Emiliana Cuando desperté esa mañana, un par de ojos enormes me observaban con atención desde el borde de mi cama. La pequeña persona había recostado medio cuerpo en el colchón para mirarme con mayor comodidad, su rostro rozagante fue una sorpresa completa al abrir los ojos. Palpé el lado de la cama de Angelo y solo hallé vacío, probablemente ya se había levantado mucho más temprano y por eso su pequeño hermano había aprovechado su ausencia para escabullirse. –¿Ho... Hola? –me atreví a decir sin saber bien cómo actuar– –¿Por qué estás durmiendo en el cuarto de Angelo? Cuestionó astuto, con una voz delicada y una entorpecida pronunciación. Lo miré fijamente y me atreví a apostar que ese muchacho sería igual de bribón que su hermano cuando fuera un adulto. –Porque…. Yo soy la esposa
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