Emiliana La sala de estar era amplia y acogedora, nada mal para el refugio de un secuestrador. Atravesé todo el entorno amoblado hasta llegar a la cocina, en donde varias frutas frescas recién lavadas brillaban bajo la luz del intenso sol. Tomé una manzana con recelo para esconderla bajo la blusa del pijama, casi tres días sin comer me estaban pasando factura, forzándome a actuar como una ladrona. Nadie me atrapó infraganti, así que apresuré el paso de regreso a la habitación. Merodeé cuanto el perímetro me lo permitió hasta que avisté la posible solución al encierro. Unos cercos enredados entre las plantas verdes que rodeaban todo el jardín servían como única frontera entre mi exilio y la libertad. Demasiado fácil de escalar para encontrar la salida. La prisa me llevó a dejar caer