Capítulo 8: La ruina de Santino

648 Words
Angelo “Su belleza parece ser la ruina de Santino” Pensé mientras empaquetaban el anillo. –Excelente elección señor. –elogió el tal Massimo tras volver con el paquete listo– Se está llevando una de las piezas más bonitas de la tienda. La favorita de la señorita Emiliana. Si esa pieza era su favorita el que me la hubiese ofrecido solo tenía una razón lógica, buscaba deshacerse de un accesorio que le encantaba pero sabía no era suyo. Quizá el que no estuviese a la vista le serviría como un mejor consuelo al saber que su prometido no se la había regalado. Quizá desvariaba, pero mi teoría no parecía tan loca como suponía. Sobre todo al tener en cuenta el contexto. Abandoné la tienda en busca del transporte, una vez que estuve dentro del vehículo noté la presencia de mis dos personas de confianza por fin reunidas. Alonzo y Sofía. –¿Todo en orden Angelo? –preguntó Sofía, uno de las dos únicas personas ajenas a la familia a la que le permitía tutearme– –Todo sale como debe ser. Acabo de hablar con la muchacha Ferrara. –¿Ah sí? –Intervino esta vez Alonzo, con mofa– ¿Te confesó que ella también odia a Santino? ¿Qué pasa? ¿Quieren formar el club de lo Anti-Santino? La broma ni siquiera me causó algo de risa, me encontraba tan sumido en mí mismo que tan solo solté el giro inesperado a la historia de sopetón. –Cambio de planes. Quiero a Emiliana Ferrara para mi. –¿Emiliana? ¿La chica? –cuestionó Sofia, rogando haber escuchado mal– –Esa misma, –confirmé ignorando su mirada culposa en lo que trataba de encender un cigarrillo– la quiero conmigo. –Debes estar loco, tener a esa chica contigo no formaba parte del plan. Creo que estás pensando con la bragueta en lugar del cerebro, cosa que me sorprende bastante ya que apenas acabas de ver un par de veces a esa tipa. Una de las cosas que más me gustaban de Sofía era la facilidad con la que podía decir las verdades de frente. A veces pecaba de indiscreta o impertinente, sin embargo, era una capacidad de la que muchos no se deshacían con facilidad, el miedo al hablar. Ese comentario no fue el único. –Hay muchas mujeres en la calle Angelo, tanto buenas como malas. Puedes conseguir alguna en cualquier momento, meter a esa chica en este asunto me temo que no aportará en nada. Alonzo calló con sumisión, algo muy propio de su personalidad cada vez que presenciaba ese tipo de casos. Ni siquiera él se atrevía a tratarme con semejante bravura. –Te equivocas, –respondí con tranquilidad, dando una corta pero pausada calada junto a la ventana abierta– acabo de darme cuenta de que Emiliana es el punto débil de Santino. Si tenerla cerca de mi formará parte de su decadencia, te aseguro que no dudaré en hacerlo. –¿Y cómo vas a tenerla de tu lado? ¿Tú también te tomarás unos cinco años para cortejarla? Ni siquiera la conoces. –Eso ya lo tengo resuelto. No pienso perder tanto tiempo llevándole estúpidas rosas o joyas, lo mío será más efectivo. Una temible corazonada asomó el rostro de mi amiga. La vi cerrar los ojos, en espera de que no fuera lo que cruzaba por su cabeza. –No me digas que la obligarás a estar contigo… Alonzo abrió los ojos igual de impactado que Sofía. –No le quedará otro remedio que enamorarse de mi. El olor a tabaco se esparció por todo el interior del vehículo, aunque a nadie le importó. El impacto tras conocer el nuevo plan era mayor que el fastidio. –Voy a tenerla conmigo lo quiera o no, hasta que no le quede más remedio que amarme.
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