Emiliana
Revisaba las vitrinas con anillos de compromiso.
Pese a no haber tenido una propuesta agradable o al menos un prometido al que amara, no dejaba de verme impactada por la belleza de aquellos poderosos detalles en tan pequeños objetos. Pensar en eso llevó a mi mente a remontarse a mis sueños de niña y a la ilusión que alguna vez me hizo recibir uno de esos anillos proveniente de la persona indicada.
Un hombre al que no dudara ni un segundo en darle el sí, para luego celebrar con orgullo la promesa de un amor que no se encontraba fácilmente. Lastimosamente Santino Testa apareció en el camino, deteriorando esa fantasía hasta hacerla trizas. Por su culpa ya no podía pensar en el matrimonio como algo sagrado.
–Bonita colección.
Interrumpió una voz que me pareció familiar pero me costó reconocer antes de mirar al dueño a la cara. La sangre abandonó mi rostro de repente, frente a mí estaba el mismo hombre del día anterior en la parada de taxis.
–Esto debe ser una broma. –susurré sin poder creerlo–
–Me pregunto lo mismo, vine aquí a comprar un anillo y resulta que nos volvemos a topar. ¿Estás siguiéndome o algo por el estilo?
Incluso tenía el atrevimiento de tratarme como una acosadora. Lo primero que se me ocurrió fue retirarme, pero si estaba allí tal vez era un cliente y a fin de cuentas tenía que ser bien tratado.
–No señor, –respondí haciendo uso de toda la paciencia que habitaba en mi cuerpo. Su aspecto era tan pulcro como la primera vez, su atractivo rostro nos devolvió al momento en el que chocamos miradas mientras estaba dentro del taxi– trabajo aquí. Creo que simplemente ha sido una casualidad.
–Una muy bonita casualidad, –respondió él sin quitar los ojos de la joyería– podrás ayudarme a escoger algunos detalles entonces. Ya sabes, soy muy malo para estas cosas.
–¿Viene por un anillo de compromiso? –Debía ser así, los hombres atractivos como él por lo general ya estaban ocupados–
–Así es, me gustaría escoger el anillo perfecto para una propuesta que tengo en mente, desde luego, confío en su buen juicio para ayudarme a encontrar el indicado.
Yo no era una mujer soltera, sin embargo, el simple hecho de saber que él tampoco lo era me provocó una desesperanza inexplicable.
–¿Tiene algo en mente? ¿Cuáles son las preferencias de su novia?
–En realidad no tengo ni la más mínima idea, la he visto usar algunas joyas pero no he dado con su preferencia. Se podría decir que es más o menos como usted –algo en esas palabras se sintió particularmente extraño pese a que decidí pasarlo por alto– Desde su perspectiva ¿Cuál escogería para su propio compromiso?
Fijé la vista en el mostrador con atención, paseé los ojos de lado a lado hasta hallar el que hubiese deseado para mí misma, si tan solo Santino hubiese tenido la bondad de consultarlo conmigo.
–Ese de al fondo –señalé– ¿Lo ve? –el hombre asintió– Es sencillo, pero no se deje engañar por las apariencias, posee un diamante redondo, además de estar bañado en oro blanco. Puede grabar alguna palabra especial dentro si así lo desea.
–Luce bastante bien.
–Los diamantes son los minerales más duros, la gente siempre los lleva sin pensar en su verdadero significado gracias al estatus que supuestamente representan. Sin embargo –no despegó los bonitos ojos de la joya. Imaginé que estaba sumido en sus pensamientos o tal vez en sus anhelos tanto como yo– representa lo indestructible del amor, ya sabe… un amor que no se rompe bajo ninguna circunstancia.
–¿Crees que aún existan de esos?
–¿Eh? –consulté atónita, atreviéndome a mirarlo–
–Amores indestructibles –aclaró, devolviendo el gesto–
–Supongo que sí. Las películas o libros apoyan su existencia, en lo personal, no podría afirmar algo de lo que no estoy segura o no conozco.
Ahí estaba la respuesta de mi propia boca. No amaba a Santino y dudaba que pudiese hacerlo alguna vez.
–Bien, me has convencido. Confío en buen gusto así que lo llevaré. –sonreí emocionada por inercia– ¿Podría probarte el anillo? Ella tiene las manos tan delgadas como las tuyas…
–¿Está seguro? Por lo general las medidas son distintas.
–Por favor –insistió en un pedido que más pareció una orden. Accedí tan solo por las ganas de ver aquel accesorio puesto en mi dedo–
–Massimo –llamé al hombre tras el estante– ¿Podrías sacar ese anillo y mostrárselo al señor? Quiere probármelo para saber si le encajará a su novia.
El vendedor asintió de inmediato, accediendo de buena voluntad. Minutos más tarde la lujosa joya brillaba sobre mi mano.
El diamante se destacó sobre el dedo anular, generando que el chico junto a mi no pudiera eludir las ganas de ver el suceso de cerca.
Mordí mis labios con fuerza, buscando contener la ilusión al notar el bonito detalle adornando el dorso de mi mano. Él tampoco pudo con tanta belleza, ya que la sujetó para admirar detenidamente su nueva compra.
–Es precioso.
Susurré, logrando captar una vez más sus hipnóticos ojos directamente. No existieron palabras, tan solo nos observamos detenidamente por largos segundos. Sus facciones varoniles eran perfectas, el color pálido de su piel ayudaba muy bien en el trabajo de hacerlo lucir como una estrella de cine.
O al menos eso parecía.
–No me has dicho tu nombre –habló el sujeto sin dejar de mantener el contacto–
–Emiliana Ferrara –respondí automáticamente– Y usted es…
–Angelo Fioretti. Encantado de conocerla señorita Ferrara.
No tuve tiempo de asimilar la presentación, ya que se apartó para volver con Massimo.
–Me llevo el anillo, la señorita me convenció. ¿Dónde p**o?
“¿Qué rayos acaba de pasar? Acabo de coquetear directamente con un hombre que no es mi prometido y que para colmo tampoco está soltero”
Me recriminé a mí misma tras recobrar el sentido. Quité el precioso objeto para dejarlo en manos del vendedor.
El hombre frente a mí me había generado más sensaciones en menos de diez minutos, de las que mi prometido en cinco años. El sonrojo notorio en mis mejillas evidenció lo mal que estaba todo.
–Entonces creo que eso es todo, gracias por comprar señor Fioretti. Hasta luego.
No escuché una despedida de su parte y tampoco importó. La huida resultó ser una buena señal para el Angelo, quien tampoco pareció reaccionar.