyectados en sangre denotaron lo descontento que estaba con mi aparición. Yo en cambio, no pude sentirme más alegre que nunca. –No sabía que ibas a casarte Testa ¿Por qué no estoy en tu lista de invitados? ¿Tan mal nos llevábamos? Usé un tono irónico que no hizo más que aumentar el sentido de alerta de Santino. La sorpresa en Emiliana me hizo deducir que jamás lo había visto tan perturbado. El cabrón se había presentado ante ella como un ser angelical, completamente paciente. Algo que sabía de sobra no era. –¡Aléjate de él Emiliana! ¡Sal de aquí! ¡Corre! –Es muy tarde para eso, Emiliana no quiere casarse contigo. –Angelo, aléjate de ella, ni se te ocurra tocarle un pelo. –No le hagas caso –ordené con voz fuerte, esta vez en dirección a ella– soy tu única opción para librarte de él. ¿De verdad planeas unir tu vida a este payaso? ¿Quieres compartir la cama con alguien que ni siquiera será capaz de hacer que lo ames? La morena se vio en una encrucijada. Por un lado tenía la opción de resistirse para quedarse a ser la señora Testa, por otro, irse con un extraño que decía venir en nombre de su padre. Cualquier decisión que tomara era igual de mala que la anterior. Así que solo era cuestión de segundos para verla explotar en confusión. –Déjala Fioretti, –advirtió su prometido– ni se te ocurra ponerle un dedo encima o… –¿O qué? –lo interrumpí con diversión– ¿Vas a matarme? ¿Aquí? ¿Frente a tu prometida? –Te lo advierto, no me tientes. –Ya es bastante tarde para reaccionar, creo que es hora de que muestres tu verdadera cara. Emiliana salió del asombro para entrar a otro más grande cuando vio que varios invitados, mozos y personal de seguridad se equiparon con armas escondidas entre la ropa para apuntar a Santino. Como una digna escena de película mafiosa. –¿Qué… ¿Qué haces? –preguntó con un hilo de voz– –Está es la única forma de sacarte de aquí. Ella negó, seguramente era de las que pensaba que la violencia nunca era una opción, aunque, era lo único que podría asegurarle el escape. –Angelo, no hagas esto, no frente a ella. Jamás ha visto un arma en su vida. –pidió de forma muy patética– –Tu no mereces ni la mínima oportunidad de mi parte. Vete al infierno Santino Testa. Y sin decir más, jalé a Emiliana por el mismo camino que me llevó hasta allí. Santino trató de aproximarse pero el sonido de una bala rompiendo en el cielo, fue el inicio de un tiroteo que no pareció tener fin. Aparentemente mis hombres no eran los únicos armados en el lugar, ya que el desastre se desató en tan solo cuestión de minutos. Un hombre de seguridad, completamente vestido de n***o apunto en mi dirección, disparando sin piedad. Una bendita columna de concreto sirvió como escudo para protegerme junto a la muchacha que llevaba al paso, pude sentir sus temblores mientras buscaba con desesperación un arma entre el cinturón de mi pantalón. –¡No le disparen a Angelo! ¡Él tiene a Emiliana maldita sea! Regañó Santino, obsesionado con el hecho de que tenía en mis manos a su amada. –¡Protejan a Emiliana! ¡No dejen que se la lleve! Oímos que gritaba nuevamente, antes de que me ocupara de sortear con habilidad las balas cerca nuestros cuerpos. –Mantente cerca de mí, ni se te ocurra escapar o te llevarás el primer balazo que aparezca en esta dirección –aconsejé sin mucha delicadez. La hija de los Ferrara observaba con pánico como su supuesto salvador, estaba dejándose todo para ocupar la labor de protegerla. Eso la confundió todavía más– –¡¿Qué crees que haces?! –reaccionó tras el trance del horror– ¡Suéltame! ¡No quiero ir contigo! ¡Déjame ir! No fue posible. Unas manos alidadas la ayudaron a meterse a un vehículo n***o cuando encontramos la salida. Emiliana se opuso con todas sus fuerzas aunque nada funcionó. La sujetaron con el cinturón de seguridad hasta que logré abordar sentándome a su lado. –Es hora de irnos –avisé, con la respiración entrecortada y los niveles de emoción hasta las nubes– El auto arrancó a toda prisa. A través del retrovisor observé a Santino correr tras él para caer de rodillas en la autopista cuando el chofer aceleró. –¡EMILIANA! Su grito desgarrador finalizó el inédito secuestro. No tenía ni la más mínima idea de lo que le esperaba. La hecatombe apenas empezaba.
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