No había podido dormir en toda la noche. La ansiedad me tenía al borde, revisando las noticias cada pocos minutos con la esperanza de encontrar alguna actualización sobre Azad y su madre. Pero nada. Silencio absoluto.
Al amanecer, no pude soportar más la espera. Salí de inmediato rumbo a la casa del señor Yilmaz, buscando algo, cualquier cosa que me diera paz. Al llegar, me encuentro con uno de los guardias de seguridad.
—Señorita Kate, tal vez debería tomarse el día. El señor Yilmaz no ha vuelto desde anoche, y no creo que regrese pronto.
—¿Sabe algo sobre Azad y su madre? —pregunté, con la voz temblorosa.
—No, señorita... Solo rezo para que se recuperen.
Tragué saliva, sintiendo cómo mi corazón se contraía.
—Voy a preparar algo para nosotros. La angustia me está matando en casa, y aquí al menos puedo hacer algo.
Él asintió, comprensivo. Caminé hacia la cocina y comencé a preparar el menú del día con las manos temblorosas, cada corte, cada mezcla, una distracción para mis pensamientos atormentados. Pasaron las horas y, en algún momento de la tarde, serví la comida a los empleados de seguridad tratando de mantenerme ocupada y útil.
Decidí salir al jardín trasero, esperando que el aire fresco me ayudara a despejarme. Sin embargo, al acercarme al borde, lo vi: el señor Yilmaz, sentado en el césped, abrazándose las rodillas, con la mirada perdida.
—¿Señor? —murmuré, acercándome cautelosamente—. ¿Está bien?
Su respuesta fue desgarradora.
—Nada está bien. Mi hermana y su esposo muertos, y mi sobrino... mi pequeño Azad, muriendo de dolor, negándose a ver a nadie... a dejarse consolar.
Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas, y un nudo amargo se alojó en mi garganta. Me acerqué más, poniendo una mano sobre su hombro mientras me inclinaba detrás de él.
—Señor, tiene que ser fuerte —susurré suavemente—. Azad lo necesita. Ahora, más que nunca, él lo necesita.
Suspiró con un dolor visible, y al levantar la mirada vi sus ojos enrojecidos, cargados de sufrimiento.
—Gracias, señorita Adams —musitó, casi en un susurro—. Puede irse a casa por hoy. Voy al hospital.
Antes de que pudiera pensarlo, las palabras escaparon de mis labios.
—Señor... ¿sería muy atrevido pedirle que me permita acompañarlo? Quiero ver a Azad... y le he traído sus galletas favoritas.
—No tengo inconveniente. Pero corre el riesgo de que él no quiera verla.
—Correré ese riesgo.
El camino hacia el hospital fue silencioso, apenas roto por el golpeteo de la lluvia en el parabrisas. Al llegar, nos dirigimos a la sala de espera en el sexto piso, donde encontré a la madre del señor Yilmaz, caminando en círculos, devastada, mientras Badu intentaba calmarla.
—Madre —dijo él, abrazándola mientras ella lloraba.
—No puedo soportarlo, hijo... No puedo verlo sufrir así.
Mi corazón se estremeció al escuchar un grito desgarrador que venía de la habitación de Bruno. La señora Demet jadeó y se aferró a su hijo, quien la rodeó con sus brazos protectores. Un doctor salió de la habitación con una expresión grave, y al asomarme por la puerta entreabierta vi a Azad, pálido y frágil, en la cama.
Como si sintiera mi presencia, sus ojos se dirigieron hacia mí. Sonreí con ternura, tratando de infundirle algo de calma. Él me miró fijamente, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Kate... —susurró, y no dudé ni un segundo en cruzar la habitación hacia él.
Me detuve junto a su cama, sacando el paquete de galletas de mi bolso.
—Azad,aquí tienes. Te traje galletas de jengibre, tus favoritas.
Le tendí una galleta y, sin decir una palabra, la tomó y le dio un pequeño mordisco. Me senté en el borde de la cama y le acaricié la mejilla, sintiendo cómo me partía el alma verlo tan herido. Sujetó mi mano con fuerza.
—Kate... mamá y papá se han ido —musitó, y la última frágil resistencia en mi interior se desmoronó—. Los extraño mucho, Kate... —Su voz se quebró en un llanto desgarrador.
Lo atraje a mi pecho, abrazándolo mientras mis propias lágrimas corrían libremente. Lo acuné, susurrándole palabras de consuelo.
—Kate, ellos te cuidan desde el cielo, nunca te dejarán solo. Debes ser fuerte, mi amor.
—¿Cómo lo sabes? —gimió entre sollozos.
—Porque yo también perdí a mis padres siendo pequeña. Ellos siempre están conmigo, cuidándome desde donde están.
Azad rompió a llorar aún más fuerte, y yo lo sostuve, besando su cabeza mientras intentaba brindarle el consuelo que tanto necesitaba. Levanté la mirada y vi al señor Yilmaz, su madre y el médico observándonos con tristeza.
Finalmente, sus jadeos se fueron apagando, y, para mi alivio, se quedó dormido, exhausto. La señora Demet suspiró.
—No había dormido desde que despertó del accidente... Esto está siendo tan difícil para todos.
Sentí su dolor en lo más profundo de mi corazón. Pasé una mano por el cabello suave de Azad, enjugando una lágrima de su mejilla. Todo lo que quería en ese momento era protegerlo.
—Señor, ¿me permitiría quedarme aquí esta noche? No puedo irme y dejarlo así.
—Sería lo mejor —dijo el médico—. Ha sido usted un gran apoyo para él, y lo que más necesita ahora es alguien que le dé paz. ¿Es usted de la familia?
—Solo soy la cocinera de su tío... y su amiga.
El médico asintió, y el señor Yilmaz también. Miré a Azad, dormido en mis brazos, y comencé a cantarle suavemente una canción de cuna. Lo mecí, deseando poder aliviar el profundo dolor que lo consumía. En tan poco tiempo, él se había ganado mi corazón, con su risa contagiosa y sus ocurrencias. Verlo destrozado así, cargando una pena que ningún niño debería soportar, me rompía el alma.
Yo sabía cómo se sentía perder a tus padres siendo apenas una niña, el vacío, el trauma... Por eso no podía dejarlo solo. No mientras yo pudiera ser su refugio, al menos por esta noche...