Había sido una semana extenuante, llena de angustia y pequeños triunfos para el pequeño Azad. Los médicos, tras días de incertidumbre, finalmente le dieron el alta, y él no dudó en pedir ir a la casa de su tío. Quería estar conmigo, no permitía que me separara de él ni un instante. La psicóloga decía que me veía como su ancla, su refugio en medio de la tormenta, por la conexión profunda que habíamos formado desde aquel día trágico.
Luego de bañarlo y leerle un cuento, lo llevé a la cama. Me quedé a su lado hasta que, poco a poco, su respiración se volvió tranquila y se durmió profundamente. Con cuidado, me levanté, bajé las escaleras y fui a la cocina a buscar un vaso de agua, intentando ahogar la tristeza que me asfixiaba cada vez que pensaba en el dolor que este niño cargaba.
—Señorita Adams...
Di un respingo y dejé escapar un pequeño jadeo al escuchar esa voz. Me giré y vi al señor Yilmaz observándome en silencio, como si hubiera estado ahí mucho tiempo.
—No quería asustarla —dijo suavemente.
—Pero lo hizo —respondí, llevándome una mano al pecho para calmar los latidos acelerados de mi corazón—. ¿En qué puedo ayudarlo, señor?
—Solo quería... agradecerle por todo lo que está haciendo por Azad.
—No hay nada que agradecer —murmuré, sentándome frente a la isla—. Azad significa mucho para mí.
Él asintió, con una tristeza profunda en su mirada. —Lo más difícil llega mañana —dijo en voz baja, sentándose frente a mí—. Es el sepelio de mi hermana y mi cuñado.
Sentí una punzada en el pecho al pensar en lo que eso significaría para Azad. —¿Está seguro de dejarlo ir?
—No... pero si no lo hago, es posible que nunca me lo perdone.
Suspiré, ya con la decisión tomada en mi corazón. —Estaré allí, a su lado.
Él me miró, agradecido y agotado. —Señorita Adams, yo... bueno, Kate —corrigió al ver mi sonrisa de insistencia—, quisiera pedirle que deje de ser nuestra chef temporalmente y se convierta en la niñera de Azad hasta que él logre superar esto.
—No tengo inconveniente en encargarme de ambas cosas. Además, la cocina también puede ser una distracción para él.
—Si cree que puede manejarlo... entonces, está bien —dijo, con un suspiro—. Buenas noches, Kate.
—Buenas noches, señor Yilmaz.
Se levantó y se fue, dejándome en silencio en la cocina. Lavé el vaso, lo dejé en su lugar y volví a la habitación de Azad, decidida a no dejarlo solo.
La mañana del sepelio estaba teñida de tristeza. El cielo gris y la llovizna que caía sobre el cementerio parecían compartir el dolor de quienes nos encontrábamos allí. El viento frío hacía eco de los suspiros y las lágrimas de los asistentes, mientras el sacerdote pronunciaba palabras de despedida.
Azad descansaba sobre mi regazo, su pequeña figura tan frágil que parecía quebrarse en cualquier momento. Sus ojos, aún hinchados y llenos de un dolor desgarrador, no dejaban de mirar los dos ataúdes al frente, como si esperara, en el fondo de su corazón, que sus padres salieran de ellos y le tendieran los brazos una vez más.
A mi lado, el señor Yilmaz acariciaba la espalda de Azad, su rostro impasible, pero con un abismo de melancolía en su mirada. Sentía su dolor como si fuera el mío, y me esforzaba en contener las lágrimas, porque sabía que Azad necesitaba que yo fuera fuerte.
Finalmente, la ceremonia terminó. La gente comenzó a acercarse a Dimitri y a su madre, Demet, para expresar sus condolencias, mientras Azad se quedaba dormido en mis brazos, extenuado de tanto sufrir.
De repente, una voz resonó cerca de nosotros.
—Dimitri...
Al levantar la vista, vi a una mujer rubia, alta y delgada, que avanzaba hacia nosotros. A su lado, un hombre de aspecto serio y una barba bien recortada la acompañaba.
—Adelia... —musitó la señora Demet, quien se acercó a la mujer y comenzó a llorar en sus brazos.
—No pudimos llegar antes por algunos contratiempos —dijo Adelia, acariciando el cabello de la señora Demet—, pero no podía dejar de venir a despedirme de mi hermano.
El hombre se adelantó y le extendió la mano a Dimitri, quien vaciló por un segundo, pero finalmente aceptó el saludo.
—Siento mucho lo de tu hermana —dijo el hombre con solemnidad—. Mi más sentido pésame.
Dimitri asintió sin decir una palabra y volvió a mi lado, donde acarició el rostro dormido de Azad, como asegurándose de que aún estaba ahí, a su lado.
El hombre volvió su atención hacia mí y, con una sonrisa enigmática, preguntó: —¿Es esta hermosa dama tu esposa, Dimitri?
La mujer, Adelia, desvió la mirada hacia mí, y noté un destello de desdén en sus ojos antes de que curvase los labios en una sonrisa tensa.
—¿Te casaste? —preguntó ella, y en su voz se colaba un tono de reproche, como si lo considerara una traición.
Dimitri negó con la cabeza, sereno. —Aún no me he casado. Ella es Kate.
Adelia me evaluó de arriba a abajo con una expresión indescifrable y luego, suavizando su mirada, acarició el cabello de Azad.
—¿Cómo está sobrellevando todo esto? —preguntó con un dejo de interés.
La señora Demet suspiró. —Los primeros días fueron una pesadilla. Pero gracias a Kate, ha podido avanzar un poco.
La rubia frunció el ceño, claramente desconcertada. —¿Gracias a ella? —repitió, como si le costara creerlo.
—Es la única persona a la que Azad permite acercarse —explicó Dimitri con voz firme—. Desde que perdimos a mi hermana y a su esposo, ella ha sido su apoyo constante.
El hombre, Mauro, soltó una pequeña risa. —Vaya... —murmuró, mirando a Azad con una expresión calculadora—. Y, dime, Dimitri, ¿quién tiene la custodia de este pequeño ahora?
La tensión en el aire se hizo palpable. Dimitri apretó los puños y lo miró con frialdad.
—¿Por qué te interesa?
Mauro soltó un suspiro condescendiente. —Es el único heredero de tu hermana y de mi cuñado. La mitad de la compañía y sus bienes ahora le pertenecen. La persona que obtenga su custodia, por ende, será quien maneje su fortuna hasta que él cumpla dieciocho años.
—Mauro... —murmuró Adelia con voz dulce pero firme—. No es el momento de hablar de estas cosas.
—No hay momento perfecto —dijo él con una sonrisa astuta. Vi cómo la mandíbula de Dimitri se tensaba, sus nudillos se ponían blancos de tanto apretar los puños—. Es mejor que lo sepan ahora.
—¿Saber qué? —exigió la señora Demet, mirando a Adelia con preocupación—. ¿Qué planean?
Mauro entrecerró los ojos, complacido, y finalmente soltó la bomba: —Adelia y yo vamos a solicitar la custodia de Azad. Queremos darle un hogar, una familia.
Sentí el cuerpo de Dimitri tensarse a mi lado, y en un acto reflejo, me interpuse entre él y Mauro, sosteniendo a Azad con más fuerza.
—¡No! —musité—. No ahora, estamos en el funeral de su hermana.
Dimitri respiró hondo, intentando controlar el impulso de reaccionar, y se llevó la mano al puente de la nariz en un intento por calmarse.
La señora Demet, desconcertada y furiosa, dio un paso adelante. —¿Qué pretenden? —dijo con una mezcla de incredulidad y enojo—. No han visto a Azad desde que era un bebé, ¿y ahora vienen a exigir derechos sobre él? ¡Es una locura!
Mauro soltó una risita burlona y miró a su alrededor con aires de superioridad. —Adelia y yo estamos casados, tenemos un hogar y estabilidad. Cualquier juez nos consideraría la opción ideal para el niño.
—¡De ninguna manera! —se exaltó la señora Demet, atrayendo la mirada de los presentes—. No tienen derecho a separarlo de su familia.
—Dimitri, querido —dijo Adelia, acercándose a él con aire conciliador—. No queremos discusiones aquí, no es el momento. Podemos hablar después.
Dimitri negó, la ira brillando en sus ojos...